PRINCIPALES TIPOS DE ARGUMENTO (pp. 107-123)
Fuente: Vela, Janneth. (2006) ¿Cómo escribir ensayos? Bogotá: Fondo de Publicaciones Universidad Sergio Arboleda.
Argumento de autoridad
Se trata de remitirse a las personas, entidades y organizaciones que han estudiado y trabajado sobre este tema, sea para establecer datos o hechos, sea para aclarar conceptos o verificar una opinión. Los datos, gráficos y datos textuales sólo podrán considerarse argumentos si cumples estas condiciones: 1) Manejan información relevante que aporta a la tesis planteada. Proviene de personas, instituciones o entidades que no están comprometidas con el tema tratado, y por lo tanto, son equilibradas. 2) Provienen de una fuente con trayectoria investigativa y amplio manejo del tema. 3) Sus afirmaciones no se basan en suposiciones o especulaciones, sino en investigaciones realizadas competentemente.
Las citas pueden incluirse también con la finalidad de aportar, afianzar, corroborar o contrastar datos que sean útiles para que el lector comprenda la relevancia y contexto del problema.
Argumento de ejemplo
Corresponde a la presentación de hechos particulares que puedan apoyar la existencia o persistencia de un fenómeno, la búsqueda de hechos que permitan extraer generalizaciones y deducciones concluyentes sobre un tema. Para que una generalización pueda ser apoyada con ejemplos es necesario: 1) Sean sucesos verdaderamente representativos en el tema que se está tratando. 2) Estos sucesos no estén alterados por factores o causas externas. 3) Los sucesos se repitan y puedan encontrarse en más de un caso. 4) Los contraejemplos que puedan aducirse no sean más significativos o recurrentes.
Argumento por analogía
Consiste en comparar o contrastar elementos en datos, gráficas, casos, situaciones cotidianas u opiniones, a fin de que apoye la tesis planteada. Intenta buscar semejanzas y diferencias entre dos casos. Es necesario que estos casos puedan compararse porque comparten un mismo contexto o responden a un tema similar. Es fundamental que este tipo de argumentos: 1) Tomen dos situaciones reales que tengan semejanzas y diferencias notables entre ellas y cuya comparación no requiera extrapolaciones o exageraciones. 2) No extraigan conclusiones más amplias que lo permitido por la naturaleza de los hechos que se están comparando.
Argumento acerca de las causas
Se argumenta una conclusión recurriendo al hecho que la origina. Requiere investigar en profundidad sobre un asunto. Es importante no sólo enunciar la causa sino también justificar y explicar dicha elección. Para hacer un buen argumento acerca de las causas es necesario: 1) Indagar acerca de la causa más probable y original del fenómeno planteado. 2) Asegurarse de que no se ha tomado un efecto por la causa. 3) Explicar y aclarar por qué lo enunciado es una causa del fenómeno. 4) Es importante relativizar la causa y no creer que es el único factor en juego a la hora de analizar el problema.
Argumentos deductivos
Algunas fórmulas clásicas de los argumentos deductivos son:
1) Si P, entonces Q. P, Por tanto Q.
2) Si C, entonces I. No I, por lo tanto, no C.
3) Si E, entonces C. Si C, entonces P. Por tanto, si E, entonces P.
4) M o I, No M. Por tanto, I. M, por tanto, no I.
5) R o J. Si R, entonces P. Si J, entonces, C. Por tanto, P o C.
6) Dado P o C. Si P, entonces E. Si C, entonces E. Por tanto, E.
7) Reducción al absurdo: la negación de la conclusión conduce al absurdo. Para probar P, se asume no P (P es falso). De aquí se deriva una implicación Q. Se muestra que Q es falso. Se concluye: P.
Apelaciones a las emociones
Ironías, advertencias, burlas, figuras, matices, dudas, apreciaciones personales… Pero se corre el riesgo de hacer demasiado subjetivo el desarrollo argumentativo y la sustentación de la tesis se vuelve banal y fácil de refutar.
Contraargumentos
Corresponden a las opiniones de personas diferentes al autor que estén en contra de la tesis planteada. El objetivo de incluir estas otras voces es invalidar otras tesis es mostrar su falta de solidez o sus contradicciones internas. El esquema a seguir sería: 1) Razón, indicador argumentativo y conclusión propia. 2) Argumento contrario. 3) Refutación del argumento contrario.
UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR
LENGUAJE II
PROFA. ISABEL MARTINS
EJERCICIO SOBRE TIPOS DE ARGUMENTOS
1. Clasifique los argumentos que aparecen a continuación:
A. Definitivamente la mejor manera de preparar una cena es comprar verduras precocidas, una porción de proteínas naturales y disponer de una buena salsa. La razón para esto es simple: el cuerpo a esta hora del día requiere suplir las vitaminas, minerales y proteínas gastadas durante la jornada diaria.
B. Aunque los pobres no se empobrezcan más en las primeras etapas del crecimiento, la brecha entre ricos y pobres sí va aumentando. Si se observa el mundo en un mismo momento, parecería que esa relación sí se diera. Varios países asiáticos y casi todos los africanos son pobres, pero la distribución del ingreso entre ellos no es tan inequitativa. Sin embargo, Latinoamérica es más rica y la distribución del ingreso es peor. Los países del grupo (G 8) y los llamados “tigres asiáticos” son ricos y la distribución del ingreso en todos ellos es mucho más justa que en América Latina.
C. Si me hubiera atrevido a delinquir contra otros, con razón me habrías acusado de haberlo hecho también contra éste, pero si no creí conveniente vengarme de ninguno de mis enemigos anteriores, no iba a hacer daño a éste, con quien nunca tuve contacto de ningún tipo.
D. Hoy está fuera de toda duda de que el clima de la Tierra ha variado y que seguirá haciéndolo durante largo tiempo. A ello contribuyen los desastres naturales, como, por ejemplo, las erupciones volcánicas y los provocados por las acciones del ser humano. Así, tras la guerra del golfo a principios de 1991, durante la cual el ejército iraquí incendió todos los pozos de petróleo kuwaitíes, y la explosión del volcán filipino Pinatubo en junio de ese mismo año, se ha detectado el enfriamiento general de la Tierra en medio grado y en dos grados el de la zona tropical.
E. Muchas personas que invierten su tiempo libre en fiestas, discotecas y bares duermen poco. Muchas de las personas que duermen poco sufren trastornos de sueño y estos han sido catalogados por los estudiosos como una especie de patología sicológica. Resulta patente, por ende, que los que viven de rumba en rumba son unos enfermos y unos locos.
F. El hombre no parece hecho para el ocio, como tampoco lo está ningún animal. El descanso para el animal es tan sólo el sueño, la vigilia es siempre activa. La vigilia del animal salvaje es una constante disciplina de trabajo para lograr el alimento, para defenderse del enemigo, para obtener la hembra. No hay vacaciones para los seres que viven en la naturaleza.
2. Escriba un argumento según lo requerido en cada caso.
A. Es necesario defender a un sindicato por hurto en un supermercado, con un argumento de ejemplo.
B. Es necesario probar que no es conveniente dar dinero a los mendigos, con un argumento por las causas.
C. Es necesario convencer a un empresario de cerrar su fábrica de plásticos desechables, con un argumento por analogía.
D. Es necesario probarle al rector de un colegio que la jornada de clases debe ser de tan sólo cuatro horas diarias, con un argumento de autoridad.
E: Es necesario demostrar que la música comercial contemporánea disminuye el nivel cultural de los jóvenes, mediante un argumento deductivo.
domingo, 29 de noviembre de 2009
SOBRE EL COMENTARIO CRÍTICO
SUPERESTRUCTURA:
INTRODUCCIÓN
Identificación del material.
Planteamiento fundamental. Título. Autor.
Tema central. (¿De qué trata el texto?)
DESARROLLO
Interpretación
Valoración
Intencionalidad del autor del texto.
Aspectos relevantes.
Acuerdos. Razones.
Desacuerdos. Razones.
Otros aspectos (recursos estilísticos, aspectos formales, etc.)
CONCLUSIÓN
Aportes personales Recomendaciones.
Proyección al futuro.
Opinión.
INTRODUCCIÓN
Identificación del material.
Planteamiento fundamental. Título. Autor.
Tema central. (¿De qué trata el texto?)
DESARROLLO
Interpretación
Valoración
Intencionalidad del autor del texto.
Aspectos relevantes.
Acuerdos. Razones.
Desacuerdos. Razones.
Otros aspectos (recursos estilísticos, aspectos formales, etc.)
CONCLUSIÓN
Aportes personales Recomendaciones.
Proyección al futuro.
Opinión.
SOBRE LA ARGUMENTACIÓN (material teórico)
Cicerón definía la argumentación como «el discurso mediante el cual se aducen pruebas para dar crédito, autoridad y fundamento a nuestra proposición». Argumentar consiste, pues, en aportar razones para defender una opinión y convencer así a un receptor para que piense de una determinada forma. La argumentación se utiliza normalmente para desarrollar temas que se prestan a controversia, y su objetivo fundamental es ofrecer una información lo más completa posible, a la vez que intentar persuadir al lector u oyente mediante un razonamiento.
Por ejemplo, María le dice a Juan: Deja de fumar, que te vas a destrozar los pulmones. María ha expresado una petición argumentándola (el tabaco perjudica los pulmones) para así justificar la conclusión a la que quiere llegar: No hay que fumar.
Si la persona que argumenta conoce en profundidad el tema del que habla, diremos que es un emisor cualificado. En cambio, cuando el hablante que argumenta transmite un mensaje elaborado por otros (los testimonios de famosos en la publicidad, por ejemplo), diremos que es un emisor interpuesto.
La argumentación y la exposición están estrechamente relacionadas: se expone para informar de algo y esta exposición se puede argumentar para convencer y persuadir de alguna propuesta. Ambas se pueden presentar de forma independiente. Sin embargo, frecuentemente se unen para formar textos expositivo-argumentativo: editoriales, reportajes, ensayos, críticas, informes, solicitudes, alegaciones, opiniones, tesis, sentencias...
Estructuración
Un texto argumentativo consta de:
1. Tesis. Es la idea fundamental en torno a la que se reflexiona; puede aparecer al principio o al final del texto. Ha de presentarse clara y objetivamente. Puede encerrar en sí varias ideas, aunque es aconsejable que no posea un número excesivo de ellas, pues provocaría la confusión en el receptor y la defensa de la misma entrañaría mayores dificultades.
2. Cuerpo argumentativo. Despliega la idea o ideas que se pretende demostrar desde dos perspectivas: una de defensa de ellas, y otra de refutación contra previsibles objeciones. Esta última actitud no es necesario que esté presente, pero sí la primera. Consta, por tanto, de:
A. Argumentos. Una vez expuesta la tesis, comienza el razonamiento en sí, es decir, se van ofreciendo los argumentos para confirmarla o rechazarla.
B. Refutación. Puede hacerse de una tesis admitida o de las posibles objeciones que podría hacer el adversario a un argumento concreto.
3. Conclusión. El autor, en su demostración, reflexiona sobre el tema desde todos los ángulos, hasta llegar al objetivo deseado, que se ofrece como conclusión, a menudo anunciada al comienzo del escrito. Puede presentarse de varias formas:
A. Afirmación de una tesis. El contenido que desarrolla el autor se presta en su final a abstraer de los datos o ejemplos aducidos una idea general, explicativa del problema o de los fenómenos que se traten, la cual asume un rango de tesis.
B. Con carácter sugeridor. Este tipo de conclusiones se distinguen porque el escrito, si bien en el estadio final recoge en síntesis la idea sustancial de la exposición, no llega a hacer como definitivo su razonamiento o a completar su información. El autor apunta sugerencias para futuros trabajos, abriendo caminos hacia otras perspectivas antes de poner punto final a su propio texto.
Estrategias discursivas
Las estrategias argumentativas son todos aquellos procedimientos discursivos que, de modo intencional y consciente, utiliza el hablante o el escritor para incrementar la eficacia del discurso al convencer o persuadir al destinatario en una situación comunicativa donde exista la argumentación.
- Definición (se parte de una definición para crear concenso)
- Referencias (históricas, literarias, etc.)
- Citas / citas de autoridad ( se apela a las autoridades en el tema para dar fuerza al planteamiento)
- Preguntas retóricas (para provocar la reflexión del lector)
- Contra-argumentación (anticipar y desmontar las posibles críticas a los argumentos propuestos)
- Ejemplificacion (casos concretos)
- Comparación
• Metáfora
• Analogía (asociación de dos hechos o ideas por similitud)
• Contraste / contraposición (dos posturas o ideas divergentes)
- Concesión (se reconoce cierta validez en posiciones contrarias a la propia)
- Ironía
- Datos / hechos / cifras / estadísticas
- Anécdotas
- Opiniones personales
Características lingüísticas
1. La distribución del razonamiento en párrafos ayuda a asimilar mejor el contenido, a la vez que favorece la organización de las ideas. Es indudable que un texto debidamente fragmentado en párrafos es más fácilmente interpretado y asimilado que un texto indiviso.
2. Los nexos aseguran la evolución progresiva del texto, pues delimitan los párrafos entre sí, además de señalar los cambios de contenido y de reflejar cualquier variación que se produzca en el desarrollo del tema (conexión, restricción, oposición, relación causa-consecuencia, etc.). Suelen ser frecuentes los nexos consecutivos que introducen la conclusión a la que se ha llegado tras el razonamiento y que consolidan, por tanto, la opinión del autor. (en definitiva, en consecuencia, de este modo...).
3. Normalmente se emplea la oración de modalidad enunciativa, con el fin de transmitir una total objetividad. Por el contrario, las modalidades exclamativas, interrogativas o dubitativas son más frecuentes en textos donde se acentúa la actitud personal del escritor.
4. Cuando se trata de un tema conflictivo parece ser habitual que el autor introduzca elementos subjetivos, como si no pudiera evitar la intromisión apasionada de su punto de vista en la argumentación.
5. Es frecuente también la utilización de frases irónicas, que tienden a desestimar los argumentos opuestos a la tesis presentada. La ironía da por verdadera y seria una afirmación evidentemente falsa; tiene como finalidad reprochar algo al interlocutor, o hacerle partícipe de la burla o indignación del autor.
6. Ha de conseguirse la coherencia en su estructuración interna y también ha de observarse la claridad en la elocución.
7. El uso de la repetición potencia el efecto de convicción en el lector y favorece la cohesión entre las oraciones de un párrafo. No resulta adecuada en textos científicos, pues no aporta nada nuevo.
8. Es frecuente el empleo de tecnicismos correspondientes a la disciplina de la que trate el texto.
9. Se utiliza una sintaxis compleja, con largos períodos oracionales. Predomina la subordinación, más acorde con la expresión del razonamiento.
10. Se usan también los incisos cuya finalidad es la de aclarar algún aspecto que si bien se considera secundario, puede servir de apoyo al hecho principal.
Decálogo para elaborar un texto argumentativo
1. Determinar claramente cuál es la tesis del texto.
2. Definir el receptor a quien va dirigido el texto.
3. Cualquier afirmación ha de estar sustentada por una serie de argumentos, por lo que habrá que buscar todos los argumentos posibles a favor de la tesis.
4. Tener en consideración las opiniones, creencias y valores del destinatario para elegir aquellos argumentos que mejor puedan convencerle y desestimar los restantes.
5. Deben preverse las posibles objeciones del adversario a dichos argumentos.
6. Una buena introducción contribuye a captar la aprobación del auditorio.
7. El orden de los argumentos es un factor esencial. En beneficio del mismo, se evitarán las divagaciones, que podrían entorpecer la comprensión. Los argumentos más sólidos se deben incluir al final.
8. La conclusión debe tener fuerza e interés para ganar la complacencia del auditorio.
9. Emplear la lengua de forma adecuada, concisa y clara, sin renunciar a la ayuda que pueden proporcionar los recursos literarios.
10. Si la exposición es oral, conviene memorizar de modo general el texto para producir una buena impresión de seguridad en los oyentes.
Fuente: http://recursos.cnice.mec.es/lengua/profesores/eso2/t3/teoria_1.htm#arriba
Nota: damos las gracias a la profa. Adlin Prieto por estos materiales.
Por ejemplo, María le dice a Juan: Deja de fumar, que te vas a destrozar los pulmones. María ha expresado una petición argumentándola (el tabaco perjudica los pulmones) para así justificar la conclusión a la que quiere llegar: No hay que fumar.
Si la persona que argumenta conoce en profundidad el tema del que habla, diremos que es un emisor cualificado. En cambio, cuando el hablante que argumenta transmite un mensaje elaborado por otros (los testimonios de famosos en la publicidad, por ejemplo), diremos que es un emisor interpuesto.
La argumentación y la exposición están estrechamente relacionadas: se expone para informar de algo y esta exposición se puede argumentar para convencer y persuadir de alguna propuesta. Ambas se pueden presentar de forma independiente. Sin embargo, frecuentemente se unen para formar textos expositivo-argumentativo: editoriales, reportajes, ensayos, críticas, informes, solicitudes, alegaciones, opiniones, tesis, sentencias...
Estructuración
Un texto argumentativo consta de:
1. Tesis. Es la idea fundamental en torno a la que se reflexiona; puede aparecer al principio o al final del texto. Ha de presentarse clara y objetivamente. Puede encerrar en sí varias ideas, aunque es aconsejable que no posea un número excesivo de ellas, pues provocaría la confusión en el receptor y la defensa de la misma entrañaría mayores dificultades.
2. Cuerpo argumentativo. Despliega la idea o ideas que se pretende demostrar desde dos perspectivas: una de defensa de ellas, y otra de refutación contra previsibles objeciones. Esta última actitud no es necesario que esté presente, pero sí la primera. Consta, por tanto, de:
A. Argumentos. Una vez expuesta la tesis, comienza el razonamiento en sí, es decir, se van ofreciendo los argumentos para confirmarla o rechazarla.
B. Refutación. Puede hacerse de una tesis admitida o de las posibles objeciones que podría hacer el adversario a un argumento concreto.
3. Conclusión. El autor, en su demostración, reflexiona sobre el tema desde todos los ángulos, hasta llegar al objetivo deseado, que se ofrece como conclusión, a menudo anunciada al comienzo del escrito. Puede presentarse de varias formas:
A. Afirmación de una tesis. El contenido que desarrolla el autor se presta en su final a abstraer de los datos o ejemplos aducidos una idea general, explicativa del problema o de los fenómenos que se traten, la cual asume un rango de tesis.
B. Con carácter sugeridor. Este tipo de conclusiones se distinguen porque el escrito, si bien en el estadio final recoge en síntesis la idea sustancial de la exposición, no llega a hacer como definitivo su razonamiento o a completar su información. El autor apunta sugerencias para futuros trabajos, abriendo caminos hacia otras perspectivas antes de poner punto final a su propio texto.
Estrategias discursivas
Las estrategias argumentativas son todos aquellos procedimientos discursivos que, de modo intencional y consciente, utiliza el hablante o el escritor para incrementar la eficacia del discurso al convencer o persuadir al destinatario en una situación comunicativa donde exista la argumentación.
- Definición (se parte de una definición para crear concenso)
- Referencias (históricas, literarias, etc.)
- Citas / citas de autoridad ( se apela a las autoridades en el tema para dar fuerza al planteamiento)
- Preguntas retóricas (para provocar la reflexión del lector)
- Contra-argumentación (anticipar y desmontar las posibles críticas a los argumentos propuestos)
- Ejemplificacion (casos concretos)
- Comparación
• Metáfora
• Analogía (asociación de dos hechos o ideas por similitud)
• Contraste / contraposición (dos posturas o ideas divergentes)
- Concesión (se reconoce cierta validez en posiciones contrarias a la propia)
- Ironía
- Datos / hechos / cifras / estadísticas
- Anécdotas
- Opiniones personales
Características lingüísticas
1. La distribución del razonamiento en párrafos ayuda a asimilar mejor el contenido, a la vez que favorece la organización de las ideas. Es indudable que un texto debidamente fragmentado en párrafos es más fácilmente interpretado y asimilado que un texto indiviso.
2. Los nexos aseguran la evolución progresiva del texto, pues delimitan los párrafos entre sí, además de señalar los cambios de contenido y de reflejar cualquier variación que se produzca en el desarrollo del tema (conexión, restricción, oposición, relación causa-consecuencia, etc.). Suelen ser frecuentes los nexos consecutivos que introducen la conclusión a la que se ha llegado tras el razonamiento y que consolidan, por tanto, la opinión del autor. (en definitiva, en consecuencia, de este modo...).
3. Normalmente se emplea la oración de modalidad enunciativa, con el fin de transmitir una total objetividad. Por el contrario, las modalidades exclamativas, interrogativas o dubitativas son más frecuentes en textos donde se acentúa la actitud personal del escritor.
4. Cuando se trata de un tema conflictivo parece ser habitual que el autor introduzca elementos subjetivos, como si no pudiera evitar la intromisión apasionada de su punto de vista en la argumentación.
5. Es frecuente también la utilización de frases irónicas, que tienden a desestimar los argumentos opuestos a la tesis presentada. La ironía da por verdadera y seria una afirmación evidentemente falsa; tiene como finalidad reprochar algo al interlocutor, o hacerle partícipe de la burla o indignación del autor.
6. Ha de conseguirse la coherencia en su estructuración interna y también ha de observarse la claridad en la elocución.
7. El uso de la repetición potencia el efecto de convicción en el lector y favorece la cohesión entre las oraciones de un párrafo. No resulta adecuada en textos científicos, pues no aporta nada nuevo.
8. Es frecuente el empleo de tecnicismos correspondientes a la disciplina de la que trate el texto.
9. Se utiliza una sintaxis compleja, con largos períodos oracionales. Predomina la subordinación, más acorde con la expresión del razonamiento.
10. Se usan también los incisos cuya finalidad es la de aclarar algún aspecto que si bien se considera secundario, puede servir de apoyo al hecho principal.
Decálogo para elaborar un texto argumentativo
1. Determinar claramente cuál es la tesis del texto.
2. Definir el receptor a quien va dirigido el texto.
3. Cualquier afirmación ha de estar sustentada por una serie de argumentos, por lo que habrá que buscar todos los argumentos posibles a favor de la tesis.
4. Tener en consideración las opiniones, creencias y valores del destinatario para elegir aquellos argumentos que mejor puedan convencerle y desestimar los restantes.
5. Deben preverse las posibles objeciones del adversario a dichos argumentos.
6. Una buena introducción contribuye a captar la aprobación del auditorio.
7. El orden de los argumentos es un factor esencial. En beneficio del mismo, se evitarán las divagaciones, que podrían entorpecer la comprensión. Los argumentos más sólidos se deben incluir al final.
8. La conclusión debe tener fuerza e interés para ganar la complacencia del auditorio.
9. Emplear la lengua de forma adecuada, concisa y clara, sin renunciar a la ayuda que pueden proporcionar los recursos literarios.
10. Si la exposición es oral, conviene memorizar de modo general el texto para producir una buena impresión de seguridad en los oyentes.
Fuente: http://recursos.cnice.mec.es/lengua/profesores/eso2/t3/teoria_1.htm#arriba
Nota: damos las gracias a la profa. Adlin Prieto por estos materiales.
jueves, 26 de noviembre de 2009
martes, 24 de noviembre de 2009
SOBRE LA FELICIDAD
ELOGIO DEL MALESTAR
Rosa Montero
En las sociedades ricas y seguras cada vez soportamos menos el dolor. En primer lugar, el dolor físico. De lo cual, en líneas generales, me congratulo, porque es una consecuencia del avance médico y técnico, y porque no creo que uno deba sufrir en su carne si puede evitarlo. Aun así, lo cierto es que nos estamos convirtiendo en unos seres blandengues y quejicas. Por ejemplo, durante toda la historia de la Humanidad, y hasta hace muy poco (en algunos países aún es así), la gente se sacaba las muelas a lo vivo, cosa que de sólo pensarla me produce vahídos. Y, sin embargo, nuestros antepasados lo aguantaban. No añoro ni por asomo esos tiempos rudos y épicos, pero lo cierto es que nuestra actual dependencia de todo tipo de analgésicos y anestesias nos ha hecho probablemente más felices, pero también físicamente más débiles y más menesterosos.
Pero lo que encuentro verdaderamente preocupante e incluso peligroso es nuestra falta de resistencia ante el dolor vital. Qué digo dolor, ni siquiera eso: hoy en día no soportamos ni el más pequeño malestar. Aturdidos, envenenados y engañados por la imagen del mundo que nos ofrecen las películas, los programas de televisión y, sobre todo, la publicidad, tendemos a creer que la vida es una fiesta permanente llena de familias felices correteando con sus preciosos perros por campos primaverales, de amores que no acaban nunca, de ejecutivos con trabajos apasionantes e importantísimos, de cocinas impecables en las que las amas de casa (todas ellas guapas y vivaces) se lo pasan bomba, de una cotidianidad siempre triunfal. ¡Pero si hasta limpiar una pila llena de cacharros grasientos parece ser un auténtico jolgorio! Y cuando algún anuncio refleja un malestar, un dolor de cabeza, un comienzo de gripe, enseguida, tras la correspondiente medicina, la felicidad vuelve a estallar en un paroxismo jubiloso.
El concepto actual de la felicidad es relativamente moderno. Durante la Edad Media, por ejemplo, la gente vivía instalada en lo contrario, en la aceptación del dolor como único destino, en el llanto perpetuo de la pérdida del Paraíso y el entendimiento de este mundo como valle de lágrimas. Hasta el siglo XII, el modelo imperante de la existencia humana era el santo Job, que se lamía las llagas y se revolcaba en el estiércol, aceptando mansamente descomunales pesadumbres. Pero después, a medida que se fue desarrollando la conciencia individual, los humanos fuimos aspirando más y más a conseguir el gozo en este mundo. En el siglo XVIII, explosivo y revolucionario, se escribieron numerosos Discursos sobre la Felicidad que ya planteaban el tema en términos modernos: “No me puedo creer que haya venido a este mundo para ser desdichada”, decía Madame du Châtelet. Es una afirmación plenamente contemporánea y un logro en el desarrollo del ser humano.
Pero una cosa es aspirar a ser feliz y saber que tienes derecho a ello, y otra esta ramplona obligatoriedad de la dicha perpetua. Hoy la gente no soporta la más mínima inquietud o pesadumbre. O bien nos aturdimos compulsivamente para no sentir y no pensar, o bien nos espantamos y nos creemos deprimidos o en crisis. Pero el problema es que la existencia es siempre crítica, siempre inestable, siempre irregular. No es posible vivir sin altibajos, sin miedos, sin frustraciones, sin penas, sin dolor, sin desasosiego. No se puede vivir sin cosechar fracasos. Luego, claro está, también existen los momentos perfectos, los triunfos, las risas, los diversos amores, toda esa belleza que seremos más capaces de apreciar si aceptamos, precisamente, la cuota de malestar. Porque la vida es muy hermosa, pero duele.
Hace dos o tres años entrevisté a Lucía Bosé. En un momento determinado, le pregunté cómo eran sus días en el minúsculo pueblecito segoviano en el que reside. Se quedó pensando unos instantes y dijo: “Cuando llegas a los setenta años, por la mañana te despiertas y te preguntas: ¿Me levanto, o no me levanto? Porque mi mente sí se levanta, pero mi cuerpo no se quiere levantar… y entonces es esa lucha. Al final te levantas y te tomas un café doble bien cargado y después ya arrancas tu vida”. Me pareció una respuesta hermosa, el reconocimiento de ese cuerpo de articulaciones doloridas, del desasosiego de la vejez. Del malestar. Y a pesar de eso, o quizá justo por eso, toda la intensidad de la existencia. Señoras y señores, esto es la vida.
***
ESTE MUNDO TAN FELIZ
Rosa Montero
He aquí una noticia insospechada: el ser humano es un animal esencialmente feliz. O eso parece deducirse de un montón de estudios y de encuestas. Ya sé que resulta difícil de creer, porque la insatisfacción nos corroe, perseguimos quimeras, alimentamos frustraciones y somos por definición bichos inquietos. Por no hablar de los dolores habituales de la vida (la enfermedad, la pérdida, la muerte) y de los horrores que nos infligimos unos a otros: guerras, torturas, abusos y miserias. Por lo general tenemos el sufrimiento de la existencia tan presente que tendemos a concebir el mundo como un valle de lágrimas, y la desdicha nos parece mucho más abundante y más auténtica. Por ejemplo, según cifras de la OMS, cada día se suicidan 3.000 personas en el planeta, lo que viene a ser una cada treinta segundos. Este dato, espectacular, no lo ponemos en duda, desde luego, y ni tan siquiera nos sorprende. Estamos habituados a pensar en el aplastante peso de la vida.
Y, sin embargo, todo parece indicar que, a poco que le dejen, el ser humano intenta ser dichoso y lo consigue. Diversas investigaciones demuestran que, en tiempos de paz, la mayoría de los individuos se consideran a sí mismos más felices que infelices. He aquí una pregunta curiosa y digna de hacérsela uno mismo: si tuvieras que puntuar tu felicidad o tu grado de satisfacción ante la vida del 1 al 10, siendo 1 la desdicha absoluta y 10 la dicha más completa, ¿qué nota te darías? Cruzo artesanal y burdamente los complejos datos de varias encuestas (algunas tan enormes como la World Values Survey, sobre una muestra de 118.000 personas procedentes de 96 países) y me encuentro con que, de media, los individuos que escogen el 1 suman más o menos un 5%, mientras que los que se califican con un 10 están en torno al 12%. Lo cual es asombroso: si me hubieran preguntado antes de ver los resultados, hubiera predicho que nadie o casi nadie se otorgaría a sí mismo un diez redondo. En total, más de un 60% de las personas se ponen una nota de 6 o superior.
Y, por lo visto, esa felicidad tiende a aumentar, y desde luego parece tener una relación directa con el desarrollo económico, cultural y democrático. Los ricos también lloran, pero menos. Hay un trabajo interesantísimo de la ya citada World Values Survey sobre la evolución de la felicidad en 24 países en las últimas décadas. En este caso, la tabla de medidas va del 1 (nada feliz) al 4 (totalmente feliz). La media de todos los países está en torno al 3. Tres países, Suiza, Estados Unidos y Noruega, no muestran ni aumento ni disminución en su percepción de felicidad en los últimos treinta años; cuatro son un poco más infelices (Austria, Bélgica, Gran Bretaña y Alemania del Oeste), y el resto han subido. Entre ellos España, que, de 1981 a 2006, tortuguea en una lentísima, ínfima ascensión desde el 3 hacia el 3,1. Por cierto que no es, ni con mucho, el mejor resultado; por ejemplo, Irlanda, de 1977 a1999, subió de 3,1 a 3,4. Y Puerto Rico, de 2,9 a 3,5 entre 1963 y 2006. Nosotros estamos actualmente más o menos al nivel de la India, que ha subido de 2,6 a casi 3,1 desde 1975 hasta ahora. O sea que mucho alardear de nuestro carácter jaranero, de las fiestas y las copas y los amigos, del sol español y demás pamplinas, pero somos relativamente menos dichosos que la mayoría.
Y, aun así, lo maravilloso es comprobar que también somos mayoritariamente felices. Si nuestra media es de 3, eso quiere decir que nos estamos otorgando un notable alto.
Pero aún hay algo más: recientes investigaciones psicológicas parecen demostrar que los más felices (ese 12% que está arriba del todo) no son aquellos a quienes les va mejor en la vida. Un poquito menos de felicidad ayuda a ser más longevo (los ultrafelices tienden a desdeñar preocupaciones y miedos que a menudo son útiles avisos), a ganar más dinero, a desarrollarse más intelectualmente y a tener más éxito (porque cierta insatisfacción espolea la vida). Los mejores resultados, en fin, se consiguen en torno a una puntuación de 8 o de 9. O sea que esta maravillosa vitalidad nuestra, tenaz y adaptativa, no sólo nos ha regalado una propensión básica a la dicha, una alegría orgánica, innata y animal, sino que también le ha dejado un lugar y le ha dado una utilidad al dolor, al malestar y la melancolía. Qué prodigio, la vida.
***
MECANISMOS DE LA FELICIDAD HUMANA
Autora: Stefany Carrillo
Carnet USB: 0810186
ENSAYO PARA EL CONCURSO
“SEGUNDO SERRANO PONCELA”
EDICIÓN 2009
Sartenejas, 23 de abril de 2009.
En una encuesta del World Values Survey que pretendía determinar los índices de felicidad en el mundo, se le preguntó a la gente: “¿Diría usted que es muy feliz, bastante feliz, no muy feliz o nada feliz?”. Los resultados demostraron que el país más feliz del mundo era Venezuela, donde el 55% de los encuestados dijeron ser “muy felices”. A pesar de esto, resulta curioso que los mismos venezolanos no se encuentran complacidos con su propio récord; basta escuchar las opiniones sobre el tema, donde ellos declaran que la situación inestable del país no los hace felices. ¿Qué motivo los ha hecho cambiar de posición?
La pregunta realizada en la encuesta es una clave importante. Se le pide al individuo que elija una categoría según qué tan feliz se sienta y luego estas respuestas se clasifican por el país donde fueron elaboradas; esto significa que la pregunta no incluía el lugar de residencia como un factor directo que modificase la valoración. Sin embargo, es interesante observar que al sustituir la interrogante por “¿Qué tan feliz se considera en este país?” las repuestas cambian drásticamente.
Ambas encuestas parecen dar a conocer dos tipos de felicidad distinta: en la primera los venezolanos se dicen estar rodeados de amigos y seres queridos, sonríen ante las dificultades, se describen como alegres y divertidos, disfrutan de su cultura y, en consecuencia, dicen sentirse muy felices. Pero al incluir en esta valoración la sensación que les produce la situación del país, comienzan a surgir cientos de quejas por necesidades no satisfechas: alegan sentirse inseguros, preocupados, sin libertad, inestables y, por tanto, no tan felices.
Entonces, ¿los venezolanos son muy felices, pero no tanto? Los criterios tomados en cuenta son muy distintos. Al contestar la encuesta que les otorgaría el récord Guiness ellos valoraron más bien una felicidad que tenía que ver con su situación sentimental. Es una felicidad emotiva, espiritual. Mientras que al mencionarlos como los habitantes del país “más feliz del mundo” se sienten contrariados, “¿¡pero si en Venezuela paso tanto trabajo!?”; en este caso hablan más bien de una felicidad que se refiere a la satisfacción de sus necesidades.
Estas reacciones han revelado que al parecer la felicidad consta de dos partes: la felicidad subjetiva (de tipo emocional) y la felicidad objetiva, que se produce como resultado inmediato de la satisfacción.
Aunque la felicidad como sensación puede describirse del mismo modo para cualquier individuo, la forma de conseguirla varía según el tipo de sociedad donde se desenvuelva. La cultura y los valores que se le hayan inculcado al sujeto influyen directamente en los criterios que considere para conseguir felicidad.
En el mundo occidental nos presentan ideales de felicidad que se basan en la búsqueda del placer, la perfección y el éxito social; y aunque podemos llamar esto como felicidad objetiva, puede causar incluso un efecto más bien de infelicidad y vacío. Entonces, ¿son completamente errados estos criterios? Quizás no del todo mientras estos no se conviertan en un fin, sino en un medio para alcanzar una felicidad “plena”, es decir, cuando logra complementarse con la felicidad subjetiva.
Hay que darse cuenta que de por sí sola, la felicidad objetiva no es verdadera. Cumplir metas y satisfacer necesidades no implican felicidad real, sin importar cuanto esfuerzo requiera ni con cuanto anhelo lo deseemos. Recordemos la película de Orson Welles, “Ciudadano Kane”. La historia cuenta que Kane, un hombre de origen humilde, tras muchos años de educación y esfuerzo consigue manejar una gran fortuna y hacer todo lo que se propone: posición social, gran cantidad de bienes materiales, influencia político-económica, mujeres, entre tantas cosas, y no obstante al final de su vida no es feliz. ¿No era todo esto lo que garantizaba la felicidad? Kane carecía de afecto y verdadero trato humano, y su último pensamiento no fue sino para un objeto cargado de valor emocional, el cual evocaba el recuerdo nostálgico de una época en la que fue feliz y sin embargo no tenía nada. Antes de morir, Kane se da cuenta de que jamás obtuvo en su vida lo que en realidad quería. Es decir, todas las cosas que logró no eran un fin, como él mismo en vida creyó, sino que había algo más dentro de él que reclamaba ser atendido y que ninguna de estas cosas logró hacerlo.
Pensar con detenimiento y a fondo qué es lo que en realidad se quiere no es tan sencillo, y la respuesta puede variar en cada persona. No existe una pauta a seguir para cubrir la felicidad subjetiva, como la hay para la satisfacción de comer cuando se tiene hambre o dormir cuando se tiene sueño. Hay una escena en la película “Nosferatu: Phatom der nacht” de 1979, donde Drácula frente a Lucy le menciona que “lo realmente doloroso es vivir toda una eternidad sin amor”. Drácula no se refiere en sí al amor de pareja, sino al afecto que por su naturaleza le ha sido negado. A pesar de su fortuna, sus poderes sobrenaturales y su inmortalidad, Drácula lo único que anhela es sentirse humano, o mejor dicho, sentir “humanidad”.
Si hay alguna manera de generalizar la felicidad emotiva y el modo de alcanzarla podría ser humanidad. Algunos la identifican como tranquilidad espiritual, mientras otros dicen sentirla cuando son útiles a los demás; unos la perciben cuando están rodeados de amigos, otros la prefieren en la soledad que les permite estar consigo mismos. Hay tantas formas de felicidad emocional como personas en el mundo, pero lo que la caracteriza es la humanidad. Las hormigas, por ejemplo, no se preocupan por todas estas cosas y logran exitosamente su objetivo de supervivencia, el cual es la verdadera finalidad de toda forma de vida. Los seres humanos también buscamos “supervivir”, pero nos diferenciamos mucho en complejidad al resto de las especies, y por nuestra capacidad de razonar y necesidad de respuesta a nuestras dudas, la búsqueda de la felicidad se trasforma en un valor agregado a dicha complejidad. Pero esta búsqueda puede volverse nociva: al igual que Drácula, hemos destruido tanto y hecho tanto daño buscando felicidad que nuestra capacidad de supervivir parece agotarse, nos hacemos egoístas, nos “deshumanizamos” y nos hacemos desmerecedores de la felicidad.
La “deshumanización” se debe a que nuestros criterios no fueron verdaderamente acertados. Nos llenamos de lujo y placer, intentamos alejarnos del dolor y buscamos la perfección intentando alcanzar esa tan codiciada sensación de bienestar pleno, sin detenernos a pensar las consecuencias que esto acarreará tanto para los demás como para nosotros mismos. Sin embargo, una vida llena de pobreza material e insatisfacción no nos traerá felicidad, no al menos al dejar de ser suficientes para nuestra autorrealización y tranquilidad.
Podemos imaginar un grupo familiar unido cuyo bienestar emocional de sus integrantes es aparentemente bastante elevado; podría deberse esto a sólidos vínculos afectivos, respeto, confianza, comunicación, entre otras cosas que brindan cierta paz interior con respecto al conjunto de personas con quienes se conviven a diario. A pesar de esto, ciertas situaciones de origen material pueden ir contrarias a esta felicidad y reducirla en consecuencia: las sensaciones de frustración al no poder conseguir lo que se quiere, la angustia provocada por deudas económicas, la nostalgia por un ser querido, las necesidades insatisfechas de seguridad y salud, seguido de una extensa lista de realidades cuyo impacto poco a poco va erosionando la felicidad plena. La felicidad subjetiva complementa la felicidad emocional; en el caso de que la primera sea escasa se verá afectada la segunda, o bien, cuando estas no se complementan, decaen, siendo siempre la felicidad plena la que está en juego.
No obstante, por más que nos esforcemos en atender la felicidad objetiva y la felicidad subjetiva por igual, podemos conseguir felicidad plena pero no constante. El mismo hecho de “esforzarnos” por conseguirlo nos llenaría de frustraciones y sinsabores debido a miles de factores que son impredecibles e imposibles de cambiar. Conseguir la felicidad se transformaría además en una meta en busca de satisfacción, y como se ha mencionado antes, cumplir objetivos no es verdadera fuente de bienestar. La situación emocional de un individuo es variable en el espacio, en el tiempo y en él mismo, sin contar los innumerables sucesos que van más allá de la manipulación del sujeto que sin duda afectarán su vida material y espiritual a la vez. Al igual de lo que propone la teoría del caos, los procesos de la realidad dependen de un enorme conjunto de circunstancias inciertas que no podemos manejar. En otras palabras, los hechos contrarios a la felicidad por más, que los rechacemos, existen y se presentaran en nuestra vida sin que podamos evitarlo. Sucede al igual como no podemos evitar un accidente: por más medidas que tomemos, un sencillo incidente puede desencadenar en sucesos mucho más grandes. ¿Quién podía impedirlo? ¿Quién podía elegir quién saldría afectado o quién no? ¿Quién podía predecir el lugar y el momento en que se produciría el accidente? Ciertamente, nadie puede. No está en las manos humanas modificar los acontecimientos directamente, pero lo que si podemos hacer es decidir la manera de afrontarlos.
En la naturaleza nada es uniforme y permanente, sino que se consigue la estabilidad en el equilibrio entre elementos contrastantes, comprende de ciclos y de cambios continuos. No puede existir por tanto, felicidad sin una dosis de desdicha. En consecuencia se puede decir que no existe felicidad plena constante. Aún si pudiera ser así, dejaría de existir la felicidad, o al menos la desafortunada persona que la viviera no se daría cuenta. Nadie puede comer con gusto si jamás ha sentido hambre, ¿quién puede valorar lo que tiene si no ha sabido jamás lo que significa no tenerlo?
Sin duda, en la naturaleza no está prevista la felicidad constante, y al ser nosotros parte de ella, hemos de aceptar humildemente que la felicidad no será eterna. Debemos admitir que el mundo tiene muchas más tonalidades que el color rosa. No podemos huir de los otros colores, aunque también es cierto que somos libres de admirar los que más nos gusten. La felicidad plena pertenece a esa parte del mundo que todos deseamos, pero también viene acompañada de esa parte contraria que incluso, la hace ser aún más deseable. La manera de enfrentar la parte contraria es lo que definirá de nuevo la felicidad. Es comprender quizás que hasta los demás colores son necesarios para componer de nuevo un tono rosa.
Aristóteles decía que el alma es algo más propio del hombre que la materia. Por tanto, declaraba que una felicidad humana tendría más que ver con las actividades del alma que las del cuerpo, aunque sin despreciar las necesidades físicas dentro del bienestar. Por supuesto, este concepto al incluir al alma ya nos expresa la complejidad relacionada con la humanidad. Tal vez la visión de Aristóteles sea la más completa de todas. La felicidad es un mecanismo complicado, al igual que los seres humanos, que no puede ser sistematizado sino que funciona a partir de las “actividades del alma”, la humanidad. Y estas actividades del alma son difíciles de hallar y enriquecer, pero son los mismos individuos quienes tienen que emprender esta búsqueda por sí mismos, en sí mismos.
Aunque quizás puedan la felicidad subjetiva y objetiva reconocerse en cierto modo y hablase de ellas por separado, esto sólo se logra hasta cierto punto, pues una vez que se comienza a hablar de una es imposible excluir la otra. No puede establecerse un límite entre ambos tipos de felicidad, no se puede saber dónde termina una y dónde comienza la otra. Sin guías que nos indiquen un camino, una serie de pasos que demarquen la vía a la felicidad, la única manera de conseguirla es comprendiendo quizás su efecto en la naturaleza humana. La felicidad objetiva y subjetiva pueden comportarse como dos engranajes que dependen el uno del otro para funcionar; forzarlos puede destruir el mecanismo y enfocarse en uno de ellos solamente no será suficiente. El resultado de este conjunto sería una felicidad plena que, aunque no queramos, puede en algún momento decaer. Es precisamente cuando hacemos frente a las situaciones de desdicha que comenzamos a hacer funcionar el mecanismo una vez más, y así acercarnos de nuevo a la plenitud de la felicidad. Aunque puede que hasta la felicidad no vuelva a ser la misma; la manera de verla cambia, porque nosotros también cambiamos. La felicidad es humana, y de allí que también sea imperfecta como nosotros.
Rosa Montero
En las sociedades ricas y seguras cada vez soportamos menos el dolor. En primer lugar, el dolor físico. De lo cual, en líneas generales, me congratulo, porque es una consecuencia del avance médico y técnico, y porque no creo que uno deba sufrir en su carne si puede evitarlo. Aun así, lo cierto es que nos estamos convirtiendo en unos seres blandengues y quejicas. Por ejemplo, durante toda la historia de la Humanidad, y hasta hace muy poco (en algunos países aún es así), la gente se sacaba las muelas a lo vivo, cosa que de sólo pensarla me produce vahídos. Y, sin embargo, nuestros antepasados lo aguantaban. No añoro ni por asomo esos tiempos rudos y épicos, pero lo cierto es que nuestra actual dependencia de todo tipo de analgésicos y anestesias nos ha hecho probablemente más felices, pero también físicamente más débiles y más menesterosos.
Pero lo que encuentro verdaderamente preocupante e incluso peligroso es nuestra falta de resistencia ante el dolor vital. Qué digo dolor, ni siquiera eso: hoy en día no soportamos ni el más pequeño malestar. Aturdidos, envenenados y engañados por la imagen del mundo que nos ofrecen las películas, los programas de televisión y, sobre todo, la publicidad, tendemos a creer que la vida es una fiesta permanente llena de familias felices correteando con sus preciosos perros por campos primaverales, de amores que no acaban nunca, de ejecutivos con trabajos apasionantes e importantísimos, de cocinas impecables en las que las amas de casa (todas ellas guapas y vivaces) se lo pasan bomba, de una cotidianidad siempre triunfal. ¡Pero si hasta limpiar una pila llena de cacharros grasientos parece ser un auténtico jolgorio! Y cuando algún anuncio refleja un malestar, un dolor de cabeza, un comienzo de gripe, enseguida, tras la correspondiente medicina, la felicidad vuelve a estallar en un paroxismo jubiloso.
El concepto actual de la felicidad es relativamente moderno. Durante la Edad Media, por ejemplo, la gente vivía instalada en lo contrario, en la aceptación del dolor como único destino, en el llanto perpetuo de la pérdida del Paraíso y el entendimiento de este mundo como valle de lágrimas. Hasta el siglo XII, el modelo imperante de la existencia humana era el santo Job, que se lamía las llagas y se revolcaba en el estiércol, aceptando mansamente descomunales pesadumbres. Pero después, a medida que se fue desarrollando la conciencia individual, los humanos fuimos aspirando más y más a conseguir el gozo en este mundo. En el siglo XVIII, explosivo y revolucionario, se escribieron numerosos Discursos sobre la Felicidad que ya planteaban el tema en términos modernos: “No me puedo creer que haya venido a este mundo para ser desdichada”, decía Madame du Châtelet. Es una afirmación plenamente contemporánea y un logro en el desarrollo del ser humano.
Pero una cosa es aspirar a ser feliz y saber que tienes derecho a ello, y otra esta ramplona obligatoriedad de la dicha perpetua. Hoy la gente no soporta la más mínima inquietud o pesadumbre. O bien nos aturdimos compulsivamente para no sentir y no pensar, o bien nos espantamos y nos creemos deprimidos o en crisis. Pero el problema es que la existencia es siempre crítica, siempre inestable, siempre irregular. No es posible vivir sin altibajos, sin miedos, sin frustraciones, sin penas, sin dolor, sin desasosiego. No se puede vivir sin cosechar fracasos. Luego, claro está, también existen los momentos perfectos, los triunfos, las risas, los diversos amores, toda esa belleza que seremos más capaces de apreciar si aceptamos, precisamente, la cuota de malestar. Porque la vida es muy hermosa, pero duele.
Hace dos o tres años entrevisté a Lucía Bosé. En un momento determinado, le pregunté cómo eran sus días en el minúsculo pueblecito segoviano en el que reside. Se quedó pensando unos instantes y dijo: “Cuando llegas a los setenta años, por la mañana te despiertas y te preguntas: ¿Me levanto, o no me levanto? Porque mi mente sí se levanta, pero mi cuerpo no se quiere levantar… y entonces es esa lucha. Al final te levantas y te tomas un café doble bien cargado y después ya arrancas tu vida”. Me pareció una respuesta hermosa, el reconocimiento de ese cuerpo de articulaciones doloridas, del desasosiego de la vejez. Del malestar. Y a pesar de eso, o quizá justo por eso, toda la intensidad de la existencia. Señoras y señores, esto es la vida.
***
ESTE MUNDO TAN FELIZ
Rosa Montero
He aquí una noticia insospechada: el ser humano es un animal esencialmente feliz. O eso parece deducirse de un montón de estudios y de encuestas. Ya sé que resulta difícil de creer, porque la insatisfacción nos corroe, perseguimos quimeras, alimentamos frustraciones y somos por definición bichos inquietos. Por no hablar de los dolores habituales de la vida (la enfermedad, la pérdida, la muerte) y de los horrores que nos infligimos unos a otros: guerras, torturas, abusos y miserias. Por lo general tenemos el sufrimiento de la existencia tan presente que tendemos a concebir el mundo como un valle de lágrimas, y la desdicha nos parece mucho más abundante y más auténtica. Por ejemplo, según cifras de la OMS, cada día se suicidan 3.000 personas en el planeta, lo que viene a ser una cada treinta segundos. Este dato, espectacular, no lo ponemos en duda, desde luego, y ni tan siquiera nos sorprende. Estamos habituados a pensar en el aplastante peso de la vida.
Y, sin embargo, todo parece indicar que, a poco que le dejen, el ser humano intenta ser dichoso y lo consigue. Diversas investigaciones demuestran que, en tiempos de paz, la mayoría de los individuos se consideran a sí mismos más felices que infelices. He aquí una pregunta curiosa y digna de hacérsela uno mismo: si tuvieras que puntuar tu felicidad o tu grado de satisfacción ante la vida del 1 al 10, siendo 1 la desdicha absoluta y 10 la dicha más completa, ¿qué nota te darías? Cruzo artesanal y burdamente los complejos datos de varias encuestas (algunas tan enormes como la World Values Survey, sobre una muestra de 118.000 personas procedentes de 96 países) y me encuentro con que, de media, los individuos que escogen el 1 suman más o menos un 5%, mientras que los que se califican con un 10 están en torno al 12%. Lo cual es asombroso: si me hubieran preguntado antes de ver los resultados, hubiera predicho que nadie o casi nadie se otorgaría a sí mismo un diez redondo. En total, más de un 60% de las personas se ponen una nota de 6 o superior.
Y, por lo visto, esa felicidad tiende a aumentar, y desde luego parece tener una relación directa con el desarrollo económico, cultural y democrático. Los ricos también lloran, pero menos. Hay un trabajo interesantísimo de la ya citada World Values Survey sobre la evolución de la felicidad en 24 países en las últimas décadas. En este caso, la tabla de medidas va del 1 (nada feliz) al 4 (totalmente feliz). La media de todos los países está en torno al 3. Tres países, Suiza, Estados Unidos y Noruega, no muestran ni aumento ni disminución en su percepción de felicidad en los últimos treinta años; cuatro son un poco más infelices (Austria, Bélgica, Gran Bretaña y Alemania del Oeste), y el resto han subido. Entre ellos España, que, de 1981 a 2006, tortuguea en una lentísima, ínfima ascensión desde el 3 hacia el 3,1. Por cierto que no es, ni con mucho, el mejor resultado; por ejemplo, Irlanda, de 1977 a1999, subió de 3,1 a 3,4. Y Puerto Rico, de 2,9 a 3,5 entre 1963 y 2006. Nosotros estamos actualmente más o menos al nivel de la India, que ha subido de 2,6 a casi 3,1 desde 1975 hasta ahora. O sea que mucho alardear de nuestro carácter jaranero, de las fiestas y las copas y los amigos, del sol español y demás pamplinas, pero somos relativamente menos dichosos que la mayoría.
Y, aun así, lo maravilloso es comprobar que también somos mayoritariamente felices. Si nuestra media es de 3, eso quiere decir que nos estamos otorgando un notable alto.
Pero aún hay algo más: recientes investigaciones psicológicas parecen demostrar que los más felices (ese 12% que está arriba del todo) no son aquellos a quienes les va mejor en la vida. Un poquito menos de felicidad ayuda a ser más longevo (los ultrafelices tienden a desdeñar preocupaciones y miedos que a menudo son útiles avisos), a ganar más dinero, a desarrollarse más intelectualmente y a tener más éxito (porque cierta insatisfacción espolea la vida). Los mejores resultados, en fin, se consiguen en torno a una puntuación de 8 o de 9. O sea que esta maravillosa vitalidad nuestra, tenaz y adaptativa, no sólo nos ha regalado una propensión básica a la dicha, una alegría orgánica, innata y animal, sino que también le ha dejado un lugar y le ha dado una utilidad al dolor, al malestar y la melancolía. Qué prodigio, la vida.
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MECANISMOS DE LA FELICIDAD HUMANA
Autora: Stefany Carrillo
Carnet USB: 0810186
ENSAYO PARA EL CONCURSO
“SEGUNDO SERRANO PONCELA”
EDICIÓN 2009
Sartenejas, 23 de abril de 2009.
En una encuesta del World Values Survey que pretendía determinar los índices de felicidad en el mundo, se le preguntó a la gente: “¿Diría usted que es muy feliz, bastante feliz, no muy feliz o nada feliz?”. Los resultados demostraron que el país más feliz del mundo era Venezuela, donde el 55% de los encuestados dijeron ser “muy felices”. A pesar de esto, resulta curioso que los mismos venezolanos no se encuentran complacidos con su propio récord; basta escuchar las opiniones sobre el tema, donde ellos declaran que la situación inestable del país no los hace felices. ¿Qué motivo los ha hecho cambiar de posición?
La pregunta realizada en la encuesta es una clave importante. Se le pide al individuo que elija una categoría según qué tan feliz se sienta y luego estas respuestas se clasifican por el país donde fueron elaboradas; esto significa que la pregunta no incluía el lugar de residencia como un factor directo que modificase la valoración. Sin embargo, es interesante observar que al sustituir la interrogante por “¿Qué tan feliz se considera en este país?” las repuestas cambian drásticamente.
Ambas encuestas parecen dar a conocer dos tipos de felicidad distinta: en la primera los venezolanos se dicen estar rodeados de amigos y seres queridos, sonríen ante las dificultades, se describen como alegres y divertidos, disfrutan de su cultura y, en consecuencia, dicen sentirse muy felices. Pero al incluir en esta valoración la sensación que les produce la situación del país, comienzan a surgir cientos de quejas por necesidades no satisfechas: alegan sentirse inseguros, preocupados, sin libertad, inestables y, por tanto, no tan felices.
Entonces, ¿los venezolanos son muy felices, pero no tanto? Los criterios tomados en cuenta son muy distintos. Al contestar la encuesta que les otorgaría el récord Guiness ellos valoraron más bien una felicidad que tenía que ver con su situación sentimental. Es una felicidad emotiva, espiritual. Mientras que al mencionarlos como los habitantes del país “más feliz del mundo” se sienten contrariados, “¿¡pero si en Venezuela paso tanto trabajo!?”; en este caso hablan más bien de una felicidad que se refiere a la satisfacción de sus necesidades.
Estas reacciones han revelado que al parecer la felicidad consta de dos partes: la felicidad subjetiva (de tipo emocional) y la felicidad objetiva, que se produce como resultado inmediato de la satisfacción.
Aunque la felicidad como sensación puede describirse del mismo modo para cualquier individuo, la forma de conseguirla varía según el tipo de sociedad donde se desenvuelva. La cultura y los valores que se le hayan inculcado al sujeto influyen directamente en los criterios que considere para conseguir felicidad.
En el mundo occidental nos presentan ideales de felicidad que se basan en la búsqueda del placer, la perfección y el éxito social; y aunque podemos llamar esto como felicidad objetiva, puede causar incluso un efecto más bien de infelicidad y vacío. Entonces, ¿son completamente errados estos criterios? Quizás no del todo mientras estos no se conviertan en un fin, sino en un medio para alcanzar una felicidad “plena”, es decir, cuando logra complementarse con la felicidad subjetiva.
Hay que darse cuenta que de por sí sola, la felicidad objetiva no es verdadera. Cumplir metas y satisfacer necesidades no implican felicidad real, sin importar cuanto esfuerzo requiera ni con cuanto anhelo lo deseemos. Recordemos la película de Orson Welles, “Ciudadano Kane”. La historia cuenta que Kane, un hombre de origen humilde, tras muchos años de educación y esfuerzo consigue manejar una gran fortuna y hacer todo lo que se propone: posición social, gran cantidad de bienes materiales, influencia político-económica, mujeres, entre tantas cosas, y no obstante al final de su vida no es feliz. ¿No era todo esto lo que garantizaba la felicidad? Kane carecía de afecto y verdadero trato humano, y su último pensamiento no fue sino para un objeto cargado de valor emocional, el cual evocaba el recuerdo nostálgico de una época en la que fue feliz y sin embargo no tenía nada. Antes de morir, Kane se da cuenta de que jamás obtuvo en su vida lo que en realidad quería. Es decir, todas las cosas que logró no eran un fin, como él mismo en vida creyó, sino que había algo más dentro de él que reclamaba ser atendido y que ninguna de estas cosas logró hacerlo.
Pensar con detenimiento y a fondo qué es lo que en realidad se quiere no es tan sencillo, y la respuesta puede variar en cada persona. No existe una pauta a seguir para cubrir la felicidad subjetiva, como la hay para la satisfacción de comer cuando se tiene hambre o dormir cuando se tiene sueño. Hay una escena en la película “Nosferatu: Phatom der nacht” de 1979, donde Drácula frente a Lucy le menciona que “lo realmente doloroso es vivir toda una eternidad sin amor”. Drácula no se refiere en sí al amor de pareja, sino al afecto que por su naturaleza le ha sido negado. A pesar de su fortuna, sus poderes sobrenaturales y su inmortalidad, Drácula lo único que anhela es sentirse humano, o mejor dicho, sentir “humanidad”.
Si hay alguna manera de generalizar la felicidad emotiva y el modo de alcanzarla podría ser humanidad. Algunos la identifican como tranquilidad espiritual, mientras otros dicen sentirla cuando son útiles a los demás; unos la perciben cuando están rodeados de amigos, otros la prefieren en la soledad que les permite estar consigo mismos. Hay tantas formas de felicidad emocional como personas en el mundo, pero lo que la caracteriza es la humanidad. Las hormigas, por ejemplo, no se preocupan por todas estas cosas y logran exitosamente su objetivo de supervivencia, el cual es la verdadera finalidad de toda forma de vida. Los seres humanos también buscamos “supervivir”, pero nos diferenciamos mucho en complejidad al resto de las especies, y por nuestra capacidad de razonar y necesidad de respuesta a nuestras dudas, la búsqueda de la felicidad se trasforma en un valor agregado a dicha complejidad. Pero esta búsqueda puede volverse nociva: al igual que Drácula, hemos destruido tanto y hecho tanto daño buscando felicidad que nuestra capacidad de supervivir parece agotarse, nos hacemos egoístas, nos “deshumanizamos” y nos hacemos desmerecedores de la felicidad.
La “deshumanización” se debe a que nuestros criterios no fueron verdaderamente acertados. Nos llenamos de lujo y placer, intentamos alejarnos del dolor y buscamos la perfección intentando alcanzar esa tan codiciada sensación de bienestar pleno, sin detenernos a pensar las consecuencias que esto acarreará tanto para los demás como para nosotros mismos. Sin embargo, una vida llena de pobreza material e insatisfacción no nos traerá felicidad, no al menos al dejar de ser suficientes para nuestra autorrealización y tranquilidad.
Podemos imaginar un grupo familiar unido cuyo bienestar emocional de sus integrantes es aparentemente bastante elevado; podría deberse esto a sólidos vínculos afectivos, respeto, confianza, comunicación, entre otras cosas que brindan cierta paz interior con respecto al conjunto de personas con quienes se conviven a diario. A pesar de esto, ciertas situaciones de origen material pueden ir contrarias a esta felicidad y reducirla en consecuencia: las sensaciones de frustración al no poder conseguir lo que se quiere, la angustia provocada por deudas económicas, la nostalgia por un ser querido, las necesidades insatisfechas de seguridad y salud, seguido de una extensa lista de realidades cuyo impacto poco a poco va erosionando la felicidad plena. La felicidad subjetiva complementa la felicidad emocional; en el caso de que la primera sea escasa se verá afectada la segunda, o bien, cuando estas no se complementan, decaen, siendo siempre la felicidad plena la que está en juego.
No obstante, por más que nos esforcemos en atender la felicidad objetiva y la felicidad subjetiva por igual, podemos conseguir felicidad plena pero no constante. El mismo hecho de “esforzarnos” por conseguirlo nos llenaría de frustraciones y sinsabores debido a miles de factores que son impredecibles e imposibles de cambiar. Conseguir la felicidad se transformaría además en una meta en busca de satisfacción, y como se ha mencionado antes, cumplir objetivos no es verdadera fuente de bienestar. La situación emocional de un individuo es variable en el espacio, en el tiempo y en él mismo, sin contar los innumerables sucesos que van más allá de la manipulación del sujeto que sin duda afectarán su vida material y espiritual a la vez. Al igual de lo que propone la teoría del caos, los procesos de la realidad dependen de un enorme conjunto de circunstancias inciertas que no podemos manejar. En otras palabras, los hechos contrarios a la felicidad por más, que los rechacemos, existen y se presentaran en nuestra vida sin que podamos evitarlo. Sucede al igual como no podemos evitar un accidente: por más medidas que tomemos, un sencillo incidente puede desencadenar en sucesos mucho más grandes. ¿Quién podía impedirlo? ¿Quién podía elegir quién saldría afectado o quién no? ¿Quién podía predecir el lugar y el momento en que se produciría el accidente? Ciertamente, nadie puede. No está en las manos humanas modificar los acontecimientos directamente, pero lo que si podemos hacer es decidir la manera de afrontarlos.
En la naturaleza nada es uniforme y permanente, sino que se consigue la estabilidad en el equilibrio entre elementos contrastantes, comprende de ciclos y de cambios continuos. No puede existir por tanto, felicidad sin una dosis de desdicha. En consecuencia se puede decir que no existe felicidad plena constante. Aún si pudiera ser así, dejaría de existir la felicidad, o al menos la desafortunada persona que la viviera no se daría cuenta. Nadie puede comer con gusto si jamás ha sentido hambre, ¿quién puede valorar lo que tiene si no ha sabido jamás lo que significa no tenerlo?
Sin duda, en la naturaleza no está prevista la felicidad constante, y al ser nosotros parte de ella, hemos de aceptar humildemente que la felicidad no será eterna. Debemos admitir que el mundo tiene muchas más tonalidades que el color rosa. No podemos huir de los otros colores, aunque también es cierto que somos libres de admirar los que más nos gusten. La felicidad plena pertenece a esa parte del mundo que todos deseamos, pero también viene acompañada de esa parte contraria que incluso, la hace ser aún más deseable. La manera de enfrentar la parte contraria es lo que definirá de nuevo la felicidad. Es comprender quizás que hasta los demás colores son necesarios para componer de nuevo un tono rosa.
Aristóteles decía que el alma es algo más propio del hombre que la materia. Por tanto, declaraba que una felicidad humana tendría más que ver con las actividades del alma que las del cuerpo, aunque sin despreciar las necesidades físicas dentro del bienestar. Por supuesto, este concepto al incluir al alma ya nos expresa la complejidad relacionada con la humanidad. Tal vez la visión de Aristóteles sea la más completa de todas. La felicidad es un mecanismo complicado, al igual que los seres humanos, que no puede ser sistematizado sino que funciona a partir de las “actividades del alma”, la humanidad. Y estas actividades del alma son difíciles de hallar y enriquecer, pero son los mismos individuos quienes tienen que emprender esta búsqueda por sí mismos, en sí mismos.
Aunque quizás puedan la felicidad subjetiva y objetiva reconocerse en cierto modo y hablase de ellas por separado, esto sólo se logra hasta cierto punto, pues una vez que se comienza a hablar de una es imposible excluir la otra. No puede establecerse un límite entre ambos tipos de felicidad, no se puede saber dónde termina una y dónde comienza la otra. Sin guías que nos indiquen un camino, una serie de pasos que demarquen la vía a la felicidad, la única manera de conseguirla es comprendiendo quizás su efecto en la naturaleza humana. La felicidad objetiva y subjetiva pueden comportarse como dos engranajes que dependen el uno del otro para funcionar; forzarlos puede destruir el mecanismo y enfocarse en uno de ellos solamente no será suficiente. El resultado de este conjunto sería una felicidad plena que, aunque no queramos, puede en algún momento decaer. Es precisamente cuando hacemos frente a las situaciones de desdicha que comenzamos a hacer funcionar el mecanismo una vez más, y así acercarnos de nuevo a la plenitud de la felicidad. Aunque puede que hasta la felicidad no vuelva a ser la misma; la manera de verla cambia, porque nosotros también cambiamos. La felicidad es humana, y de allí que también sea imperfecta como nosotros.
SOBRE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
APRENDER A PENSAR
José Antonio Marina
El filósofo José Antonio Marina es profesor de educación media (de instituto le llaman en España), y actualmente está abocado a reflexionar sobre el uso de Internet en la enseñanza. Internet es un recurso fundamental, valiosísimo, pero sabiéndolo utilizar: El reto es aprender a pensar.
Luis Montes
"El ideologismo habitúa a la gente a no pensar, es el opio de la mente; pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y 'silenciar' el pensamiento ajeno. Y con el crecimiento de la comunicación de masas también ha aumentado el bombardeo de los epítetos: una guerra de palabras entre 'nombres nobles', nombres apreciativos que el ideólogo se atribuye a sí mismo, y 'nombres innobles' que el ideólogo atribuye a sus adversarios".
Giovanni Sartori, La democracia en 30 lecciones, Taurus, 2009, p. 89
José Antonio Marina: "Un burro con internet sigue siendo un burro"
EFE , Sevilla | 03/12/2009 - hace 2 horas | comentarios | +0 -0 (0 votos)
El filósofo José Antonio Marina, que esta tarde ha ofrecido en Sevilla la conferencia "Aprender a pensar", sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en la educación, advirtió que "un burro con internet sigue siendo un burro".
Según Marina, internet es como poseer un carné de la estadounidense Biblioteca del Congreso, "una posibilidad de acceso, pero ¿qué se hace con ella?"
De ahí que el filósofo señalara que los alumnos actuales, a la hora de buscar información en la red, "lo hacen muy bien", pero a la hora de aprender esa información "lo hacen muy mal", tal vez porque "es muy fácil almacenarla en el disco del ordenador", pero, advirtió, "la inteligencia creadora se basa en la memoria de cada uno, no en la del ordenador".
En declaraciones a Efe, Marina señaló que las redes sociales en las que a diario interactúan los adolescentes son como "una conversación con mucha gente, con las mismas ventajas e inconvenientes de cualquier conversación, que si es estúpida, estupidiza a todos",
"Elevar el nivel de las redes es importante para toda la sociedad; de ahí que haya que aprovechar para elevar la capacidad de los alumnos y aumentar su nivel de conversación, por una razón de salud democrática, para evitar trivializar los debates públicos por falta de conocimientos", añadió.
"Una sociedad inteligente es aquella en la que sus ciudadanos manejan bien su conciencia, razonan y argumentan y atienden los argumentos de los demás", señaló el filósofo, quien advirtió de los peligros de una sociedad que sólo digiera mensajes breves y de un elevado nivel emocional, o sea, eslóganes y consignas.
Tras recordar una encuesta que asegura que el 40 por ciento de los españoles mayores de 24 años no comprenden el editorial de un periódico y asegurar que se ha sufrido "de manera brutal" una disminución de la capacidad de comprensión, con la consiguiente vulnerabilidad social, consideró que es preciso "desarrollar el sentido crítico de los alumnos".
Marina aseguró que las directivas de las UE sobre las ocho competencias básicas en materia de educación --que van desde la lingüística y la matemática a las de convivencia- - están "incompletas" porque, precisamente, falta "la del pensamiento crítico", o sea, la que enseñe a pensar.
"Podemos formar borregos muy eficaces en esas ocho competencias, pero es mejor formar personas muy eficaces", por lo que señaló que la pregunta es cómo utilizar las nuevas tecnologías de la información "que fascinan" a los jóvenes.
La conferencia de Marina ha estado organizada por la Fundación SM y dirigida a doscientos profesores andaluces que se han interesado en cómo las nuevas tecnologías pueden ayudar en la tarea de enseñar a pensar a los alumnos.
Aprender a pensar: la competencia fundamental
Hace unas décadas, la psicología intentaba entender el funcionamiento del cerebro comparándolo con un ordenador. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que los cerebros eran máquinas infinitamente más complejas que el ordenador más potente, y no porque pudieran almacenar más información, sino porque, a fin de cuentas, sabían utilizarla.
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que los caracteres, sin un lector que sepa leerlos, es decir, los datos, sin una inteligencia que sepa interpretarlos, no sirven de nada. El ordenador encuentra precisamente problemas a la hora de hacer aquello que los niños enseguida aprenden a hacer: interpretar signos, dándoles un sentido. Los datos son sólo significantes que necesitan de un lector inteligente que pueda convertirlos en significados.
Esto es exactamente lo que queremos decir con “aprender a pensar”: sea cual sea la información que tengamos delante, tendremos que elaborarla para que pueda sernos útil. En este sentido, “aprender a pensar” es la competencia más básica de todas, pues ningún aprendizaje o conocimiento podrá darse en nosotros si antes no hemos aprendido a interpretar la información.
En realidad, tiene mucho que ver con esa competencia filosófica que yo he defendido y defiendo: la capacidad de discernimiento, de relación, y de comprensión y valoración del mundo hay que inculcarla, no aparece “porque sí” en el alumno en cuanto lo ponemos delante de toneladas de información. Es una de nuestras tareas como docentes, si no la más importante, ayudar al alumno, como diría Sócrates, a alumbrar el conocimiento, a “concebirlo”, algo que solo puede hacer por sí mismo pero para lo que necesita sin duda una guía.
Esta capacidad para pensar y convertir la mera información en conocimiento se hace ahora si cabe más necesaria, cuando nos encontramos desbordados con la cantidad de datos que se vierten cada día en Internet (el número total de páginas web supera los 600 millardos -600.000.000. 000-, 100 páginas por cada persona que hay en el mundo). Y, paradójicamente, es la propia web la que puede ayudar a instruirnos e instruir a los ciudadanos del futuro para que sepan navegar en esa marea de información.
Es importante que empecemos a pensar en las posibilidades de la web más allá de la función de “buscador” de información. Es este sentido, podemos hablar de tres funciones fundamentales de Internet, aplicables de manera directa al ámbito educativo:
1. Información
2. Comunicación
3. Trabajo cooperativo.
De estas tres, quizá la que tenemos más descuidada como docentes es la tercera. Ya hemos dicho que, tal como nuestra experiencia inmediata y los estudios relativos al tema demuestran, Internet es fundamentalmente utilizado en el aula como buscador de información. Es algo que deberemos seguir haciendo, y cada vez más, pero quizá podamos pensar en modos de encuadrar esa “búsqueda de información” de manera que no resulte estéril, y acabe en un mero “copiar y pegar”.
Con respecto a la comunicación, es algo que también utilizamos cada vez con más profusión, pero quizá debamos ampliar los ámbitos en los que esta comunicación se da, y aprovechar las herramientas digitales para estrechar los lazos entre los profesores y las familias, entre los centros, y entre los propios docentes.
La época del profesor aislado ha terminado, y esto es así incluso para el que no quiera verlo: la formación, el contacto con los padres, la relación entre profesores y alumnos, todo puede verse enriquecido con las herramientas comunicativas puestas a nuestro alcance. Si “para educar hace falta la tribu entera”, incluyámosla en nuestros “diálogos electrónicos”, y generemos redes de cooperación que integren a todos los elementos educativos de la sociedad (es decir, a la sociedad entera): padres, centros, profesores, alumnos.
Por último, en el trabajo cooperativo, a través de los blogs o las llamadas “wikis”, se encuentra el vuelco metodológico necesario para transformar la práctica docente tal y como la entendemos ahora. La “inteligencia compartida”, o inteligencia que surge por interacción en los grupos, ha sido buscada y fomentada en la empresa privada, y en este sentido tenemos mucho que aprender de ella.
Nuestros alumnos se crecen cuando hacen las cosas por sí mismos, y más si tienen el aliciente de mostrar el resultado públicamente y de poder compartirlo y ayudar a otros. Es verdad que nuestros jóvenes parecen estar perdiendo capacidades que antes nos parecían indispensables para la adquisición de conocimientos (la capacidad de concentración, los procesos lineales de atención), pero también están desarrollando otras nuevas, y es nuestra tarea enlazar unas con otras de manera que aprovechemos las nuevas reforzando las “antiguas”.
Su capacidad de atender a varios canales de información necesita del criterio para resaltar unos en detrimento de otros. Su capacidad de rápida asimilación y reacción a los estímulos necesita también de la repetición, que asegure el paso de esos nuevos conocimientos de la memoria a corto plazo a la memoria “de larga duración”. Etcétera, etcétera. Pensemos en lo que pensemos, la labor del docente sigue ahí, como tutor del aprendizaje, como guía entre los gigabytes de información, pues no debemos olvidar que estamos formando personas, ciudadanos, y no robots ni esclavos.
Por eso mismo, “aprender a pensar” será siempre una necesidad, y una aventura que dura toda la vida. (Subrayados y resaltados, LM)
José Antonio Marina
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DISNEY Y EL PELIGRO DEL CORREO ELECTRÓNICO
Michael Eisner*
Como les ha sucedido a tantas compañías y personas recientemente, la red de computación de Walt Disney se ha visto afectada por un virus. Ante mi repentina incapacidad de conectarme, tuve tiempo para pensar, y me di cuenta de la increíble expansión que ha registrado el uso del correo electrónico en muy poco tiempo.
Sin duda, los mensajes electrónicos son maravillosos: los viejos amigos se han encontrado de nuevo; personas extrañas ahora son amigas; los abuelos han visto crecer a sus nietos a través de fotografías enviadas por este medio; los investigadores han compartido apreciaciones y los negocios han mejorado su productividad. Sin embargo, estas comunicaciones no están exentas de problemas.
Debido a la rapidez de su expansión, el correo electrónico ha superado nuestra habilidad de adaptación.
Es cierto que la gente se ha comunicado por escrito durante siglos; ello le dio al mundo invaluables registros históricos. Sin embargo, en el siglo XX llegaron las tecnologías de la comunicación: el teléfono, la radio y la televisión fueron inventos extraordinarios, pero todos conspiraron contra la escritura de cartas. Luego, repentinamente, apareció el correo electrónico y todo el mundo comenzó a escribir de nuevo. Sin embargo, a diferencia de los viejos tiempos, cuando una carta era cuidadosamente escrita, leída y releída varias veces antes de enviarla, ahora escribimos y mandamos notas tan rápido como pueden moverse los dedos.
Me he dado cuenta de que la intensidad de las emociones dentro de nuestra competitiva compañía es cada vez mayor. Estoy convencido de que esto se debe al correo electrónico. Cada disputa que se presenta parece derivarse de un malentendido generado por uno de estos mensajes. En los años 70, asumí como costumbre que cuando estaba molesto con alguien escribía el problema en un memorando y lo dejaba en la gaveta hasta el día siguiente. En el 99% de los casos, ya para entonces la rabia había pasado o me daba cuenta de que mis argumentos no eran lo suficientemente precisos como para salvarme de ser despedido. Generalmente, decidía tomar el teléfono y hablar con la persona.
Con los correos electrónicos, nuestro impulso no es guardar el archivo, sino enviarlo. Nuestros errores a menudo crecen cuando enviamos copias a otros destinatarios. Si algo puede causar el derrumbe de una compañía o quizá de un país son los correos electrónicos que nunca debieron ser enviados.
Este tipo de misivas enviadas de forma irreflexiva representa un virus sumamente destructivo. Puede pervertir la sana ambición, convertir una apropiada búsqueda de oportunidades en oportunismo, fomentar la desconfianza y el ocultamiento de la información (un irónico efecto secundario de lo que debería ser una herramienta esencial de la comunicación y la apertura). El correo electrónico implica emociones expuestas sin pantallas, opiniones no moderadas por el lenguaje corporal y pensamientos irreflexivos. Tarde en la noche, en la frustración de estar solo o sentirse desolado, el botón de 'enviar' puede ser una tentación irresistible ante el tropel de pensamientos irreflexivos destinados a impresionar, agradar, o incluso a causar daño.
Dos palabras idénticas pueden tener un efecto completamente diferente si van acompañadas de una entonación distinta y de expresiones faciales diferentes. Sin embargo, en la fría luz del rayo catódico del correo electrónico, las mismas palabras que pueden ser cautivadoras son severas y acusadoras.
Obviamente, la gente siempre ha utilizado las palabras con descuido. Sin embargo,' la lentitud de los avances en el área de la comunicación solía protegernos de nosotros mismos. Ahora este ya no es el caso. Para entrar al siglo XXI, deberíamos retroceder al siglo XIX. No se trata simplemente de emular a los grandes escritores de cartas. Contamos con opciones que ellos no tenían (el teléfono y el automóvil, por ejemplo). Tan importante como usar el correo electrónico lo es saber cuándo no usarlo. Con algo de paciencia y sabiduría, podríamos damos cuenta del potencial del correo electrónico para unir a la gente reflexivamente.
*(Eisner es presidente de Walt Disney)
(c) Financial Times (2000) - Traducción Teresa León - http://www.eud.com
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EL FUTURO QUEDA EN EL 2020
Paul Brow. (The economist)
Traducción: Patricia Torres
2-8. El Universal, 23 de noviembre 2003
Científicos predicen cómo se vivirá en unos años.
Eficacia energética, menos tráfico y trabajo desde casa es la proyección.
En Hamstreet, una ciudad nueva del Reino Unido, Ri¬chard Dumill va al baño y se prepara para un nuevo día. Es el año 2020, y cuando baja la palanca de la poceta, una muestra de orina o heces es automáticamente analizada y enviada a su médico. Los nive-les de colesterol están un poco elevados, pero la computadora del laboratorio la descarta por¬que no hay nada anormal.
Escucha un leve zumbido: es el purificador de agua de su casa que se ha encendido. En el pasillo se detiene un mo¬mento para leer el medidor de electricidad y ve que la cuenta está a su favor: su generador eólico y sus paneles solares es¬tán enviando a la red de distri-bución más electricidad de lo que su familia ha consumido.
En el piso de abajo, su espo¬sa, Sarah, protesta. El "refrige¬rador inteligente" no envió el pedido de pan y leche que ya debía haber recibido del servi¬cio local de entregas a domici-lio. Tendrá que llamar por te¬léfono.
Así comenzará el día la fa¬milia promedio del Reino Uni¬do en el año 2020, según esta visión de cómo cambiarán nuestras vidas de los científi¬cos de la Agencia Ambiental del Reino Unido.
Los hipotéticos Dumill tra¬bajan para pagar la hipoteca de su casa —un préstamo a 55 años. Sarah trabaja como ase¬sora de personas que tienen una predisposición genética a una variedad de enfermedades como el cáncer, por lo que no son elegibles para contratar seguros o solicitar préstamos hipotecarios.
Richard normalmente trabaja desde su casa, pero en esta ocasión se moviliza en un auto que utiliza hidrógeno como combustible a la compa¬ñía de corretaje de desechos y productos reciclados en la cual trabaja. Rara vez ve las latas o el plástico reciclado que nego¬cia, pero conoce muy bien los precios que debe asignarles para venderlos en los merca¬dos a futuro, donde las compa¬ñías compran productos de de¬secho para utilizarlos en un fu¬turo en la fabricación de otros productos.
Cuando trabaja en su casa, un dispositivo telefónico en¬ganchado a su oreja, que fun-ciona con la electricidad que genera su cerebro, le permite a su jefe comunicarse con él en cualquier momento durante la jornada laboral. Richard sien¬te cierto escepticismo hacia éste y otros de los numerosos dispositivos electrónicos nuevos que supuestamente incrementan su eficiencia.
Hoy, al conducir el auto para ir al trabajo, selecciona cuidadosamente su ruta para evitar los cobros por congestionamiento en las autopistas o en alguna de las ciudades que tiene que pasar. Hace tiempo su compañía se mudó de Londres para reducir sus costos.
La pareja tiene una hija, Britney, adoptada como mu¬chos otros niños: el conteo de espermatozoides del británico promedio bajó a 30% de los ni¬veles registrados en los años 40, debido a los productos quí¬micos utilizados con tanta fre¬cuencia en los alimentos. No causa ninguna satisfacción que muchos de los grandes fabricantes de alimentos se hayan declarado en bancarro¬ta en los últimos años debido a demandas colectivas introdu¬cidas por personas que no podía tener hijos.
Debido a la campaña contra los preservativos en los ali¬mentos y los altos precios del petróleo, enviar alimentos frescos a sitios distantes es prohibitivamente costoso. Por eso, la familia tiene un galline¬ro para conseguir huevos fres¬cos y cultiva sus vegetales.
El panorama de la Agencia Ambiental del Reino Unido so¬bre la vida de los británicos en el año 2020 no es del todo nega¬tivo. La contaminación atmos¬férica ha disminuido, el trans¬porte público es mejor y los congestionamientos de tráfico quedaron en el pasado, entre otras razones porque muchos trabajan en sus propias casas.
Según esta visión, a escala mundial las sociedades menos tecnológicas enfrentarán se-rios problemas. Grandes zo¬nas de África Central se torna¬rán inhabitables por los cam¬bios climáticos. El mar inun¬dará muchas áreas costeras, lo cual causará una crisis de re-fugiados.
La visión de un estilo de vida muy diferente al actual para la familia Dumill —que incluye viajar por tren a Euro¬pa Oriental durante las vaca¬ciones porque los viajes aéreos se han tornado demasiado cos¬tosos— se basa en los estudios presentados en una conferen-cia que se celebró reciente¬mente en Londres, llamada Vi¬sión 2020, y en la que los cientí-ficos prevén un futuro de efi¬ciencia energética en el cual los congestionamientos de trá¬fico son poco comunes y hay menos contaminación atmos¬férica, pero los alimentos im-portados son un lujo.
Entre los conferencistas es¬tuvieron presentes la ministra del Ambiente del Reino Unido, Margaret Beckett, y el director de la organización Friends of the Earth, Tony Juniper.
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LA CULTURA DEL CELULAR
Juan Vandeveire
Centro de Información -CENINF
Es asombrosa la popularidad que han alcanzado, en pocos años, aquellos aparatitos inalámbricos cuya batería cargamos cada día y que guardamos en la bolsa o en un estuche pegado al cincho. Se nos informa que en Guatemala, donde solo 2% de la población tiene acceso a una computadora, se ha vendido un mayor número de teléfonos celulares que el total de habitantes que pueblan nuestro país. ¡Más celulares que gente! Esto todavía no significa que todos los guatemaltecos y guatemaltecas sean dueños de un celular, porque hay quienes tienen dos o más celulares y otros los cambian a menudo, ya que rápido pasan de moda los viejos modelos y a cada rato aparecen nuevos, más atractivos. Pero, podemos decir que los teléfonos celulares o móviles vinculan a un mayor número de personas, como ningún otro aparato, con la esfera electrónica.
Nos cambia el hecho de estar más tiempo “conectados”. La comunicación por teléfono, anteriormente posible a partir de la casa, oficina o teléfono público, ahora se facilita casi en cualquier lugar donde uno se encuentre. La persona se siente más segura: a la hora de una emergencia, puede utilizar su celular para pedir ayuda o información importante. El teléfono móvil puede salvar vidas. Me sirve para que un amigo me explique cómo resolver un problema técnico que me tiene trabado. Puede servir para ubicar a un infante extraviado. Permite coordinar a personas que trabajan a distancia. En lugar de tocar el timbre de la casa, puede uno hacer una breve llamada para que, en el instante mismo de llegar, le abran la puerta.
Además, el celular nos cambia la vida al cambiarnos el paisaje urbano. Aquí nos referimos a las torres que como antenas repetidoras posibilitan la comunicación telefónica pero al mismo tiempo alteran el aspecto arquitectónico de las ciudades. Walter Benjamin ha sido uno de los primeros en señalar cómo el cambio urbanístico revela profundos cambios sociales. Es conocido su estudio de los “pasajes” que en la ciudad de París surgieron durante el siglo XIX. Se trata, un poco al estilo del Pasaje Rubio que conocemos en la ciudad de Guatemala, de un corredor en medio de bloques de casas y otros edificios, con elegantes techos de vidrio, en soportes de hierro. A ambos lados de estos corredores, los peatones pueden encontrar almacenes de lujo y otros establecimientos comerciales como restaurantes y peluquerías. Ofrecen a los “flaneadores”, es decir, a los caminantes que no necesariamente sean compradores sino que dedican largas horas a pasear por la ciudad, sin rumbo fijo y cuyos pasos también los llevan a los “pasajes”, donde pueden explorar el microcosmos, el mundo en pequeño que se encuentra expuesto en las vitrinas. En los pasajes, Benjamin ve el reflejo de una primera fase de la sociedad capitalista, cuando los productos industriales todavía rivalizan con los objetos de arte. Ve en ellos también el reflejo del siglo diecinueve.
Se sabe que para muchos políticos y urbanistas latinoamericanos, París ha funcionado como la ciudad modelo. Imitarla en nuestro continente se veía de refinado gusto. Por eso, no nos extraña que en la ciudad de Guatemala tengamos en la torre del Reformador una copia en miniatura de la Torre Eiffel y en la avenida Reforma una copia, no solo de la arteria del mismo nombre en la ciudad de México sino también de los grandes bulevares que diseñó el barón Haussmann en París en la segunda mitad del siglo XIX.
Según el original método de Benjamin, que busca descifrar la cambiante realidad social en el paisaje urbano que nos rodea, estamos tentados a concluir que las torres repetidoras de la telefonía celular, que como hongos surgen en nuestro medio –no solo en el paisaje urbano sino también en el paisaje pueblerino y rural , revelan la aparición de una sociedad cambiada, la aparición de gente transformada por el celular. Los “pasajes” eran tímidos precursores de los supermercados y gigantescos centros comerciales de hoy, a su vez nuevos complejos arquitectónicos, que nos definen como sociedades de gente que cada vez “flanea” menos pero corre para consumir más.
El celular nos facilita la comunicación. ¡Qué bueno! Pero esta comunicación también puede servir para extorsionar o para monitorear asaltos, a veces desde autores intelectuales que se encuentran en la cárcel, según información periodística. También hemos visto que la comunicación facilitada no siempre es comunicación profunda. Rápidamente se banaliza la comunicación, cuando la llamada por teléfono busca una fácil, aunque nada barata, escapatoria del aburrimiento. Muchos y muchas no se conforman con el “frijolito”, el modelo más sencillo. Optarán, si pueden, por un Blackberry o un IPhone, que te elevan en la jerarquía del prestigio.
Hay quienes se hacen adictos al celular, no solo mediante mensajes de voz, sino también a través de mensajes escritos. Nos sorprendió la información acerca de una joven que enviaba cada día cientos de mensajes escritos por celular y desde su carro, mientras iba manejando. El atractivo del celular trasciende la comunicación telefónica: hay modelos, cada vez más sofisticados, que también posibilitan escuchar música, tomar fotografías, conectarse a internet, ver películas y utilizar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS). No tardarán en aparecer versiones que controlen nuestra salud, desplegando nuestra temperatura corporal y presión arterial. Aunque por el celular también nosotros mismos estamos más controlados.
El teléfono móvil, dispositivo de comunicación, paradójicamente puede provocar la incomunicación, por ejemplo, cuando cada uno de los miembros de una familia en su casa, en lugar de intercomunicarse, se dedica a largas conversaciones por celular con sus amistades. Se ha señalado lo superficial como una característica de la sociedad contemporánea: somos parte de una sociedad “líquida”, diría Zygmunt Bauman. Es decir, una sociedad donde predominan las relaciones efímeras, marcada por lo desechable, con una cultura configurada en parte por el teléfono celular. No cometeremos el error de declarar incompatible la comunicación profunda con la comunicación por celular. Pero ciertos usos y abusos de este aparato indudablemente llevan a la superficialidad. Si las tecnologías que usamos determinan y hasta se convierten en nuestra cultura, el celular nos cambia.
Regresando a la idea de Benjamin, a la par de las torres repetidoras, otro cambio fundamental en nuestro paisaje es la presencia, cada día más abrumadora, de los enormes trailers que corren por nuestras calles y carreteras, donde a veces se encargan de entorpecer el tráfico. ¿Qué llevan en sus contenedores? Mercancías, entre las que no faltarán los celulares de último modelo, que tú y yo estaremos tentados de adquirir. Además de cambiar el paisaje, estos trailers lo cambiarán aún más a través de la necesidad de modificar la red vial. Los anillos periféricos en las grandes ciudades son un ejemplo. En Guatemala está anunciado, como uno de los megaproyectos en la lista de prioridades, la construcción de un nuevo periférico, no como el que ya está, que rodea parcialmente la ciudad, sino uno que rodeará toda el área metropolitana: otro cambio social que será visible en la urbanización.
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LOS ARREPENTIDOS DEL FACEBOOK (reportaje)
Las redes sociales se han convertido en peligrosas fuentes de información para despidos, fichajes o ascensos - La línea entre lo privado y lo público es imposible en la Red - Y empiezan las bajas.
DAVID ALANDETE 11/11/2009
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas.
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas. Con los beneficios de sitios como Facebook, MySpace, Twitter o Tuenti han llegado los efectos adversos: despidos, acosos, traspiés y demás problemas en unas redes que, a veces, pueden llegar a convertirse en enredos de pesadilla.
Al principio existía MySpace, que popularizó el uso de la página personal. Después de su comercialización, en 2003, cualquiera podía disponer de un foro online en el que dar rienda suelta a su vanidad y mezclar fotos, música e ideas. Todo aquello lo asumió y lo popularizó Facebook, que además unió la famosa línea de "¿Qué estás pensando?", que se convirtió en el centro del universo para Twitter.
Twitter, por su parte, se ha convertido en algo ubicuo, una red en la que expresarse con límite de 140 caracteres y que ha dado lugar al verbo twittear. Desde la pasada semana, además, opera en español. Hoy en día todos twittean, desde la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, al papa Benedicto XVI o la estrella televisiva Oprah Winfrey.
España dispone de su propia red. Se trata de Tuenti, creada en 2006 y a la que se accede exclusivamente por invitación. Según su director de comunicación, Ícaro Moyano "cuenta con 6,8 millones de usuarios y es la página con más tráfico de España seguida por Google".
El líder mundial en su terreno es Facebook. Dispone de 300 millones de perfiles, casi un 5% de la población mundial. La mitad se conecta a esa red a diario. El usuario medio tiene una lista de 130 amigos. Ese grado de interconexión y omnisciencia la ha hecho inmensamente popular.
Según BJ Fogg, director del Laboratorio de Tecnologías de la Persuasión de la Universidad de Stanford (California), identificado como uno de los gurús tecnológicos del momento por la revista Forbes, todo eso se debe a que es "la tecnología más persuasiva que ha existido". Según este psicólogo, los creadores de ese portal lograron una de las armas de convencimiento e incitación más perfectas del mundo online. "Facebook persuade porque te notifica qué novedades te aguardan si te conectas. Te dice que tienes un mensaje, que han etiquetado una foto con tu nombre, que te han invitado a un evento. Entonces quieres verlo, quieres experimentarlo. Y te conectas. A otro nivel distinto, tus amigos en Facebook crean una red de centenares de personas que está presente en Facebook, de la que eres parte, en la que te sientes integrado", explica.
A veces, sin embargo, puede ser un arma peligrosa. Para Curtis Smith, teniente en el cuerpo de Marines de EE UU, ha sido una fuente de preocupaciones y ansiedad creciente. Cuando se alistó, en 2008, borró a casi todos sus amigos de Facebook. Iba a conocer a muchos soldados, llegados de todos los rincones del país. Sabría casi todo de ellos, y ellos sabrían casi todo de él.
Como todo joven de 24 años, el teniente Smith, que ha preferido usar un pseudónimo, había tenido hasta entonces una ajetreada vida en Facebook. Exhibía fotos, vídeos e ideas. Había mucha información en su perfil. Demasiada, pues quedaba claro que era gay. Y en el ejército de EE UU impera una ley que prohíbe a los homosexuales reconocer que lo son cuando prestan servicio en las fuerzas armadas, bajo riesgo de expulsión.
Smith decidió prescindir de sus amigos de Facebook. Uno a uno, los fue borrando a todos. "A los que me importaban, a mis amigos de verdad, se lo dije. A los conocidos, simplemente los eliminé sin más", explica. "Era necesario. Es casi imposible estar en Facebook, ser gay y ocultárselo a los demás soldados. Ellos están también en la red. Te añaden. Y te preguntan por qué no les aceptas. Puede llegar a ser una pesadilla".
Las redes sociales suelen cumplir una buena función. Según el psicólogo clínico Michael Fenichel, las aplicaciones como Facebook "ofrecen muchas cosas valiosas en un solo paquete, por eso mucha gente acaba confiando en ellas como su hogar para toda la actividad online que no esté relacionada con el trabajo". "Facebook puede satisfacer necesidades muy variadas. Proporciona la demostración de que uno es popular con listas de amigos largas. Permite recobrar el contacto con amigos", añade. "Individualmente, puede hacer cosas maravillosas, como permitir a un parapléjico que debe permanecer en casa hacer amigos y conocidos con otros que comparten el mismo tipo de discapacidades, o que ni siquiera imaginan que él pueda tener una discapacidad. Puede ser muy liberador".
Tanto, que uno puede escapar del lugar de trabajo en un solo clic, para comentar unas fotos del viaje de verano o para cultivar una granja online en aplicaciones lúdicas. De hecho, el uso de redes sociales en el trabajo se ha convertido en un dolor de cabeza para las empresas. Una encuesta reciente de la consultora Nucleus Research reveló que, cuando una empresa no prohíbe el acceso de sus ordenadores a Facebook, acaba perdiendo un 1,5% en productividad laboral de sus empleados.
En este mismo estudio, en el que se entrevistó a 237 empleados, se descubrió que un 77% de ellos tenía cuenta en Facebook, y que cada uno se pasaba, de media, unos 15 minutos diarios de horas de trabajo conectado a ese portal. Con un panorama semejante, no es de extrañar que, a día de hoy, un 54% de las empresas estadounidenses haya prohibido el acceso a las redes sociales a través de sus servidores, según una investigación de la consultora Robert Half Technology, que analizó unas 1.400 compañías.
Para aquellos a los que se les permite navegar por redes sociales, existe un riesgo, muy real, de ser despedido. No sólo por conectarse simplemente a Facebook o MySpace, sino también por colgar en la Red información sensible o comprometida. La consultora Proofpoint acometió un análisis sobre la filtración de información corporativa confidencial a través de redes sociales en 75 empresas de más de 1.000 empleados. Un 8% de ellas despidió, por lo menos, a uno de esos empleados por difusión de datos privados a través de esos sitios web.
En EE UU ha habido casos llamativos, bruscos finales de carreras brillantes a causa de enredos antológicos en una red social. Y si no, que se lo pregunten al jurista Jonathan MacArthur, que en 2007 perdió su puesto como juez sustituto en los Tribunales de Justicia del Norte de Las Vegas (Nevada) por la información publicada en su página personal de MySpace. En ese sitio web, MacArthur destacaba uno de sus intereses personales: "Romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo... y mejorar mi capacidad de romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo".
No hay evidencias ni acusaciones de que MacArthur haya agredido, jamás, a un fiscal. Su comentario, hecho en una página personal, suena a broma. Si se le pregunta, lo confirma: "Era, obviamente, un comentario jocoso". Este experto abogado criminalista, con un currículo impecable, había anunciado que se presentaría a las elecciones para juez en 2008. El campo de su probable oponente comenzó a investigar en su pasado. Otros compañeros de profesión le comentaron que corrían por la Red correos electrónicos con sus comentarios en una página de MySpace. Finalmente, el fiscal del distrito David Roger presentó en el juzgado aquel fragmento de la página personal de MacArthur, junto con otras muestras de su perfil de MySpace.
"Roger, envió un correo electrónico al tribunal explicando que si yo volvía a trabajar como juez sustituto, presentaría mociones para recusarme en todos los casos, y presentaría una demanda ética en mi contra", explica MacArthur, que sigue trabajando en Las Vegas como abogado, después de perder unas elecciones a juez hace un año. "Todo fue una sandez sin fundamento, pero suficiente para convencer al juez titular de que utilizarme como juez sustituto era un riesgo para su imagen innecesario".
MacArthur destaca lo obvio. Que el comentario lo había hecho desde el punto de vista de su anterior ocupación, como abogado defensor. Que se había sacado de contexto. Y que, además, las duras limitaciones de imagen pública que se aplican a los jueces titulares no sirven para los jueces sustitutos. "El 10 de agosto de 2007 se me informó de que no volvería a prestar servicio como juez sustituto. Nadie de la administración de justicia me pidió una explicación o el acceso a mi página completa de MySpace".
Aquel ascenso frustrado es una prueba de que los oponentes -en el trabajo, en unas elecciones, en la política- pueden buscar y buscarán en las redes sociales información dañina que usar a su antojo. "De momento no creo que regrese a la política. Todo aquel proceso me costó un alto precio", añade MacArthur.
Es normal que, para analizar el rendimiento laboral y las capacidades de los trabajadores, los jefes y responsables utilicen no ya buscadores como Google, sino también las nuevas redes sociales. Según un reciente estudio de la página web de información laboral CareerBuilder, participada, en parte, por Microsoft, un 29% de los empleadores usa Facebook para comprobar si un candidato a un puesto de trabajo es el adecuado o no. Un 21% prefiere MySpace y un 26%, la red profesional LinkedIn.
Llaman la atención las razones de las empresas para no contratar a candidatos, todo un manual de qué no hacer en Internet: "El candidato colgó fotos o información provocativas o inapropiadas en un 53% de los casos... El candidato colgó contenido en el que refería beber alcohol o tomar drogas en un 44% de los casos... El candidato hizo comentarios discriminatorios en un 26% de los casos... El candidato mintió sobre sus cualificaciones en un 24% de los casos".
Parecen cuestiones de sentido común, pero en Facebook o MySpace el límite entre lo estrictamente privado y personal y la imagen pública es extremadamente borroso. ¿Quién no tiene a un compañero de trabajo o a algún jefe en la lista de amigos de Facebook? ¿A quién no le han etiquetado en una imagen con una copa en la mano? ¿Quién controla a la perfección los ajustes de seguridad para evitar que información privada esté al alcance de cualquiera?
Hay gente a la que esa interconexión le supone más un problema que un activo. Eugene Jones, trabajador del sector inmobiliario de Washington, de 28 años, no tiene Facebook, ni Twitter, ni MySpace. Cree que no le aportan nada a su trabajo y confía en una forma de comunicación más directa y sencilla. "Cuando tengo algo que decir, lo digo en persona o a través del teléfono o el correo electrónico".
Parece algo lógico. Generaciones enteras han vivido de ese modo. Pero hoy en día, en EE UU, es una tarea muy ardua encontrar a un solo joven de 15 a 30 años que no tenga Facebook. Cualquiera tiene una cuenta, aunque sea sólo testimonial. También están los actualizadores compulsivos, los que cuelgan fotos, cultivan granjas virtuales, difunden los vídeos que más les gustan y lanzan ovejas, zombies, corazones y bolsos de marca a sus amigos. Jones lo confirma: "Cuando la gente me dice que me va a añadir en Facebook y yo respondo que no tengo perfil, me miran como si estuviera loco, de verdad".
Según el doctor Fogg, de la Universidad de Stanford, la actitud de Jones es anacrónica. "No conozco a nadie que se haya dado de baja en Facebook. Esa actitud sería semejante a decidir abandonar la sociedad y vivir aislado en el desierto. Hay y ha habido, de siempre, gente que prefiere ese estilo de vida. Pero yo no lo veo como algo natural. Lo interpreto como una declaración de principios, como una voluntad de no estar conectado a una amplia red social".
El teniente Smith, de hecho, ha decidido regresar a Facebook. Va a dejar el cuerpo de Marines el próximo año. "Por divergencias entre cómo veo yo la vida y qué representan los marines", explica. De momento, ha añadido a algunos amigos. "A los de hace tiempo los tengo en un perfil limitado según el cual no pueden escribir mensajes en mi pizarra ni pueden etiquetar fotos con mi nombre. Es una medida preventiva hasta que logre la baja definitiva del ejército".
Hasta entonces, Smith seguirá sin estar plenamente en Facebook. Y eso le seguirá acarreando problemas con sus amigos, que pensarán que está limitando su libertad de expresión. Puede que las redes sociales llegaran hace poco más de cinco años, pero en el cambio de década son el campo en el que se juega la comunicación del futuro. Y para la inmensa mayoría no hay vuelta atrás.
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¿NOS QUEDARÁ ALGO DE PRIVACIDAD?
La vida se transformará en datos electrónicos al alcance de los espías. Pero no se
preocupen, hay solución.
DAVID GELENTER
David Gelernter es director científico de Mirror World Technologies, crítico arte de la revista Weekry Standard y profesor en la Universidad de Yale
TIME, 18 DE FEBERERO DE 2000
Vivimos rodeados de ondas transmisoras de señales de radio y televisión. En el año 2025, estaremos inmersos en una "ciberesfera" por la cual circularán miles de millones de "estructuras de información" (invisibles pero reales, como las ondas de radio) que transportarán las palabras, imágenes y sonidos de los cuales depende nuestra vida.
Para entonces, el mundo electrónico habrá alcanzado una cierta coherencia. En lugar de teléfono, computadora y ca¬nales de televisión, habrá una sola red ca¬paz de hacerlo todo, porque el conjunto de esos elementos serán simples varia¬ciones de un mismo tema. Su función será sintonizar estas estructuras de infor¬mación de la misma manera en que la radio sintoniza una emisora. Estas ciberestructuras tendrán distintas formas y tamaños, pero una de ellas, la "cibercorriente", será más importante que las demás. La cibercorriente será la crónica electrónica de nuestra vida diaria que acumula registros como si fueran perlas irregulares en una cuerda infinita. Este flujo virtual incluirá todas nuestras llamadas telefónicas, mensajes de correo electrónico, cuentas y extractos bancarios. Después de ali¬mentar toda esta información al procesador de análisis estadístico, nuestros fieles servidores de software podrán intuir con sorprendente precisión nuestros planes para el futuro cercano. Encontrarán en nuestra vida patrones que ignorábamos por completo. Responderán correctamente a mensajes verbales concisos (“Llamar a Julieta”, “Comprar comida”, “Imprimir las noticias”) porque sabrán exactamente quién es Julieta, qué comida le hace falta y qué noticias queremos leer.
Todo parece indicar que en el 2025 la vida será sencilla. Nos deslizaremos en una alfombra mágica tejida con datos minuciosos y análisis estadísticos. Pero si al¬guien logra acceder a nuestra historia de vida electrónica, la expresión "invasión de la privacidad" adoptará un significado totalmente nuevo. El ladrón nos habrá robado no sólo nuestro pasado, sino también una guía fiable para nuestro futuro.
Estas estructuras de información recién están comenzando a emerger. Para el año 2025, una buena parte de la información privada del mundo estará almacenada en computadoras conectadas a una red global, y si un ladrón pudiera conectar su computadora a esa red, encontraría — en principio— la electrónica desde su máquina a la de usted.
¿Entonces, cuál es la novedad? La tecnología siempre ha amenazado privacidad, y esas amenazas rara vez se concretan. Han sido derrotadas antes y volverán a serlo en el futuro por una fuerza mucho más poderosa que tecnología. No es la ley ni la prensa. Tampoco los burócratas ni los jueces federales. Es la moral.
Después de todo, si quisiéramos podríamos tomar un par de potentes binoculares y espiar a nuestro vecino. Pero no lo hacemos. No porque no podamos o porque es ilegal o porque no estemos interesados —la curiosidad un rasgo típicamente humano—. No lo hacemos porque es indigno. Porque sabemos que está mal y que nos sentiríamos avergonzados si lo hiciéramos. Las leyes no son buenas armas la hora de proteger la privacidad. Generalmente, cuando nos amparamos en la ley es porque algo malo ya ocurrió y la sociedad ha salido perdedora. Intentar frenar el avance tecnológico es otra estrategia equivocada. Es un juego de tontos y no va a funcionar. El mejor método para proteger la privacidad en el 2025 es el mismo método que hemos utilizado siempre: enseñarle a nuestros hijos a diferenciar el bien del mal, haciéndoles saber que confiamos en que harán el bien. Estamos obsesionados con la privacidad porque hemos perdido de vista temporalmente una palabra más importante: la dignidad. Hablamos de nuestro "derecho a la privacidad" pero no es eso lo q queremos decir. Esta gastada idea se derrumba apenas la expresamos. ¿Privacidad para asesinar o para golpear a la esposa o a los hijos? ¿Privacidad para maltratar a un animal?; ¿para falsificar dinero? La privacidad no es un derecho absoluto; es un pequeño lujo que podemos darnos cuando lo conseguimos. La dignidad es una necesidad por la que debemos luchar. Y llegado el 2025, nuestra vida será mejor. No por la revolución tecnológica, sino por un renacimiento moral inevitable y mucho más importante.
José Antonio Marina
El filósofo José Antonio Marina es profesor de educación media (de instituto le llaman en España), y actualmente está abocado a reflexionar sobre el uso de Internet en la enseñanza. Internet es un recurso fundamental, valiosísimo, pero sabiéndolo utilizar: El reto es aprender a pensar.
Luis Montes
"El ideologismo habitúa a la gente a no pensar, es el opio de la mente; pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y 'silenciar' el pensamiento ajeno. Y con el crecimiento de la comunicación de masas también ha aumentado el bombardeo de los epítetos: una guerra de palabras entre 'nombres nobles', nombres apreciativos que el ideólogo se atribuye a sí mismo, y 'nombres innobles' que el ideólogo atribuye a sus adversarios".
Giovanni Sartori, La democracia en 30 lecciones, Taurus, 2009, p. 89
José Antonio Marina: "Un burro con internet sigue siendo un burro"
EFE , Sevilla | 03/12/2009 - hace 2 horas | comentarios | +0 -0 (0 votos)
El filósofo José Antonio Marina, que esta tarde ha ofrecido en Sevilla la conferencia "Aprender a pensar", sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en la educación, advirtió que "un burro con internet sigue siendo un burro".
Según Marina, internet es como poseer un carné de la estadounidense Biblioteca del Congreso, "una posibilidad de acceso, pero ¿qué se hace con ella?"
De ahí que el filósofo señalara que los alumnos actuales, a la hora de buscar información en la red, "lo hacen muy bien", pero a la hora de aprender esa información "lo hacen muy mal", tal vez porque "es muy fácil almacenarla en el disco del ordenador", pero, advirtió, "la inteligencia creadora se basa en la memoria de cada uno, no en la del ordenador".
En declaraciones a Efe, Marina señaló que las redes sociales en las que a diario interactúan los adolescentes son como "una conversación con mucha gente, con las mismas ventajas e inconvenientes de cualquier conversación, que si es estúpida, estupidiza a todos",
"Elevar el nivel de las redes es importante para toda la sociedad; de ahí que haya que aprovechar para elevar la capacidad de los alumnos y aumentar su nivel de conversación, por una razón de salud democrática, para evitar trivializar los debates públicos por falta de conocimientos", añadió.
"Una sociedad inteligente es aquella en la que sus ciudadanos manejan bien su conciencia, razonan y argumentan y atienden los argumentos de los demás", señaló el filósofo, quien advirtió de los peligros de una sociedad que sólo digiera mensajes breves y de un elevado nivel emocional, o sea, eslóganes y consignas.
Tras recordar una encuesta que asegura que el 40 por ciento de los españoles mayores de 24 años no comprenden el editorial de un periódico y asegurar que se ha sufrido "de manera brutal" una disminución de la capacidad de comprensión, con la consiguiente vulnerabilidad social, consideró que es preciso "desarrollar el sentido crítico de los alumnos".
Marina aseguró que las directivas de las UE sobre las ocho competencias básicas en materia de educación --que van desde la lingüística y la matemática a las de convivencia- - están "incompletas" porque, precisamente, falta "la del pensamiento crítico", o sea, la que enseñe a pensar.
"Podemos formar borregos muy eficaces en esas ocho competencias, pero es mejor formar personas muy eficaces", por lo que señaló que la pregunta es cómo utilizar las nuevas tecnologías de la información "que fascinan" a los jóvenes.
La conferencia de Marina ha estado organizada por la Fundación SM y dirigida a doscientos profesores andaluces que se han interesado en cómo las nuevas tecnologías pueden ayudar en la tarea de enseñar a pensar a los alumnos.
Aprender a pensar: la competencia fundamental
Hace unas décadas, la psicología intentaba entender el funcionamiento del cerebro comparándolo con un ordenador. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que los cerebros eran máquinas infinitamente más complejas que el ordenador más potente, y no porque pudieran almacenar más información, sino porque, a fin de cuentas, sabían utilizarla.
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que los caracteres, sin un lector que sepa leerlos, es decir, los datos, sin una inteligencia que sepa interpretarlos, no sirven de nada. El ordenador encuentra precisamente problemas a la hora de hacer aquello que los niños enseguida aprenden a hacer: interpretar signos, dándoles un sentido. Los datos son sólo significantes que necesitan de un lector inteligente que pueda convertirlos en significados.
Esto es exactamente lo que queremos decir con “aprender a pensar”: sea cual sea la información que tengamos delante, tendremos que elaborarla para que pueda sernos útil. En este sentido, “aprender a pensar” es la competencia más básica de todas, pues ningún aprendizaje o conocimiento podrá darse en nosotros si antes no hemos aprendido a interpretar la información.
En realidad, tiene mucho que ver con esa competencia filosófica que yo he defendido y defiendo: la capacidad de discernimiento, de relación, y de comprensión y valoración del mundo hay que inculcarla, no aparece “porque sí” en el alumno en cuanto lo ponemos delante de toneladas de información. Es una de nuestras tareas como docentes, si no la más importante, ayudar al alumno, como diría Sócrates, a alumbrar el conocimiento, a “concebirlo”, algo que solo puede hacer por sí mismo pero para lo que necesita sin duda una guía.
Esta capacidad para pensar y convertir la mera información en conocimiento se hace ahora si cabe más necesaria, cuando nos encontramos desbordados con la cantidad de datos que se vierten cada día en Internet (el número total de páginas web supera los 600 millardos -600.000.000. 000-, 100 páginas por cada persona que hay en el mundo). Y, paradójicamente, es la propia web la que puede ayudar a instruirnos e instruir a los ciudadanos del futuro para que sepan navegar en esa marea de información.
Es importante que empecemos a pensar en las posibilidades de la web más allá de la función de “buscador” de información. Es este sentido, podemos hablar de tres funciones fundamentales de Internet, aplicables de manera directa al ámbito educativo:
1. Información
2. Comunicación
3. Trabajo cooperativo.
De estas tres, quizá la que tenemos más descuidada como docentes es la tercera. Ya hemos dicho que, tal como nuestra experiencia inmediata y los estudios relativos al tema demuestran, Internet es fundamentalmente utilizado en el aula como buscador de información. Es algo que deberemos seguir haciendo, y cada vez más, pero quizá podamos pensar en modos de encuadrar esa “búsqueda de información” de manera que no resulte estéril, y acabe en un mero “copiar y pegar”.
Con respecto a la comunicación, es algo que también utilizamos cada vez con más profusión, pero quizá debamos ampliar los ámbitos en los que esta comunicación se da, y aprovechar las herramientas digitales para estrechar los lazos entre los profesores y las familias, entre los centros, y entre los propios docentes.
La época del profesor aislado ha terminado, y esto es así incluso para el que no quiera verlo: la formación, el contacto con los padres, la relación entre profesores y alumnos, todo puede verse enriquecido con las herramientas comunicativas puestas a nuestro alcance. Si “para educar hace falta la tribu entera”, incluyámosla en nuestros “diálogos electrónicos”, y generemos redes de cooperación que integren a todos los elementos educativos de la sociedad (es decir, a la sociedad entera): padres, centros, profesores, alumnos.
Por último, en el trabajo cooperativo, a través de los blogs o las llamadas “wikis”, se encuentra el vuelco metodológico necesario para transformar la práctica docente tal y como la entendemos ahora. La “inteligencia compartida”, o inteligencia que surge por interacción en los grupos, ha sido buscada y fomentada en la empresa privada, y en este sentido tenemos mucho que aprender de ella.
Nuestros alumnos se crecen cuando hacen las cosas por sí mismos, y más si tienen el aliciente de mostrar el resultado públicamente y de poder compartirlo y ayudar a otros. Es verdad que nuestros jóvenes parecen estar perdiendo capacidades que antes nos parecían indispensables para la adquisición de conocimientos (la capacidad de concentración, los procesos lineales de atención), pero también están desarrollando otras nuevas, y es nuestra tarea enlazar unas con otras de manera que aprovechemos las nuevas reforzando las “antiguas”.
Su capacidad de atender a varios canales de información necesita del criterio para resaltar unos en detrimento de otros. Su capacidad de rápida asimilación y reacción a los estímulos necesita también de la repetición, que asegure el paso de esos nuevos conocimientos de la memoria a corto plazo a la memoria “de larga duración”. Etcétera, etcétera. Pensemos en lo que pensemos, la labor del docente sigue ahí, como tutor del aprendizaje, como guía entre los gigabytes de información, pues no debemos olvidar que estamos formando personas, ciudadanos, y no robots ni esclavos.
Por eso mismo, “aprender a pensar” será siempre una necesidad, y una aventura que dura toda la vida. (Subrayados y resaltados, LM)
José Antonio Marina
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DISNEY Y EL PELIGRO DEL CORREO ELECTRÓNICO
Michael Eisner*
Como les ha sucedido a tantas compañías y personas recientemente, la red de computación de Walt Disney se ha visto afectada por un virus. Ante mi repentina incapacidad de conectarme, tuve tiempo para pensar, y me di cuenta de la increíble expansión que ha registrado el uso del correo electrónico en muy poco tiempo.
Sin duda, los mensajes electrónicos son maravillosos: los viejos amigos se han encontrado de nuevo; personas extrañas ahora son amigas; los abuelos han visto crecer a sus nietos a través de fotografías enviadas por este medio; los investigadores han compartido apreciaciones y los negocios han mejorado su productividad. Sin embargo, estas comunicaciones no están exentas de problemas.
Debido a la rapidez de su expansión, el correo electrónico ha superado nuestra habilidad de adaptación.
Es cierto que la gente se ha comunicado por escrito durante siglos; ello le dio al mundo invaluables registros históricos. Sin embargo, en el siglo XX llegaron las tecnologías de la comunicación: el teléfono, la radio y la televisión fueron inventos extraordinarios, pero todos conspiraron contra la escritura de cartas. Luego, repentinamente, apareció el correo electrónico y todo el mundo comenzó a escribir de nuevo. Sin embargo, a diferencia de los viejos tiempos, cuando una carta era cuidadosamente escrita, leída y releída varias veces antes de enviarla, ahora escribimos y mandamos notas tan rápido como pueden moverse los dedos.
Me he dado cuenta de que la intensidad de las emociones dentro de nuestra competitiva compañía es cada vez mayor. Estoy convencido de que esto se debe al correo electrónico. Cada disputa que se presenta parece derivarse de un malentendido generado por uno de estos mensajes. En los años 70, asumí como costumbre que cuando estaba molesto con alguien escribía el problema en un memorando y lo dejaba en la gaveta hasta el día siguiente. En el 99% de los casos, ya para entonces la rabia había pasado o me daba cuenta de que mis argumentos no eran lo suficientemente precisos como para salvarme de ser despedido. Generalmente, decidía tomar el teléfono y hablar con la persona.
Con los correos electrónicos, nuestro impulso no es guardar el archivo, sino enviarlo. Nuestros errores a menudo crecen cuando enviamos copias a otros destinatarios. Si algo puede causar el derrumbe de una compañía o quizá de un país son los correos electrónicos que nunca debieron ser enviados.
Este tipo de misivas enviadas de forma irreflexiva representa un virus sumamente destructivo. Puede pervertir la sana ambición, convertir una apropiada búsqueda de oportunidades en oportunismo, fomentar la desconfianza y el ocultamiento de la información (un irónico efecto secundario de lo que debería ser una herramienta esencial de la comunicación y la apertura). El correo electrónico implica emociones expuestas sin pantallas, opiniones no moderadas por el lenguaje corporal y pensamientos irreflexivos. Tarde en la noche, en la frustración de estar solo o sentirse desolado, el botón de 'enviar' puede ser una tentación irresistible ante el tropel de pensamientos irreflexivos destinados a impresionar, agradar, o incluso a causar daño.
Dos palabras idénticas pueden tener un efecto completamente diferente si van acompañadas de una entonación distinta y de expresiones faciales diferentes. Sin embargo, en la fría luz del rayo catódico del correo electrónico, las mismas palabras que pueden ser cautivadoras son severas y acusadoras.
Obviamente, la gente siempre ha utilizado las palabras con descuido. Sin embargo,' la lentitud de los avances en el área de la comunicación solía protegernos de nosotros mismos. Ahora este ya no es el caso. Para entrar al siglo XXI, deberíamos retroceder al siglo XIX. No se trata simplemente de emular a los grandes escritores de cartas. Contamos con opciones que ellos no tenían (el teléfono y el automóvil, por ejemplo). Tan importante como usar el correo electrónico lo es saber cuándo no usarlo. Con algo de paciencia y sabiduría, podríamos damos cuenta del potencial del correo electrónico para unir a la gente reflexivamente.
*(Eisner es presidente de Walt Disney)
(c) Financial Times (2000) - Traducción Teresa León - http://www.eud.com
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EL FUTURO QUEDA EN EL 2020
Paul Brow. (The economist)
Traducción: Patricia Torres
2-8. El Universal, 23 de noviembre 2003
Científicos predicen cómo se vivirá en unos años.
Eficacia energética, menos tráfico y trabajo desde casa es la proyección.
En Hamstreet, una ciudad nueva del Reino Unido, Ri¬chard Dumill va al baño y se prepara para un nuevo día. Es el año 2020, y cuando baja la palanca de la poceta, una muestra de orina o heces es automáticamente analizada y enviada a su médico. Los nive-les de colesterol están un poco elevados, pero la computadora del laboratorio la descarta por¬que no hay nada anormal.
Escucha un leve zumbido: es el purificador de agua de su casa que se ha encendido. En el pasillo se detiene un mo¬mento para leer el medidor de electricidad y ve que la cuenta está a su favor: su generador eólico y sus paneles solares es¬tán enviando a la red de distri-bución más electricidad de lo que su familia ha consumido.
En el piso de abajo, su espo¬sa, Sarah, protesta. El "refrige¬rador inteligente" no envió el pedido de pan y leche que ya debía haber recibido del servi¬cio local de entregas a domici-lio. Tendrá que llamar por te¬léfono.
Así comenzará el día la fa¬milia promedio del Reino Uni¬do en el año 2020, según esta visión de cómo cambiarán nuestras vidas de los científi¬cos de la Agencia Ambiental del Reino Unido.
Los hipotéticos Dumill tra¬bajan para pagar la hipoteca de su casa —un préstamo a 55 años. Sarah trabaja como ase¬sora de personas que tienen una predisposición genética a una variedad de enfermedades como el cáncer, por lo que no son elegibles para contratar seguros o solicitar préstamos hipotecarios.
Richard normalmente trabaja desde su casa, pero en esta ocasión se moviliza en un auto que utiliza hidrógeno como combustible a la compa¬ñía de corretaje de desechos y productos reciclados en la cual trabaja. Rara vez ve las latas o el plástico reciclado que nego¬cia, pero conoce muy bien los precios que debe asignarles para venderlos en los merca¬dos a futuro, donde las compa¬ñías compran productos de de¬secho para utilizarlos en un fu¬turo en la fabricación de otros productos.
Cuando trabaja en su casa, un dispositivo telefónico en¬ganchado a su oreja, que fun-ciona con la electricidad que genera su cerebro, le permite a su jefe comunicarse con él en cualquier momento durante la jornada laboral. Richard sien¬te cierto escepticismo hacia éste y otros de los numerosos dispositivos electrónicos nuevos que supuestamente incrementan su eficiencia.
Hoy, al conducir el auto para ir al trabajo, selecciona cuidadosamente su ruta para evitar los cobros por congestionamiento en las autopistas o en alguna de las ciudades que tiene que pasar. Hace tiempo su compañía se mudó de Londres para reducir sus costos.
La pareja tiene una hija, Britney, adoptada como mu¬chos otros niños: el conteo de espermatozoides del británico promedio bajó a 30% de los ni¬veles registrados en los años 40, debido a los productos quí¬micos utilizados con tanta fre¬cuencia en los alimentos. No causa ninguna satisfacción que muchos de los grandes fabricantes de alimentos se hayan declarado en bancarro¬ta en los últimos años debido a demandas colectivas introdu¬cidas por personas que no podía tener hijos.
Debido a la campaña contra los preservativos en los ali¬mentos y los altos precios del petróleo, enviar alimentos frescos a sitios distantes es prohibitivamente costoso. Por eso, la familia tiene un galline¬ro para conseguir huevos fres¬cos y cultiva sus vegetales.
El panorama de la Agencia Ambiental del Reino Unido so¬bre la vida de los británicos en el año 2020 no es del todo nega¬tivo. La contaminación atmos¬férica ha disminuido, el trans¬porte público es mejor y los congestionamientos de tráfico quedaron en el pasado, entre otras razones porque muchos trabajan en sus propias casas.
Según esta visión, a escala mundial las sociedades menos tecnológicas enfrentarán se-rios problemas. Grandes zo¬nas de África Central se torna¬rán inhabitables por los cam¬bios climáticos. El mar inun¬dará muchas áreas costeras, lo cual causará una crisis de re-fugiados.
La visión de un estilo de vida muy diferente al actual para la familia Dumill —que incluye viajar por tren a Euro¬pa Oriental durante las vaca¬ciones porque los viajes aéreos se han tornado demasiado cos¬tosos— se basa en los estudios presentados en una conferen-cia que se celebró reciente¬mente en Londres, llamada Vi¬sión 2020, y en la que los cientí-ficos prevén un futuro de efi¬ciencia energética en el cual los congestionamientos de trá¬fico son poco comunes y hay menos contaminación atmos¬férica, pero los alimentos im-portados son un lujo.
Entre los conferencistas es¬tuvieron presentes la ministra del Ambiente del Reino Unido, Margaret Beckett, y el director de la organización Friends of the Earth, Tony Juniper.
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LA CULTURA DEL CELULAR
Juan Vandeveire
Centro de Información -CENINF
Es asombrosa la popularidad que han alcanzado, en pocos años, aquellos aparatitos inalámbricos cuya batería cargamos cada día y que guardamos en la bolsa o en un estuche pegado al cincho. Se nos informa que en Guatemala, donde solo 2% de la población tiene acceso a una computadora, se ha vendido un mayor número de teléfonos celulares que el total de habitantes que pueblan nuestro país. ¡Más celulares que gente! Esto todavía no significa que todos los guatemaltecos y guatemaltecas sean dueños de un celular, porque hay quienes tienen dos o más celulares y otros los cambian a menudo, ya que rápido pasan de moda los viejos modelos y a cada rato aparecen nuevos, más atractivos. Pero, podemos decir que los teléfonos celulares o móviles vinculan a un mayor número de personas, como ningún otro aparato, con la esfera electrónica.
Nos cambia el hecho de estar más tiempo “conectados”. La comunicación por teléfono, anteriormente posible a partir de la casa, oficina o teléfono público, ahora se facilita casi en cualquier lugar donde uno se encuentre. La persona se siente más segura: a la hora de una emergencia, puede utilizar su celular para pedir ayuda o información importante. El teléfono móvil puede salvar vidas. Me sirve para que un amigo me explique cómo resolver un problema técnico que me tiene trabado. Puede servir para ubicar a un infante extraviado. Permite coordinar a personas que trabajan a distancia. En lugar de tocar el timbre de la casa, puede uno hacer una breve llamada para que, en el instante mismo de llegar, le abran la puerta.
Además, el celular nos cambia la vida al cambiarnos el paisaje urbano. Aquí nos referimos a las torres que como antenas repetidoras posibilitan la comunicación telefónica pero al mismo tiempo alteran el aspecto arquitectónico de las ciudades. Walter Benjamin ha sido uno de los primeros en señalar cómo el cambio urbanístico revela profundos cambios sociales. Es conocido su estudio de los “pasajes” que en la ciudad de París surgieron durante el siglo XIX. Se trata, un poco al estilo del Pasaje Rubio que conocemos en la ciudad de Guatemala, de un corredor en medio de bloques de casas y otros edificios, con elegantes techos de vidrio, en soportes de hierro. A ambos lados de estos corredores, los peatones pueden encontrar almacenes de lujo y otros establecimientos comerciales como restaurantes y peluquerías. Ofrecen a los “flaneadores”, es decir, a los caminantes que no necesariamente sean compradores sino que dedican largas horas a pasear por la ciudad, sin rumbo fijo y cuyos pasos también los llevan a los “pasajes”, donde pueden explorar el microcosmos, el mundo en pequeño que se encuentra expuesto en las vitrinas. En los pasajes, Benjamin ve el reflejo de una primera fase de la sociedad capitalista, cuando los productos industriales todavía rivalizan con los objetos de arte. Ve en ellos también el reflejo del siglo diecinueve.
Se sabe que para muchos políticos y urbanistas latinoamericanos, París ha funcionado como la ciudad modelo. Imitarla en nuestro continente se veía de refinado gusto. Por eso, no nos extraña que en la ciudad de Guatemala tengamos en la torre del Reformador una copia en miniatura de la Torre Eiffel y en la avenida Reforma una copia, no solo de la arteria del mismo nombre en la ciudad de México sino también de los grandes bulevares que diseñó el barón Haussmann en París en la segunda mitad del siglo XIX.
Según el original método de Benjamin, que busca descifrar la cambiante realidad social en el paisaje urbano que nos rodea, estamos tentados a concluir que las torres repetidoras de la telefonía celular, que como hongos surgen en nuestro medio –no solo en el paisaje urbano sino también en el paisaje pueblerino y rural , revelan la aparición de una sociedad cambiada, la aparición de gente transformada por el celular. Los “pasajes” eran tímidos precursores de los supermercados y gigantescos centros comerciales de hoy, a su vez nuevos complejos arquitectónicos, que nos definen como sociedades de gente que cada vez “flanea” menos pero corre para consumir más.
El celular nos facilita la comunicación. ¡Qué bueno! Pero esta comunicación también puede servir para extorsionar o para monitorear asaltos, a veces desde autores intelectuales que se encuentran en la cárcel, según información periodística. También hemos visto que la comunicación facilitada no siempre es comunicación profunda. Rápidamente se banaliza la comunicación, cuando la llamada por teléfono busca una fácil, aunque nada barata, escapatoria del aburrimiento. Muchos y muchas no se conforman con el “frijolito”, el modelo más sencillo. Optarán, si pueden, por un Blackberry o un IPhone, que te elevan en la jerarquía del prestigio.
Hay quienes se hacen adictos al celular, no solo mediante mensajes de voz, sino también a través de mensajes escritos. Nos sorprendió la información acerca de una joven que enviaba cada día cientos de mensajes escritos por celular y desde su carro, mientras iba manejando. El atractivo del celular trasciende la comunicación telefónica: hay modelos, cada vez más sofisticados, que también posibilitan escuchar música, tomar fotografías, conectarse a internet, ver películas y utilizar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS). No tardarán en aparecer versiones que controlen nuestra salud, desplegando nuestra temperatura corporal y presión arterial. Aunque por el celular también nosotros mismos estamos más controlados.
El teléfono móvil, dispositivo de comunicación, paradójicamente puede provocar la incomunicación, por ejemplo, cuando cada uno de los miembros de una familia en su casa, en lugar de intercomunicarse, se dedica a largas conversaciones por celular con sus amistades. Se ha señalado lo superficial como una característica de la sociedad contemporánea: somos parte de una sociedad “líquida”, diría Zygmunt Bauman. Es decir, una sociedad donde predominan las relaciones efímeras, marcada por lo desechable, con una cultura configurada en parte por el teléfono celular. No cometeremos el error de declarar incompatible la comunicación profunda con la comunicación por celular. Pero ciertos usos y abusos de este aparato indudablemente llevan a la superficialidad. Si las tecnologías que usamos determinan y hasta se convierten en nuestra cultura, el celular nos cambia.
Regresando a la idea de Benjamin, a la par de las torres repetidoras, otro cambio fundamental en nuestro paisaje es la presencia, cada día más abrumadora, de los enormes trailers que corren por nuestras calles y carreteras, donde a veces se encargan de entorpecer el tráfico. ¿Qué llevan en sus contenedores? Mercancías, entre las que no faltarán los celulares de último modelo, que tú y yo estaremos tentados de adquirir. Además de cambiar el paisaje, estos trailers lo cambiarán aún más a través de la necesidad de modificar la red vial. Los anillos periféricos en las grandes ciudades son un ejemplo. En Guatemala está anunciado, como uno de los megaproyectos en la lista de prioridades, la construcción de un nuevo periférico, no como el que ya está, que rodea parcialmente la ciudad, sino uno que rodeará toda el área metropolitana: otro cambio social que será visible en la urbanización.
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LOS ARREPENTIDOS DEL FACEBOOK (reportaje)
Las redes sociales se han convertido en peligrosas fuentes de información para despidos, fichajes o ascensos - La línea entre lo privado y lo público es imposible en la Red - Y empiezan las bajas.
DAVID ALANDETE 11/11/2009
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas.
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas. Con los beneficios de sitios como Facebook, MySpace, Twitter o Tuenti han llegado los efectos adversos: despidos, acosos, traspiés y demás problemas en unas redes que, a veces, pueden llegar a convertirse en enredos de pesadilla.
Al principio existía MySpace, que popularizó el uso de la página personal. Después de su comercialización, en 2003, cualquiera podía disponer de un foro online en el que dar rienda suelta a su vanidad y mezclar fotos, música e ideas. Todo aquello lo asumió y lo popularizó Facebook, que además unió la famosa línea de "¿Qué estás pensando?", que se convirtió en el centro del universo para Twitter.
Twitter, por su parte, se ha convertido en algo ubicuo, una red en la que expresarse con límite de 140 caracteres y que ha dado lugar al verbo twittear. Desde la pasada semana, además, opera en español. Hoy en día todos twittean, desde la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, al papa Benedicto XVI o la estrella televisiva Oprah Winfrey.
España dispone de su propia red. Se trata de Tuenti, creada en 2006 y a la que se accede exclusivamente por invitación. Según su director de comunicación, Ícaro Moyano "cuenta con 6,8 millones de usuarios y es la página con más tráfico de España seguida por Google".
El líder mundial en su terreno es Facebook. Dispone de 300 millones de perfiles, casi un 5% de la población mundial. La mitad se conecta a esa red a diario. El usuario medio tiene una lista de 130 amigos. Ese grado de interconexión y omnisciencia la ha hecho inmensamente popular.
Según BJ Fogg, director del Laboratorio de Tecnologías de la Persuasión de la Universidad de Stanford (California), identificado como uno de los gurús tecnológicos del momento por la revista Forbes, todo eso se debe a que es "la tecnología más persuasiva que ha existido". Según este psicólogo, los creadores de ese portal lograron una de las armas de convencimiento e incitación más perfectas del mundo online. "Facebook persuade porque te notifica qué novedades te aguardan si te conectas. Te dice que tienes un mensaje, que han etiquetado una foto con tu nombre, que te han invitado a un evento. Entonces quieres verlo, quieres experimentarlo. Y te conectas. A otro nivel distinto, tus amigos en Facebook crean una red de centenares de personas que está presente en Facebook, de la que eres parte, en la que te sientes integrado", explica.
A veces, sin embargo, puede ser un arma peligrosa. Para Curtis Smith, teniente en el cuerpo de Marines de EE UU, ha sido una fuente de preocupaciones y ansiedad creciente. Cuando se alistó, en 2008, borró a casi todos sus amigos de Facebook. Iba a conocer a muchos soldados, llegados de todos los rincones del país. Sabría casi todo de ellos, y ellos sabrían casi todo de él.
Como todo joven de 24 años, el teniente Smith, que ha preferido usar un pseudónimo, había tenido hasta entonces una ajetreada vida en Facebook. Exhibía fotos, vídeos e ideas. Había mucha información en su perfil. Demasiada, pues quedaba claro que era gay. Y en el ejército de EE UU impera una ley que prohíbe a los homosexuales reconocer que lo son cuando prestan servicio en las fuerzas armadas, bajo riesgo de expulsión.
Smith decidió prescindir de sus amigos de Facebook. Uno a uno, los fue borrando a todos. "A los que me importaban, a mis amigos de verdad, se lo dije. A los conocidos, simplemente los eliminé sin más", explica. "Era necesario. Es casi imposible estar en Facebook, ser gay y ocultárselo a los demás soldados. Ellos están también en la red. Te añaden. Y te preguntan por qué no les aceptas. Puede llegar a ser una pesadilla".
Las redes sociales suelen cumplir una buena función. Según el psicólogo clínico Michael Fenichel, las aplicaciones como Facebook "ofrecen muchas cosas valiosas en un solo paquete, por eso mucha gente acaba confiando en ellas como su hogar para toda la actividad online que no esté relacionada con el trabajo". "Facebook puede satisfacer necesidades muy variadas. Proporciona la demostración de que uno es popular con listas de amigos largas. Permite recobrar el contacto con amigos", añade. "Individualmente, puede hacer cosas maravillosas, como permitir a un parapléjico que debe permanecer en casa hacer amigos y conocidos con otros que comparten el mismo tipo de discapacidades, o que ni siquiera imaginan que él pueda tener una discapacidad. Puede ser muy liberador".
Tanto, que uno puede escapar del lugar de trabajo en un solo clic, para comentar unas fotos del viaje de verano o para cultivar una granja online en aplicaciones lúdicas. De hecho, el uso de redes sociales en el trabajo se ha convertido en un dolor de cabeza para las empresas. Una encuesta reciente de la consultora Nucleus Research reveló que, cuando una empresa no prohíbe el acceso de sus ordenadores a Facebook, acaba perdiendo un 1,5% en productividad laboral de sus empleados.
En este mismo estudio, en el que se entrevistó a 237 empleados, se descubrió que un 77% de ellos tenía cuenta en Facebook, y que cada uno se pasaba, de media, unos 15 minutos diarios de horas de trabajo conectado a ese portal. Con un panorama semejante, no es de extrañar que, a día de hoy, un 54% de las empresas estadounidenses haya prohibido el acceso a las redes sociales a través de sus servidores, según una investigación de la consultora Robert Half Technology, que analizó unas 1.400 compañías.
Para aquellos a los que se les permite navegar por redes sociales, existe un riesgo, muy real, de ser despedido. No sólo por conectarse simplemente a Facebook o MySpace, sino también por colgar en la Red información sensible o comprometida. La consultora Proofpoint acometió un análisis sobre la filtración de información corporativa confidencial a través de redes sociales en 75 empresas de más de 1.000 empleados. Un 8% de ellas despidió, por lo menos, a uno de esos empleados por difusión de datos privados a través de esos sitios web.
En EE UU ha habido casos llamativos, bruscos finales de carreras brillantes a causa de enredos antológicos en una red social. Y si no, que se lo pregunten al jurista Jonathan MacArthur, que en 2007 perdió su puesto como juez sustituto en los Tribunales de Justicia del Norte de Las Vegas (Nevada) por la información publicada en su página personal de MySpace. En ese sitio web, MacArthur destacaba uno de sus intereses personales: "Romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo... y mejorar mi capacidad de romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo".
No hay evidencias ni acusaciones de que MacArthur haya agredido, jamás, a un fiscal. Su comentario, hecho en una página personal, suena a broma. Si se le pregunta, lo confirma: "Era, obviamente, un comentario jocoso". Este experto abogado criminalista, con un currículo impecable, había anunciado que se presentaría a las elecciones para juez en 2008. El campo de su probable oponente comenzó a investigar en su pasado. Otros compañeros de profesión le comentaron que corrían por la Red correos electrónicos con sus comentarios en una página de MySpace. Finalmente, el fiscal del distrito David Roger presentó en el juzgado aquel fragmento de la página personal de MacArthur, junto con otras muestras de su perfil de MySpace.
"Roger, envió un correo electrónico al tribunal explicando que si yo volvía a trabajar como juez sustituto, presentaría mociones para recusarme en todos los casos, y presentaría una demanda ética en mi contra", explica MacArthur, que sigue trabajando en Las Vegas como abogado, después de perder unas elecciones a juez hace un año. "Todo fue una sandez sin fundamento, pero suficiente para convencer al juez titular de que utilizarme como juez sustituto era un riesgo para su imagen innecesario".
MacArthur destaca lo obvio. Que el comentario lo había hecho desde el punto de vista de su anterior ocupación, como abogado defensor. Que se había sacado de contexto. Y que, además, las duras limitaciones de imagen pública que se aplican a los jueces titulares no sirven para los jueces sustitutos. "El 10 de agosto de 2007 se me informó de que no volvería a prestar servicio como juez sustituto. Nadie de la administración de justicia me pidió una explicación o el acceso a mi página completa de MySpace".
Aquel ascenso frustrado es una prueba de que los oponentes -en el trabajo, en unas elecciones, en la política- pueden buscar y buscarán en las redes sociales información dañina que usar a su antojo. "De momento no creo que regrese a la política. Todo aquel proceso me costó un alto precio", añade MacArthur.
Es normal que, para analizar el rendimiento laboral y las capacidades de los trabajadores, los jefes y responsables utilicen no ya buscadores como Google, sino también las nuevas redes sociales. Según un reciente estudio de la página web de información laboral CareerBuilder, participada, en parte, por Microsoft, un 29% de los empleadores usa Facebook para comprobar si un candidato a un puesto de trabajo es el adecuado o no. Un 21% prefiere MySpace y un 26%, la red profesional LinkedIn.
Llaman la atención las razones de las empresas para no contratar a candidatos, todo un manual de qué no hacer en Internet: "El candidato colgó fotos o información provocativas o inapropiadas en un 53% de los casos... El candidato colgó contenido en el que refería beber alcohol o tomar drogas en un 44% de los casos... El candidato hizo comentarios discriminatorios en un 26% de los casos... El candidato mintió sobre sus cualificaciones en un 24% de los casos".
Parecen cuestiones de sentido común, pero en Facebook o MySpace el límite entre lo estrictamente privado y personal y la imagen pública es extremadamente borroso. ¿Quién no tiene a un compañero de trabajo o a algún jefe en la lista de amigos de Facebook? ¿A quién no le han etiquetado en una imagen con una copa en la mano? ¿Quién controla a la perfección los ajustes de seguridad para evitar que información privada esté al alcance de cualquiera?
Hay gente a la que esa interconexión le supone más un problema que un activo. Eugene Jones, trabajador del sector inmobiliario de Washington, de 28 años, no tiene Facebook, ni Twitter, ni MySpace. Cree que no le aportan nada a su trabajo y confía en una forma de comunicación más directa y sencilla. "Cuando tengo algo que decir, lo digo en persona o a través del teléfono o el correo electrónico".
Parece algo lógico. Generaciones enteras han vivido de ese modo. Pero hoy en día, en EE UU, es una tarea muy ardua encontrar a un solo joven de 15 a 30 años que no tenga Facebook. Cualquiera tiene una cuenta, aunque sea sólo testimonial. También están los actualizadores compulsivos, los que cuelgan fotos, cultivan granjas virtuales, difunden los vídeos que más les gustan y lanzan ovejas, zombies, corazones y bolsos de marca a sus amigos. Jones lo confirma: "Cuando la gente me dice que me va a añadir en Facebook y yo respondo que no tengo perfil, me miran como si estuviera loco, de verdad".
Según el doctor Fogg, de la Universidad de Stanford, la actitud de Jones es anacrónica. "No conozco a nadie que se haya dado de baja en Facebook. Esa actitud sería semejante a decidir abandonar la sociedad y vivir aislado en el desierto. Hay y ha habido, de siempre, gente que prefiere ese estilo de vida. Pero yo no lo veo como algo natural. Lo interpreto como una declaración de principios, como una voluntad de no estar conectado a una amplia red social".
El teniente Smith, de hecho, ha decidido regresar a Facebook. Va a dejar el cuerpo de Marines el próximo año. "Por divergencias entre cómo veo yo la vida y qué representan los marines", explica. De momento, ha añadido a algunos amigos. "A los de hace tiempo los tengo en un perfil limitado según el cual no pueden escribir mensajes en mi pizarra ni pueden etiquetar fotos con mi nombre. Es una medida preventiva hasta que logre la baja definitiva del ejército".
Hasta entonces, Smith seguirá sin estar plenamente en Facebook. Y eso le seguirá acarreando problemas con sus amigos, que pensarán que está limitando su libertad de expresión. Puede que las redes sociales llegaran hace poco más de cinco años, pero en el cambio de década son el campo en el que se juega la comunicación del futuro. Y para la inmensa mayoría no hay vuelta atrás.
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¿NOS QUEDARÁ ALGO DE PRIVACIDAD?
La vida se transformará en datos electrónicos al alcance de los espías. Pero no se
preocupen, hay solución.
DAVID GELENTER
David Gelernter es director científico de Mirror World Technologies, crítico arte de la revista Weekry Standard y profesor en la Universidad de Yale
TIME, 18 DE FEBERERO DE 2000
Vivimos rodeados de ondas transmisoras de señales de radio y televisión. En el año 2025, estaremos inmersos en una "ciberesfera" por la cual circularán miles de millones de "estructuras de información" (invisibles pero reales, como las ondas de radio) que transportarán las palabras, imágenes y sonidos de los cuales depende nuestra vida.
Para entonces, el mundo electrónico habrá alcanzado una cierta coherencia. En lugar de teléfono, computadora y ca¬nales de televisión, habrá una sola red ca¬paz de hacerlo todo, porque el conjunto de esos elementos serán simples varia¬ciones de un mismo tema. Su función será sintonizar estas estructuras de infor¬mación de la misma manera en que la radio sintoniza una emisora. Estas ciberestructuras tendrán distintas formas y tamaños, pero una de ellas, la "cibercorriente", será más importante que las demás. La cibercorriente será la crónica electrónica de nuestra vida diaria que acumula registros como si fueran perlas irregulares en una cuerda infinita. Este flujo virtual incluirá todas nuestras llamadas telefónicas, mensajes de correo electrónico, cuentas y extractos bancarios. Después de ali¬mentar toda esta información al procesador de análisis estadístico, nuestros fieles servidores de software podrán intuir con sorprendente precisión nuestros planes para el futuro cercano. Encontrarán en nuestra vida patrones que ignorábamos por completo. Responderán correctamente a mensajes verbales concisos (“Llamar a Julieta”, “Comprar comida”, “Imprimir las noticias”) porque sabrán exactamente quién es Julieta, qué comida le hace falta y qué noticias queremos leer.
Todo parece indicar que en el 2025 la vida será sencilla. Nos deslizaremos en una alfombra mágica tejida con datos minuciosos y análisis estadísticos. Pero si al¬guien logra acceder a nuestra historia de vida electrónica, la expresión "invasión de la privacidad" adoptará un significado totalmente nuevo. El ladrón nos habrá robado no sólo nuestro pasado, sino también una guía fiable para nuestro futuro.
Estas estructuras de información recién están comenzando a emerger. Para el año 2025, una buena parte de la información privada del mundo estará almacenada en computadoras conectadas a una red global, y si un ladrón pudiera conectar su computadora a esa red, encontraría — en principio— la electrónica desde su máquina a la de usted.
¿Entonces, cuál es la novedad? La tecnología siempre ha amenazado privacidad, y esas amenazas rara vez se concretan. Han sido derrotadas antes y volverán a serlo en el futuro por una fuerza mucho más poderosa que tecnología. No es la ley ni la prensa. Tampoco los burócratas ni los jueces federales. Es la moral.
Después de todo, si quisiéramos podríamos tomar un par de potentes binoculares y espiar a nuestro vecino. Pero no lo hacemos. No porque no podamos o porque es ilegal o porque no estemos interesados —la curiosidad un rasgo típicamente humano—. No lo hacemos porque es indigno. Porque sabemos que está mal y que nos sentiríamos avergonzados si lo hiciéramos. Las leyes no son buenas armas la hora de proteger la privacidad. Generalmente, cuando nos amparamos en la ley es porque algo malo ya ocurrió y la sociedad ha salido perdedora. Intentar frenar el avance tecnológico es otra estrategia equivocada. Es un juego de tontos y no va a funcionar. El mejor método para proteger la privacidad en el 2025 es el mismo método que hemos utilizado siempre: enseñarle a nuestros hijos a diferenciar el bien del mal, haciéndoles saber que confiamos en que harán el bien. Estamos obsesionados con la privacidad porque hemos perdido de vista temporalmente una palabra más importante: la dignidad. Hablamos de nuestro "derecho a la privacidad" pero no es eso lo q queremos decir. Esta gastada idea se derrumba apenas la expresamos. ¿Privacidad para asesinar o para golpear a la esposa o a los hijos? ¿Privacidad para maltratar a un animal?; ¿para falsificar dinero? La privacidad no es un derecho absoluto; es un pequeño lujo que podemos darnos cuando lo conseguimos. La dignidad es una necesidad por la que debemos luchar. Y llegado el 2025, nuestra vida será mejor. No por la revolución tecnológica, sino por un renacimiento moral inevitable y mucho más importante.
SOBRE LA TOLERANCIA
LA ACEPTACIÓN DE LA DIFERENCIA
Tulio Hernández
El Nacional, domingo 14 de octubre de 2001
Dos declaraciones, casualmente hechas ambas por italianos, una de Silvio Berlusconi, el magnate, y otra de Oriana Falacci, la entrevistadora, han vuelto a colocar sobre el tapete el tema —tan entusiastamente manejado por Hitler— de la superioridad de una cultura sobre las otras. Que no hay duda de que la civilización occidental es superior, han dicho ambos, casi al unísono, con idéntica arrogancia e ignorancia —que a estos fines significan lo mismo—, llevándose de un solo tirón el que fue uno de los mayores esfuerzos de las disciplinas antropológicas del siglo XX: intentar demostrar que ni ética ni científicamente es correcto diseñar nada semejante a un hit parade de las civilizaciones, y que en asuntos de etnias y culturas no se puede operar a la manera de un concurso de belleza: nombrando un jurado que decida cuál es la más linda de la noche.
Pero otro italiano, a quien todos conocemos bajo el sonoro y autorizado nombre de Umberto Eco, les ha salido al paso escribiendo un riguroso, amoroso e históricamente sustentado ensayo que, bajo el título de “Guerra santa: pasión y razón”, fue publicado el pasado domingo 7 de octubre en el diario Clarín de Buenos Aires.
Eco, quien sabe de intolerancia y fanatismo más que la mayoría de los mortales, porque durante años se dedicó a estudiar las pugnas, purgas y crueles asesinatos ocurridos en el seno de los fundamentalismos católicos europeos del Medioevo —eso fue lo que contó en El nombre de la rosa—, enuncia como tesis fundamental la necesidad de utilizar los instrumentos del análisis y la crítica, para que cada cultura pueda entendérselas con sus propias supersticiones y con las del Otro, como el mejor camino hacia la paz, la tolerancia y la necesidad de compartir un planeta hasta nuevo aviso indivisible en su destino.
“Todas las guerras de religión que ensangrentaron al mundo durante siglos”, escribe nuestro autor, “nacieron de adhesiones pasionales a contraposiciones simplistas, como Nosotros y los Otros, buenos y malos, blancos y negros, fieles e infieles”. Y agrega, en lo que seguramente es la parte más lúcida y más oportuna de su razonamiento: “Si la cultura occidental demostró ser fecunda es porque se esforzó en eliminar, a la luz de la investigación y el espíritu crítico, las simplificaciones nocivas”.
Ese esfuerzo, el de eliminar las “simplificaciones nocivas”, que ha tenido su mejor expresión en las conquistas democráticas y en la reivindicación del reconocimiento de las diferencias —incluyendo, además de las raciales, las que tienen que ver con preferencias sexuales y opciones religiosas—, no ha sido por supuesto una marcha sin obstáculos, pues periódicamente ha tenido sus retrocesos o ha sido incapaz de penetrar en ciertas capas y dimensiones de las poblaciones occidentales y sus gobiernos. Hitler y Stalin, quienes, como los talibanes, asesinaban en masa, quemaban libros, perseguían a los homosexuales y condenaban a los opositores al ostracismo, son tan occidentales como los miembros de Ku-Kux-Klan; como los racistas de Sudáfrica que defendieron, y algunos todavía defienden, el derecho a excluir a la población negra como raza inferior; o, como los skinheads que apalean por igual a turcos, senegaleses o suramericanos. Y eso, sin embargo, no le da derecho a nadie a condenar la cultura occidental como bárbara, asesina o pecaminosa en su conjunto, o a bajarla unidimensionalmente de una supuesta ubicación en el ranking de las civilizaciones.
Como tampoco tiene razón la operación contraria —la que alientan mensajes como el de Berlusconi y la Falacci—, esa especie de nueva parálisis de la razón crítica que ataca amenazadoramente, desde su propio seno, los principios del pluralismo que Occidente, con fuerza intensa desde la revolución francesa en adelante, y a pesar de sus contradicciones e hipocresías, ha contribuido a sembrar en el mundo. Como no la tienen tampoco quienes, desde importantes posiciones de opinión, condenan a ciegas al pueblo palestino o al mundo islámico, o declaran como cadáveres infectos a los restos de los afganos muertos en batalla.
Lo que los grandes humanistas y los más agudos antropólogos han intentado demostrar es que no se puede comparar una cultura con otra si no se fijan previamente algunos parámetros que expliquen desde qué perspectiva se hace la comparación. Que una cosa son los datos fríos de la estadística sobre calidad de vida, y otra la valoración de los componentes, aportes a la humanidad y valores de una determinada sociedad. Por ejemplo, la inmensa capacidad de innovación tecnológica e industrial de Occidente es no solo la razón de su poderío presente, sino un inocultable objeto de orgullo. Para otros occidentales, en cambio, la manera como esa capacidad se ha materializado —la criminal contaminación del planeta, los huecos en la capa de ozono— es una prueba de barbarie, a la cual se oponen, como una actitud superior y más sabia, los principios conservacionistas y el respeto por la naturaleza practicado entre las culturas indígenas del Amazonas. Lo mismo ocurre en el campo de la espiritualidad. Occidente se exhibe hoy como un territorio árido en el campo de las creencias: sin otra fe superior a la del consumo o los nuevos y viejos nacionalismos, se encuentra presa de un supermercado esotérico que sustituye al auténtico desarrollo espiritual. Mientras que otros saberes, como los desarrollados en la India —una catástrofe desde el punto de vista del confort occidental—, se convierten en punto de referencia y tabla de salvación, incluso para ser aplicados en campos tan pragmáticos como la gerencia y la competitividad. El antídoto propuesto por Eco es el de iniciar un nuevo tipo de educación y dejar de enseñar a los niños —a los de Oriente y los de Occidente— que todos somos iguales. Enseñarles, por el contrario, que los seres humanos son muy distintos entre sí, explicarles en qué son distintos y mostrarles que esas diversidades pueden ser fuente de riqueza y no necesariamente de odio y conflictividad.
En ese camino educativo, la gran tarea del futuro es enfrentar los terrorismos, sean de Estado o religiosos, de origen islámico, como los de Ben Laden, o de origen cristiano, como los de Belfast. También, todo tipo de fundamentalismo, ya sea el integrista que hoy nos ocupa o el periódico revival del etnocentrismo occidental, el que más nos cuesta ver. Detrás, como eterno telón de fondo, se encuentra como tema único el de aprender a aceptar y a convivir con los diferentes. Una propuesta, nada fácil, que no todos están dispuestos a emprender, pero que a largo plazo será más útil que los bombazos indiscriminados o el llamado a la Guerra Santa.
ESTRATEGIAS ARGUMENTATIVAS EN ESTE TEXTO:
Tesis del artículo: Superar los fanatismos y aprender a aceptar y a convivir con los diferentes.
FRAGMENTOS DEL TEXTO ANALIZADO TESIS O ESTRATEGIAS ARGUMENTATIVAS
Párrafos 1:
Dos declaraciones, casualmente hechas ambas por italianos, una de Silvio Berlusconi, el magnate, y otra de Oriana Falacci, la entrevistadora, han vuelto a colocar sobre el tapete el tema —tan entusiastamente manejado por Hitler— de la superioridad de una cultura sobre las otras. Que no hay duda de que la civilización occidental es superior, han dicho ambos, casi al unísono, con idéntica arrogancia e ignorancia —que a estos fines significan lo mismo—, llevándose de un solo tirón el que fue uno de los mayores esfuerzos de las disciplinas antropológicas del siglo XX: intentar demostrar que ni ética ni científicamente es correcto diseñar nada semejante a un hit parade de las civilizaciones, y que en asuntos de etnias y culturas no se puede operar a la manera de un concurso de belleza: nombrando un jurado que decida cuál es la más linda de la noche.
Explicación y ejemplificación de dos casos que le permiten al
autor demostrar que existe una creencia basada en la superioridad de una cultura sobre las otras. Las referencias de los sujetos mencionados corresponden a: un magnate, a una entrevistadora y a Hitler. Esta selección le permite deslegitimar la postura que critica.
Párrafos 2 y 3:
Pero otro italiano, a quien todos conocemos bajo el sonoro y autorizado nombre de Umberto Eco, les ha salido al paso escribiendo un riguroso, amoroso e históricamente sustentado ensayo que, bajo el título de “Guerra santa: pasión y razón”, fue publicado el pasado domingo 7 de octubre en el diario Clarín de Buenos Aires.
Eco, quien sabe de intolerancia y fanatismo más que la mayoría de los mortales, porque durante años se dedicó a estudiar las pugnas, purgas y crueles asesinatos ocurridos en el seno de los fundamentalismos católicos europeos del Medioevo —eso fue lo que contó en El nombre de la rosa—, enuncia como tesis fundamental la necesidad de utilizar los instrumentos del análisis y la crítica, para que cada cultura pueda entendérselas con sus propias supersticiones y con las del Otro, como el mejor camino hacia la paz, la tolerancia y la necesidad de compartir un planeta hasta nuevo aviso indivisible en su destino.
Se establece una contrargumentación a través de una referencia de autoridad (Humberto Eco).
Párrafo 4: “Todas las guerras de religión que ensangrentaron al mundo durante siglos”, escribe nuestro autor, “nacieron de adhesiones pasionales a contraposiciones simplistas, como Nosotros y los Otros, buenos y malos, blancos y negros, fieles e infieles”. Y agrega, en lo que seguramente es la parte más lúcida y más oportuna de su razonamiento: “Si la cultura occidental demostró ser fecunda es porque se esforzó en eliminar, a la luz de la investigación y el espíritu crítico, las simplificaciones nocivas”.
Citas de autoridad para seguir respaldando el argumento de Eco. .
Párrafo 5: Ese esfuerzo, el de eliminar las “simplificaciones nocivas”, que ha tenido su mejor expresión en las conquistas democráticas y en la reivindicación del reconocimiento de las diferencias —incluyendo, además de las raciales, las que tienen que ver con preferencias sexuales y opciones religiosas—, no ha sido por supuesto una marcha sin obstáculos, pues periódicamente ha tenido sus retrocesos o ha sido incapaz de penetrar en ciertas capas y dimensiones de las poblaciones occidentales y sus gobiernos. Hitler y Stalin, quienes, como los talibanes, asesinaban en masa, quemaban libros, perseguían a los homosexuales y condenaban a los opositores al ostracismo, son tan occidentales como los miembros de Ku-Kux-Klan; como los racistas de Sudáfrica que defendieron, y algunos todavía defienden, el derecho a excluir a la población negra como raza inferior; o, como los skinheads que apalean por igual a turcos, senegaleses o suramericanos. Y eso, sin embargo, no le da derecho a nadie a condenar la cultura occidental como bárbara, asesina o pecaminosa en su conjunto, o a bajarla unidimensionalmente de una supuesta ubicación en el ranking de las civilizaciones.
Argumento: eliminar las simplificaciones nocivas que nos harían ver que ha sido una conquista (pensamiento crítico) sin obstáculos.
Se proponen varios ejemplos de simplificaciones nocivas:
1. Hitler y Stalin
2. Ku-Kux-Klan
3. Sudáfrica y Skinheads
Pero a pesar de estos ejemplos no podemos (des)calificar a toda una cultura en función de ciertos individuos.
Párrafo 6:
Como tampoco tiene razón la operación contraria —la que alientan mensajes como el de Berlusconi y la Falacci—, esa especie de nueva parálisis de la razón crítica que ataca amenazadoramente, desde su propio seno, los principios del pluralismo que Occidente, con fuerza intensa desde la revolución francesa en adelante, y a pesar de sus contradicciones e hipocresías, ha contribuido a sembrar en el mundo. Como no la tienen tampoco quienes, desde importantes posiciones de opinión, condenan a ciegas al pueblo palestino o al mundo islámico, o declaran como cadáveres infectos a los restos de los afganos muertos en batalla.
Completando la idea anterior, Hernández ofrece otras posturas (particulares y generales) que representan posiciones negativas y que no necesariamente representan una cultura.
Ofrece ejemplos de dichas posiciones:
1. Berlusconi y Falacci.
2. Los que condenan a ciegas a palestinos o al mundo islámico.
Párrafo 7: Lo que los grandes humanistas y los más agudos antropólogos han intentado demostrar es que no se puede comparar una cultura con otra si no se fijan previamente algunos parámetros que expliquen desde qué perspectiva se hace la comparación. Que una cosa son los datos fríos de la estadística sobre calidad de vida, y otra la valoración de los componentes, aportes a la humanidad y valores de una determinada sociedad. Por ejemplo, la inmensa capacidad de innovación tecnológica e industrial de Occidente es no solo la razón de su poderío presente, sino un inocultable objeto de orgullo. Para otros occidentales, en cambio, la manera como esa capacidad se ha materializado —la criminal contaminación del planeta, los huecos en la capa de ozono— es una prueba de barbarie, a la cual se oponen, como una actitud superior y más sabia, los principios conservacionistas y el respeto por la naturaleza practicado entre las culturas indígenas del Amazonas. Lo mismo ocurre en el campo de la espiritualidad. Occidente se exhibe hoy como un territorio árido en el campo de las creencias: sin otra fe superior a la del consumo o los nuevos y viejos nacionalismos, se encuentra presa de un supermercado esotérico que sustituye al auténtico desarrollo espiritual. Mientras que otros saberes, como los desarrollados en la India —una catástrofe desde el punto de vista del confort occidental—, se convierten en punto de referencia y tabla de salvación, incluso para ser aplicados en campos tan pragmáticos como la gerencia y la competitividad. El antídoto propuesto por Eco es el de iniciar un nuevo tipo de educación y dejar de enseñar a los niños —a los de Oriente y los de Occidente— que todos somos iguales. Enseñarles, por el contrario, que los seres humanos son muy distintos entre sí, explicarles en qué son distintos y mostrarles que esas diversidades pueden ser fuente de riqueza y no necesariamente de odio y conflictividad.
Argumento: plantea la idea de que para comparar culturas hay que fijar ciertos parámetros.
Ejemplo posturas diferentes sobre si realmente Occidente es la cuna del progreso o no.
Conclusión. Lo que hay que hacer para evitar estas posturas fundamentalistas (lo que indica Eco) es EDUCAR. Educar sobre la diversidad cultural.
Párrafos 8: En ese camino educativo, la gran tarea del futuro es enfrentar los terrorismos, sean de Estado o religiosos, de origen islámico, como los de Ben Laden, o de origen cristiano, como los de Belfast. También, todo tipo de fundamentalismo, ya sea el integrista que hoy nos ocupa o el periódico revival del etnocentrismo occidental, el que más nos cuesta ver. Detrás, como eterno telón de fondo, se encuentra como tema único el de aprender a aceptar y a convivir con los diferentes. Una propuesta, nada fácil, que no todos están dispuestos a emprender, pero que a largo plazo será más útil que los bombazos indiscriminados o el llamado a la Guerra Santa
Conclusión: continua la idea anterior sobre el papel de la educación.
Ejemplos: ofrece ejemplos de los fundamentalismos que hay que evitar a través de la Educación.
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LA CULTURA DE LA HOSPITALIDAD
Fernando Savater
A veces suele decirse que todas las culturas son igualmente válidas y que no hay unas mejores que otras. Creo que no es verdad. Una cultura es tanto mejor cuanto más capaz de asumir lenguas, tradiciones y respuestas diferentes a los innumerables problemas de la vida en comunidad. La cultura que incluye es superior en civilización a la que excluye; la cultura que respeta y comprende me parece más elevada que la que viola, mutila y siente hostilidad ante lo diferente; la cultura en la que conviven formas plurales de amar, rezar, razonar o cantar tiene primacía sobre la que se atrinchera en lo unánime y confunde la armonía con la uniformidad. Cada cultura es en potencia todas las culturas porque brota de una humanidad común que se expresa de mil modos pero comparte siempre lo esencial. Y por tanto la cultura más humana es la más hospitalaria con la diversidad de los hombres y mujeres, que son semejantes en sus necesidades y deben ser iguales en sus derechos de ciudadanía pero que articulan sus vidas en una polifonía enriquecedora, sugestiva.
El deber de la hospitalidad, que es culturalmente el más hermoso y más civilizado de todos los deberes, tiene especial importancia cuando se refiere a los niños. Porque al niño inmigrante (y todos los niños en cierto sentido son inmigrantes, dado que nacer es siempre llegar a un país extranjero) debe ser educado de modo que parta de lo familiar para hacerse más y más amplio, más generoso, más solidario y tolerante con lo diferente. Si al niño se le excluye por aquello que le es más familiar y se le prohibe desarrollar lo que culturalmente tiene como propio, sólo aprenderá a excluir y a prohibir cuando crezca. Se le enseñará a ser bárbaro en lugar de abrirle a una cultura superior. Igualmente malo sería encerrarle de modo excluyente en su origen cultural, de modo que más tarde crea que los humanos tenemos que vivir en regimientos uniformados que no pueden mezclarse unos con otros ni compartir un mismo proyecto social.
Conocer la lengua de sus padres, practicarla para explorar su origen y desarrollar sus derechos, estudiar las leyendas y las obras literarias de las que proviene la imaginación que le es en principio más próxima ha de ser el primer paso para abrirse sin enfrentamientos a la convivencia con la pluralidad de los conciudadanos que le acompañan. Nada socialmente efectivo se edifica sobre el desprecio o la mutilación de lo que vincula al niño con sus mayores, pero nada bueno tampoco se conseguirá convenciéndole de que su destino insuperable es la mera fidelidad claustrofóbica a sus llamadas raíces culturales. Hay que enseñarle de dónde viene y también ir más allá, de modo que aprenda a caminar por lo ancho del mundo sin olvidar por dónde entró en él.
¿Igual todas las culturas? No es cierto. Aquella que convierte en institución la hospitalidad para todos y obtiene su fuerza colectiva de la armonización de lo diverso es un logro más importante que la tribu encerrada en el modelo único dictado por la soberbia de unos pocos. El lema “pluribus in unum” sigue siendo el más estimulante de los proyectos no sólo políticos sino también educativos. Y a la larga creo que resulta también el más eficaz para garantizar la grandeza de una comunidad.
Tulio Hernández
El Nacional, domingo 14 de octubre de 2001
Dos declaraciones, casualmente hechas ambas por italianos, una de Silvio Berlusconi, el magnate, y otra de Oriana Falacci, la entrevistadora, han vuelto a colocar sobre el tapete el tema —tan entusiastamente manejado por Hitler— de la superioridad de una cultura sobre las otras. Que no hay duda de que la civilización occidental es superior, han dicho ambos, casi al unísono, con idéntica arrogancia e ignorancia —que a estos fines significan lo mismo—, llevándose de un solo tirón el que fue uno de los mayores esfuerzos de las disciplinas antropológicas del siglo XX: intentar demostrar que ni ética ni científicamente es correcto diseñar nada semejante a un hit parade de las civilizaciones, y que en asuntos de etnias y culturas no se puede operar a la manera de un concurso de belleza: nombrando un jurado que decida cuál es la más linda de la noche.
Pero otro italiano, a quien todos conocemos bajo el sonoro y autorizado nombre de Umberto Eco, les ha salido al paso escribiendo un riguroso, amoroso e históricamente sustentado ensayo que, bajo el título de “Guerra santa: pasión y razón”, fue publicado el pasado domingo 7 de octubre en el diario Clarín de Buenos Aires.
Eco, quien sabe de intolerancia y fanatismo más que la mayoría de los mortales, porque durante años se dedicó a estudiar las pugnas, purgas y crueles asesinatos ocurridos en el seno de los fundamentalismos católicos europeos del Medioevo —eso fue lo que contó en El nombre de la rosa—, enuncia como tesis fundamental la necesidad de utilizar los instrumentos del análisis y la crítica, para que cada cultura pueda entendérselas con sus propias supersticiones y con las del Otro, como el mejor camino hacia la paz, la tolerancia y la necesidad de compartir un planeta hasta nuevo aviso indivisible en su destino.
“Todas las guerras de religión que ensangrentaron al mundo durante siglos”, escribe nuestro autor, “nacieron de adhesiones pasionales a contraposiciones simplistas, como Nosotros y los Otros, buenos y malos, blancos y negros, fieles e infieles”. Y agrega, en lo que seguramente es la parte más lúcida y más oportuna de su razonamiento: “Si la cultura occidental demostró ser fecunda es porque se esforzó en eliminar, a la luz de la investigación y el espíritu crítico, las simplificaciones nocivas”.
Ese esfuerzo, el de eliminar las “simplificaciones nocivas”, que ha tenido su mejor expresión en las conquistas democráticas y en la reivindicación del reconocimiento de las diferencias —incluyendo, además de las raciales, las que tienen que ver con preferencias sexuales y opciones religiosas—, no ha sido por supuesto una marcha sin obstáculos, pues periódicamente ha tenido sus retrocesos o ha sido incapaz de penetrar en ciertas capas y dimensiones de las poblaciones occidentales y sus gobiernos. Hitler y Stalin, quienes, como los talibanes, asesinaban en masa, quemaban libros, perseguían a los homosexuales y condenaban a los opositores al ostracismo, son tan occidentales como los miembros de Ku-Kux-Klan; como los racistas de Sudáfrica que defendieron, y algunos todavía defienden, el derecho a excluir a la población negra como raza inferior; o, como los skinheads que apalean por igual a turcos, senegaleses o suramericanos. Y eso, sin embargo, no le da derecho a nadie a condenar la cultura occidental como bárbara, asesina o pecaminosa en su conjunto, o a bajarla unidimensionalmente de una supuesta ubicación en el ranking de las civilizaciones.
Como tampoco tiene razón la operación contraria —la que alientan mensajes como el de Berlusconi y la Falacci—, esa especie de nueva parálisis de la razón crítica que ataca amenazadoramente, desde su propio seno, los principios del pluralismo que Occidente, con fuerza intensa desde la revolución francesa en adelante, y a pesar de sus contradicciones e hipocresías, ha contribuido a sembrar en el mundo. Como no la tienen tampoco quienes, desde importantes posiciones de opinión, condenan a ciegas al pueblo palestino o al mundo islámico, o declaran como cadáveres infectos a los restos de los afganos muertos en batalla.
Lo que los grandes humanistas y los más agudos antropólogos han intentado demostrar es que no se puede comparar una cultura con otra si no se fijan previamente algunos parámetros que expliquen desde qué perspectiva se hace la comparación. Que una cosa son los datos fríos de la estadística sobre calidad de vida, y otra la valoración de los componentes, aportes a la humanidad y valores de una determinada sociedad. Por ejemplo, la inmensa capacidad de innovación tecnológica e industrial de Occidente es no solo la razón de su poderío presente, sino un inocultable objeto de orgullo. Para otros occidentales, en cambio, la manera como esa capacidad se ha materializado —la criminal contaminación del planeta, los huecos en la capa de ozono— es una prueba de barbarie, a la cual se oponen, como una actitud superior y más sabia, los principios conservacionistas y el respeto por la naturaleza practicado entre las culturas indígenas del Amazonas. Lo mismo ocurre en el campo de la espiritualidad. Occidente se exhibe hoy como un territorio árido en el campo de las creencias: sin otra fe superior a la del consumo o los nuevos y viejos nacionalismos, se encuentra presa de un supermercado esotérico que sustituye al auténtico desarrollo espiritual. Mientras que otros saberes, como los desarrollados en la India —una catástrofe desde el punto de vista del confort occidental—, se convierten en punto de referencia y tabla de salvación, incluso para ser aplicados en campos tan pragmáticos como la gerencia y la competitividad. El antídoto propuesto por Eco es el de iniciar un nuevo tipo de educación y dejar de enseñar a los niños —a los de Oriente y los de Occidente— que todos somos iguales. Enseñarles, por el contrario, que los seres humanos son muy distintos entre sí, explicarles en qué son distintos y mostrarles que esas diversidades pueden ser fuente de riqueza y no necesariamente de odio y conflictividad.
En ese camino educativo, la gran tarea del futuro es enfrentar los terrorismos, sean de Estado o religiosos, de origen islámico, como los de Ben Laden, o de origen cristiano, como los de Belfast. También, todo tipo de fundamentalismo, ya sea el integrista que hoy nos ocupa o el periódico revival del etnocentrismo occidental, el que más nos cuesta ver. Detrás, como eterno telón de fondo, se encuentra como tema único el de aprender a aceptar y a convivir con los diferentes. Una propuesta, nada fácil, que no todos están dispuestos a emprender, pero que a largo plazo será más útil que los bombazos indiscriminados o el llamado a la Guerra Santa.
ESTRATEGIAS ARGUMENTATIVAS EN ESTE TEXTO:
Tesis del artículo: Superar los fanatismos y aprender a aceptar y a convivir con los diferentes.
FRAGMENTOS DEL TEXTO ANALIZADO TESIS O ESTRATEGIAS ARGUMENTATIVAS
Párrafos 1:
Dos declaraciones, casualmente hechas ambas por italianos, una de Silvio Berlusconi, el magnate, y otra de Oriana Falacci, la entrevistadora, han vuelto a colocar sobre el tapete el tema —tan entusiastamente manejado por Hitler— de la superioridad de una cultura sobre las otras. Que no hay duda de que la civilización occidental es superior, han dicho ambos, casi al unísono, con idéntica arrogancia e ignorancia —que a estos fines significan lo mismo—, llevándose de un solo tirón el que fue uno de los mayores esfuerzos de las disciplinas antropológicas del siglo XX: intentar demostrar que ni ética ni científicamente es correcto diseñar nada semejante a un hit parade de las civilizaciones, y que en asuntos de etnias y culturas no se puede operar a la manera de un concurso de belleza: nombrando un jurado que decida cuál es la más linda de la noche.
Explicación y ejemplificación de dos casos que le permiten al
autor demostrar que existe una creencia basada en la superioridad de una cultura sobre las otras. Las referencias de los sujetos mencionados corresponden a: un magnate, a una entrevistadora y a Hitler. Esta selección le permite deslegitimar la postura que critica.
Párrafos 2 y 3:
Pero otro italiano, a quien todos conocemos bajo el sonoro y autorizado nombre de Umberto Eco, les ha salido al paso escribiendo un riguroso, amoroso e históricamente sustentado ensayo que, bajo el título de “Guerra santa: pasión y razón”, fue publicado el pasado domingo 7 de octubre en el diario Clarín de Buenos Aires.
Eco, quien sabe de intolerancia y fanatismo más que la mayoría de los mortales, porque durante años se dedicó a estudiar las pugnas, purgas y crueles asesinatos ocurridos en el seno de los fundamentalismos católicos europeos del Medioevo —eso fue lo que contó en El nombre de la rosa—, enuncia como tesis fundamental la necesidad de utilizar los instrumentos del análisis y la crítica, para que cada cultura pueda entendérselas con sus propias supersticiones y con las del Otro, como el mejor camino hacia la paz, la tolerancia y la necesidad de compartir un planeta hasta nuevo aviso indivisible en su destino.
Se establece una contrargumentación a través de una referencia de autoridad (Humberto Eco).
Párrafo 4: “Todas las guerras de religión que ensangrentaron al mundo durante siglos”, escribe nuestro autor, “nacieron de adhesiones pasionales a contraposiciones simplistas, como Nosotros y los Otros, buenos y malos, blancos y negros, fieles e infieles”. Y agrega, en lo que seguramente es la parte más lúcida y más oportuna de su razonamiento: “Si la cultura occidental demostró ser fecunda es porque se esforzó en eliminar, a la luz de la investigación y el espíritu crítico, las simplificaciones nocivas”.
Citas de autoridad para seguir respaldando el argumento de Eco. .
Párrafo 5: Ese esfuerzo, el de eliminar las “simplificaciones nocivas”, que ha tenido su mejor expresión en las conquistas democráticas y en la reivindicación del reconocimiento de las diferencias —incluyendo, además de las raciales, las que tienen que ver con preferencias sexuales y opciones religiosas—, no ha sido por supuesto una marcha sin obstáculos, pues periódicamente ha tenido sus retrocesos o ha sido incapaz de penetrar en ciertas capas y dimensiones de las poblaciones occidentales y sus gobiernos. Hitler y Stalin, quienes, como los talibanes, asesinaban en masa, quemaban libros, perseguían a los homosexuales y condenaban a los opositores al ostracismo, son tan occidentales como los miembros de Ku-Kux-Klan; como los racistas de Sudáfrica que defendieron, y algunos todavía defienden, el derecho a excluir a la población negra como raza inferior; o, como los skinheads que apalean por igual a turcos, senegaleses o suramericanos. Y eso, sin embargo, no le da derecho a nadie a condenar la cultura occidental como bárbara, asesina o pecaminosa en su conjunto, o a bajarla unidimensionalmente de una supuesta ubicación en el ranking de las civilizaciones.
Argumento: eliminar las simplificaciones nocivas que nos harían ver que ha sido una conquista (pensamiento crítico) sin obstáculos.
Se proponen varios ejemplos de simplificaciones nocivas:
1. Hitler y Stalin
2. Ku-Kux-Klan
3. Sudáfrica y Skinheads
Pero a pesar de estos ejemplos no podemos (des)calificar a toda una cultura en función de ciertos individuos.
Párrafo 6:
Como tampoco tiene razón la operación contraria —la que alientan mensajes como el de Berlusconi y la Falacci—, esa especie de nueva parálisis de la razón crítica que ataca amenazadoramente, desde su propio seno, los principios del pluralismo que Occidente, con fuerza intensa desde la revolución francesa en adelante, y a pesar de sus contradicciones e hipocresías, ha contribuido a sembrar en el mundo. Como no la tienen tampoco quienes, desde importantes posiciones de opinión, condenan a ciegas al pueblo palestino o al mundo islámico, o declaran como cadáveres infectos a los restos de los afganos muertos en batalla.
Completando la idea anterior, Hernández ofrece otras posturas (particulares y generales) que representan posiciones negativas y que no necesariamente representan una cultura.
Ofrece ejemplos de dichas posiciones:
1. Berlusconi y Falacci.
2. Los que condenan a ciegas a palestinos o al mundo islámico.
Párrafo 7: Lo que los grandes humanistas y los más agudos antropólogos han intentado demostrar es que no se puede comparar una cultura con otra si no se fijan previamente algunos parámetros que expliquen desde qué perspectiva se hace la comparación. Que una cosa son los datos fríos de la estadística sobre calidad de vida, y otra la valoración de los componentes, aportes a la humanidad y valores de una determinada sociedad. Por ejemplo, la inmensa capacidad de innovación tecnológica e industrial de Occidente es no solo la razón de su poderío presente, sino un inocultable objeto de orgullo. Para otros occidentales, en cambio, la manera como esa capacidad se ha materializado —la criminal contaminación del planeta, los huecos en la capa de ozono— es una prueba de barbarie, a la cual se oponen, como una actitud superior y más sabia, los principios conservacionistas y el respeto por la naturaleza practicado entre las culturas indígenas del Amazonas. Lo mismo ocurre en el campo de la espiritualidad. Occidente se exhibe hoy como un territorio árido en el campo de las creencias: sin otra fe superior a la del consumo o los nuevos y viejos nacionalismos, se encuentra presa de un supermercado esotérico que sustituye al auténtico desarrollo espiritual. Mientras que otros saberes, como los desarrollados en la India —una catástrofe desde el punto de vista del confort occidental—, se convierten en punto de referencia y tabla de salvación, incluso para ser aplicados en campos tan pragmáticos como la gerencia y la competitividad. El antídoto propuesto por Eco es el de iniciar un nuevo tipo de educación y dejar de enseñar a los niños —a los de Oriente y los de Occidente— que todos somos iguales. Enseñarles, por el contrario, que los seres humanos son muy distintos entre sí, explicarles en qué son distintos y mostrarles que esas diversidades pueden ser fuente de riqueza y no necesariamente de odio y conflictividad.
Argumento: plantea la idea de que para comparar culturas hay que fijar ciertos parámetros.
Ejemplo posturas diferentes sobre si realmente Occidente es la cuna del progreso o no.
Conclusión. Lo que hay que hacer para evitar estas posturas fundamentalistas (lo que indica Eco) es EDUCAR. Educar sobre la diversidad cultural.
Párrafos 8: En ese camino educativo, la gran tarea del futuro es enfrentar los terrorismos, sean de Estado o religiosos, de origen islámico, como los de Ben Laden, o de origen cristiano, como los de Belfast. También, todo tipo de fundamentalismo, ya sea el integrista que hoy nos ocupa o el periódico revival del etnocentrismo occidental, el que más nos cuesta ver. Detrás, como eterno telón de fondo, se encuentra como tema único el de aprender a aceptar y a convivir con los diferentes. Una propuesta, nada fácil, que no todos están dispuestos a emprender, pero que a largo plazo será más útil que los bombazos indiscriminados o el llamado a la Guerra Santa
Conclusión: continua la idea anterior sobre el papel de la educación.
Ejemplos: ofrece ejemplos de los fundamentalismos que hay que evitar a través de la Educación.
***
LA CULTURA DE LA HOSPITALIDAD
Fernando Savater
A veces suele decirse que todas las culturas son igualmente válidas y que no hay unas mejores que otras. Creo que no es verdad. Una cultura es tanto mejor cuanto más capaz de asumir lenguas, tradiciones y respuestas diferentes a los innumerables problemas de la vida en comunidad. La cultura que incluye es superior en civilización a la que excluye; la cultura que respeta y comprende me parece más elevada que la que viola, mutila y siente hostilidad ante lo diferente; la cultura en la que conviven formas plurales de amar, rezar, razonar o cantar tiene primacía sobre la que se atrinchera en lo unánime y confunde la armonía con la uniformidad. Cada cultura es en potencia todas las culturas porque brota de una humanidad común que se expresa de mil modos pero comparte siempre lo esencial. Y por tanto la cultura más humana es la más hospitalaria con la diversidad de los hombres y mujeres, que son semejantes en sus necesidades y deben ser iguales en sus derechos de ciudadanía pero que articulan sus vidas en una polifonía enriquecedora, sugestiva.
El deber de la hospitalidad, que es culturalmente el más hermoso y más civilizado de todos los deberes, tiene especial importancia cuando se refiere a los niños. Porque al niño inmigrante (y todos los niños en cierto sentido son inmigrantes, dado que nacer es siempre llegar a un país extranjero) debe ser educado de modo que parta de lo familiar para hacerse más y más amplio, más generoso, más solidario y tolerante con lo diferente. Si al niño se le excluye por aquello que le es más familiar y se le prohibe desarrollar lo que culturalmente tiene como propio, sólo aprenderá a excluir y a prohibir cuando crezca. Se le enseñará a ser bárbaro en lugar de abrirle a una cultura superior. Igualmente malo sería encerrarle de modo excluyente en su origen cultural, de modo que más tarde crea que los humanos tenemos que vivir en regimientos uniformados que no pueden mezclarse unos con otros ni compartir un mismo proyecto social.
Conocer la lengua de sus padres, practicarla para explorar su origen y desarrollar sus derechos, estudiar las leyendas y las obras literarias de las que proviene la imaginación que le es en principio más próxima ha de ser el primer paso para abrirse sin enfrentamientos a la convivencia con la pluralidad de los conciudadanos que le acompañan. Nada socialmente efectivo se edifica sobre el desprecio o la mutilación de lo que vincula al niño con sus mayores, pero nada bueno tampoco se conseguirá convenciéndole de que su destino insuperable es la mera fidelidad claustrofóbica a sus llamadas raíces culturales. Hay que enseñarle de dónde viene y también ir más allá, de modo que aprenda a caminar por lo ancho del mundo sin olvidar por dónde entró en él.
¿Igual todas las culturas? No es cierto. Aquella que convierte en institución la hospitalidad para todos y obtiene su fuerza colectiva de la armonización de lo diverso es un logro más importante que la tribu encerrada en el modelo único dictado por la soberbia de unos pocos. El lema “pluribus in unum” sigue siendo el más estimulante de los proyectos no sólo políticos sino también educativos. Y a la larga creo que resulta también el más eficaz para garantizar la grandeza de una comunidad.
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