APRENDER A PENSAR
José Antonio Marina
El filósofo José Antonio Marina es profesor de educación media (de instituto le llaman en España), y actualmente está abocado a reflexionar sobre el uso de Internet en la enseñanza. Internet es un recurso fundamental, valiosísimo, pero sabiéndolo utilizar: El reto es aprender a pensar.
Luis Montes
"El ideologismo habitúa a la gente a no pensar, es el opio de la mente; pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y 'silenciar' el pensamiento ajeno. Y con el crecimiento de la comunicación de masas también ha aumentado el bombardeo de los epítetos: una guerra de palabras entre 'nombres nobles', nombres apreciativos que el ideólogo se atribuye a sí mismo, y 'nombres innobles' que el ideólogo atribuye a sus adversarios".
Giovanni Sartori, La democracia en 30 lecciones, Taurus, 2009, p. 89
José Antonio Marina: "Un burro con internet sigue siendo un burro"
EFE , Sevilla | 03/12/2009 - hace 2 horas | comentarios | +0 -0 (0 votos)
El filósofo José Antonio Marina, que esta tarde ha ofrecido en Sevilla la conferencia "Aprender a pensar", sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en la educación, advirtió que "un burro con internet sigue siendo un burro".
Según Marina, internet es como poseer un carné de la estadounidense Biblioteca del Congreso, "una posibilidad de acceso, pero ¿qué se hace con ella?"
De ahí que el filósofo señalara que los alumnos actuales, a la hora de buscar información en la red, "lo hacen muy bien", pero a la hora de aprender esa información "lo hacen muy mal", tal vez porque "es muy fácil almacenarla en el disco del ordenador", pero, advirtió, "la inteligencia creadora se basa en la memoria de cada uno, no en la del ordenador".
En declaraciones a Efe, Marina señaló que las redes sociales en las que a diario interactúan los adolescentes son como "una conversación con mucha gente, con las mismas ventajas e inconvenientes de cualquier conversación, que si es estúpida, estupidiza a todos",
"Elevar el nivel de las redes es importante para toda la sociedad; de ahí que haya que aprovechar para elevar la capacidad de los alumnos y aumentar su nivel de conversación, por una razón de salud democrática, para evitar trivializar los debates públicos por falta de conocimientos", añadió.
"Una sociedad inteligente es aquella en la que sus ciudadanos manejan bien su conciencia, razonan y argumentan y atienden los argumentos de los demás", señaló el filósofo, quien advirtió de los peligros de una sociedad que sólo digiera mensajes breves y de un elevado nivel emocional, o sea, eslóganes y consignas.
Tras recordar una encuesta que asegura que el 40 por ciento de los españoles mayores de 24 años no comprenden el editorial de un periódico y asegurar que se ha sufrido "de manera brutal" una disminución de la capacidad de comprensión, con la consiguiente vulnerabilidad social, consideró que es preciso "desarrollar el sentido crítico de los alumnos".
Marina aseguró que las directivas de las UE sobre las ocho competencias básicas en materia de educación --que van desde la lingüística y la matemática a las de convivencia- - están "incompletas" porque, precisamente, falta "la del pensamiento crítico", o sea, la que enseñe a pensar.
"Podemos formar borregos muy eficaces en esas ocho competencias, pero es mejor formar personas muy eficaces", por lo que señaló que la pregunta es cómo utilizar las nuevas tecnologías de la información "que fascinan" a los jóvenes.
La conferencia de Marina ha estado organizada por la Fundación SM y dirigida a doscientos profesores andaluces que se han interesado en cómo las nuevas tecnologías pueden ayudar en la tarea de enseñar a pensar a los alumnos.
Aprender a pensar: la competencia fundamental
Hace unas décadas, la psicología intentaba entender el funcionamiento del cerebro comparándolo con un ordenador. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que los cerebros eran máquinas infinitamente más complejas que el ordenador más potente, y no porque pudieran almacenar más información, sino porque, a fin de cuentas, sabían utilizarla.
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que los caracteres, sin un lector que sepa leerlos, es decir, los datos, sin una inteligencia que sepa interpretarlos, no sirven de nada. El ordenador encuentra precisamente problemas a la hora de hacer aquello que los niños enseguida aprenden a hacer: interpretar signos, dándoles un sentido. Los datos son sólo significantes que necesitan de un lector inteligente que pueda convertirlos en significados.
Esto es exactamente lo que queremos decir con “aprender a pensar”: sea cual sea la información que tengamos delante, tendremos que elaborarla para que pueda sernos útil. En este sentido, “aprender a pensar” es la competencia más básica de todas, pues ningún aprendizaje o conocimiento podrá darse en nosotros si antes no hemos aprendido a interpretar la información.
En realidad, tiene mucho que ver con esa competencia filosófica que yo he defendido y defiendo: la capacidad de discernimiento, de relación, y de comprensión y valoración del mundo hay que inculcarla, no aparece “porque sí” en el alumno en cuanto lo ponemos delante de toneladas de información. Es una de nuestras tareas como docentes, si no la más importante, ayudar al alumno, como diría Sócrates, a alumbrar el conocimiento, a “concebirlo”, algo que solo puede hacer por sí mismo pero para lo que necesita sin duda una guía.
Esta capacidad para pensar y convertir la mera información en conocimiento se hace ahora si cabe más necesaria, cuando nos encontramos desbordados con la cantidad de datos que se vierten cada día en Internet (el número total de páginas web supera los 600 millardos -600.000.000. 000-, 100 páginas por cada persona que hay en el mundo). Y, paradójicamente, es la propia web la que puede ayudar a instruirnos e instruir a los ciudadanos del futuro para que sepan navegar en esa marea de información.
Es importante que empecemos a pensar en las posibilidades de la web más allá de la función de “buscador” de información. Es este sentido, podemos hablar de tres funciones fundamentales de Internet, aplicables de manera directa al ámbito educativo:
1. Información
2. Comunicación
3. Trabajo cooperativo.
De estas tres, quizá la que tenemos más descuidada como docentes es la tercera. Ya hemos dicho que, tal como nuestra experiencia inmediata y los estudios relativos al tema demuestran, Internet es fundamentalmente utilizado en el aula como buscador de información. Es algo que deberemos seguir haciendo, y cada vez más, pero quizá podamos pensar en modos de encuadrar esa “búsqueda de información” de manera que no resulte estéril, y acabe en un mero “copiar y pegar”.
Con respecto a la comunicación, es algo que también utilizamos cada vez con más profusión, pero quizá debamos ampliar los ámbitos en los que esta comunicación se da, y aprovechar las herramientas digitales para estrechar los lazos entre los profesores y las familias, entre los centros, y entre los propios docentes.
La época del profesor aislado ha terminado, y esto es así incluso para el que no quiera verlo: la formación, el contacto con los padres, la relación entre profesores y alumnos, todo puede verse enriquecido con las herramientas comunicativas puestas a nuestro alcance. Si “para educar hace falta la tribu entera”, incluyámosla en nuestros “diálogos electrónicos”, y generemos redes de cooperación que integren a todos los elementos educativos de la sociedad (es decir, a la sociedad entera): padres, centros, profesores, alumnos.
Por último, en el trabajo cooperativo, a través de los blogs o las llamadas “wikis”, se encuentra el vuelco metodológico necesario para transformar la práctica docente tal y como la entendemos ahora. La “inteligencia compartida”, o inteligencia que surge por interacción en los grupos, ha sido buscada y fomentada en la empresa privada, y en este sentido tenemos mucho que aprender de ella.
Nuestros alumnos se crecen cuando hacen las cosas por sí mismos, y más si tienen el aliciente de mostrar el resultado públicamente y de poder compartirlo y ayudar a otros. Es verdad que nuestros jóvenes parecen estar perdiendo capacidades que antes nos parecían indispensables para la adquisición de conocimientos (la capacidad de concentración, los procesos lineales de atención), pero también están desarrollando otras nuevas, y es nuestra tarea enlazar unas con otras de manera que aprovechemos las nuevas reforzando las “antiguas”.
Su capacidad de atender a varios canales de información necesita del criterio para resaltar unos en detrimento de otros. Su capacidad de rápida asimilación y reacción a los estímulos necesita también de la repetición, que asegure el paso de esos nuevos conocimientos de la memoria a corto plazo a la memoria “de larga duración”. Etcétera, etcétera. Pensemos en lo que pensemos, la labor del docente sigue ahí, como tutor del aprendizaje, como guía entre los gigabytes de información, pues no debemos olvidar que estamos formando personas, ciudadanos, y no robots ni esclavos.
Por eso mismo, “aprender a pensar” será siempre una necesidad, y una aventura que dura toda la vida. (Subrayados y resaltados, LM)
José Antonio Marina
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DISNEY Y EL PELIGRO DEL CORREO ELECTRÓNICO
Michael Eisner*
Como les ha sucedido a tantas compañías y personas recientemente, la red de computación de Walt Disney se ha visto afectada por un virus. Ante mi repentina incapacidad de conectarme, tuve tiempo para pensar, y me di cuenta de la increíble expansión que ha registrado el uso del correo electrónico en muy poco tiempo.
Sin duda, los mensajes electrónicos son maravillosos: los viejos amigos se han encontrado de nuevo; personas extrañas ahora son amigas; los abuelos han visto crecer a sus nietos a través de fotografías enviadas por este medio; los investigadores han compartido apreciaciones y los negocios han mejorado su productividad. Sin embargo, estas comunicaciones no están exentas de problemas.
Debido a la rapidez de su expansión, el correo electrónico ha superado nuestra habilidad de adaptación.
Es cierto que la gente se ha comunicado por escrito durante siglos; ello le dio al mundo invaluables registros históricos. Sin embargo, en el siglo XX llegaron las tecnologías de la comunicación: el teléfono, la radio y la televisión fueron inventos extraordinarios, pero todos conspiraron contra la escritura de cartas. Luego, repentinamente, apareció el correo electrónico y todo el mundo comenzó a escribir de nuevo. Sin embargo, a diferencia de los viejos tiempos, cuando una carta era cuidadosamente escrita, leída y releída varias veces antes de enviarla, ahora escribimos y mandamos notas tan rápido como pueden moverse los dedos.
Me he dado cuenta de que la intensidad de las emociones dentro de nuestra competitiva compañía es cada vez mayor. Estoy convencido de que esto se debe al correo electrónico. Cada disputa que se presenta parece derivarse de un malentendido generado por uno de estos mensajes. En los años 70, asumí como costumbre que cuando estaba molesto con alguien escribía el problema en un memorando y lo dejaba en la gaveta hasta el día siguiente. En el 99% de los casos, ya para entonces la rabia había pasado o me daba cuenta de que mis argumentos no eran lo suficientemente precisos como para salvarme de ser despedido. Generalmente, decidía tomar el teléfono y hablar con la persona.
Con los correos electrónicos, nuestro impulso no es guardar el archivo, sino enviarlo. Nuestros errores a menudo crecen cuando enviamos copias a otros destinatarios. Si algo puede causar el derrumbe de una compañía o quizá de un país son los correos electrónicos que nunca debieron ser enviados.
Este tipo de misivas enviadas de forma irreflexiva representa un virus sumamente destructivo. Puede pervertir la sana ambición, convertir una apropiada búsqueda de oportunidades en oportunismo, fomentar la desconfianza y el ocultamiento de la información (un irónico efecto secundario de lo que debería ser una herramienta esencial de la comunicación y la apertura). El correo electrónico implica emociones expuestas sin pantallas, opiniones no moderadas por el lenguaje corporal y pensamientos irreflexivos. Tarde en la noche, en la frustración de estar solo o sentirse desolado, el botón de 'enviar' puede ser una tentación irresistible ante el tropel de pensamientos irreflexivos destinados a impresionar, agradar, o incluso a causar daño.
Dos palabras idénticas pueden tener un efecto completamente diferente si van acompañadas de una entonación distinta y de expresiones faciales diferentes. Sin embargo, en la fría luz del rayo catódico del correo electrónico, las mismas palabras que pueden ser cautivadoras son severas y acusadoras.
Obviamente, la gente siempre ha utilizado las palabras con descuido. Sin embargo,' la lentitud de los avances en el área de la comunicación solía protegernos de nosotros mismos. Ahora este ya no es el caso. Para entrar al siglo XXI, deberíamos retroceder al siglo XIX. No se trata simplemente de emular a los grandes escritores de cartas. Contamos con opciones que ellos no tenían (el teléfono y el automóvil, por ejemplo). Tan importante como usar el correo electrónico lo es saber cuándo no usarlo. Con algo de paciencia y sabiduría, podríamos damos cuenta del potencial del correo electrónico para unir a la gente reflexivamente.
*(Eisner es presidente de Walt Disney)
(c) Financial Times (2000) - Traducción Teresa León - http://www.eud.com
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EL FUTURO QUEDA EN EL 2020
Paul Brow. (The economist)
Traducción: Patricia Torres
2-8. El Universal, 23 de noviembre 2003
Científicos predicen cómo se vivirá en unos años.
Eficacia energética, menos tráfico y trabajo desde casa es la proyección.
En Hamstreet, una ciudad nueva del Reino Unido, Ri¬chard Dumill va al baño y se prepara para un nuevo día. Es el año 2020, y cuando baja la palanca de la poceta, una muestra de orina o heces es automáticamente analizada y enviada a su médico. Los nive-les de colesterol están un poco elevados, pero la computadora del laboratorio la descarta por¬que no hay nada anormal.
Escucha un leve zumbido: es el purificador de agua de su casa que se ha encendido. En el pasillo se detiene un mo¬mento para leer el medidor de electricidad y ve que la cuenta está a su favor: su generador eólico y sus paneles solares es¬tán enviando a la red de distri-bución más electricidad de lo que su familia ha consumido.
En el piso de abajo, su espo¬sa, Sarah, protesta. El "refrige¬rador inteligente" no envió el pedido de pan y leche que ya debía haber recibido del servi¬cio local de entregas a domici-lio. Tendrá que llamar por te¬léfono.
Así comenzará el día la fa¬milia promedio del Reino Uni¬do en el año 2020, según esta visión de cómo cambiarán nuestras vidas de los científi¬cos de la Agencia Ambiental del Reino Unido.
Los hipotéticos Dumill tra¬bajan para pagar la hipoteca de su casa —un préstamo a 55 años. Sarah trabaja como ase¬sora de personas que tienen una predisposición genética a una variedad de enfermedades como el cáncer, por lo que no son elegibles para contratar seguros o solicitar préstamos hipotecarios.
Richard normalmente trabaja desde su casa, pero en esta ocasión se moviliza en un auto que utiliza hidrógeno como combustible a la compa¬ñía de corretaje de desechos y productos reciclados en la cual trabaja. Rara vez ve las latas o el plástico reciclado que nego¬cia, pero conoce muy bien los precios que debe asignarles para venderlos en los merca¬dos a futuro, donde las compa¬ñías compran productos de de¬secho para utilizarlos en un fu¬turo en la fabricación de otros productos.
Cuando trabaja en su casa, un dispositivo telefónico en¬ganchado a su oreja, que fun-ciona con la electricidad que genera su cerebro, le permite a su jefe comunicarse con él en cualquier momento durante la jornada laboral. Richard sien¬te cierto escepticismo hacia éste y otros de los numerosos dispositivos electrónicos nuevos que supuestamente incrementan su eficiencia.
Hoy, al conducir el auto para ir al trabajo, selecciona cuidadosamente su ruta para evitar los cobros por congestionamiento en las autopistas o en alguna de las ciudades que tiene que pasar. Hace tiempo su compañía se mudó de Londres para reducir sus costos.
La pareja tiene una hija, Britney, adoptada como mu¬chos otros niños: el conteo de espermatozoides del británico promedio bajó a 30% de los ni¬veles registrados en los años 40, debido a los productos quí¬micos utilizados con tanta fre¬cuencia en los alimentos. No causa ninguna satisfacción que muchos de los grandes fabricantes de alimentos se hayan declarado en bancarro¬ta en los últimos años debido a demandas colectivas introdu¬cidas por personas que no podía tener hijos.
Debido a la campaña contra los preservativos en los ali¬mentos y los altos precios del petróleo, enviar alimentos frescos a sitios distantes es prohibitivamente costoso. Por eso, la familia tiene un galline¬ro para conseguir huevos fres¬cos y cultiva sus vegetales.
El panorama de la Agencia Ambiental del Reino Unido so¬bre la vida de los británicos en el año 2020 no es del todo nega¬tivo. La contaminación atmos¬férica ha disminuido, el trans¬porte público es mejor y los congestionamientos de tráfico quedaron en el pasado, entre otras razones porque muchos trabajan en sus propias casas.
Según esta visión, a escala mundial las sociedades menos tecnológicas enfrentarán se-rios problemas. Grandes zo¬nas de África Central se torna¬rán inhabitables por los cam¬bios climáticos. El mar inun¬dará muchas áreas costeras, lo cual causará una crisis de re-fugiados.
La visión de un estilo de vida muy diferente al actual para la familia Dumill —que incluye viajar por tren a Euro¬pa Oriental durante las vaca¬ciones porque los viajes aéreos se han tornado demasiado cos¬tosos— se basa en los estudios presentados en una conferen-cia que se celebró reciente¬mente en Londres, llamada Vi¬sión 2020, y en la que los cientí-ficos prevén un futuro de efi¬ciencia energética en el cual los congestionamientos de trá¬fico son poco comunes y hay menos contaminación atmos¬férica, pero los alimentos im-portados son un lujo.
Entre los conferencistas es¬tuvieron presentes la ministra del Ambiente del Reino Unido, Margaret Beckett, y el director de la organización Friends of the Earth, Tony Juniper.
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LA CULTURA DEL CELULAR
Juan Vandeveire
Centro de Información -CENINF
Es asombrosa la popularidad que han alcanzado, en pocos años, aquellos aparatitos inalámbricos cuya batería cargamos cada día y que guardamos en la bolsa o en un estuche pegado al cincho. Se nos informa que en Guatemala, donde solo 2% de la población tiene acceso a una computadora, se ha vendido un mayor número de teléfonos celulares que el total de habitantes que pueblan nuestro país. ¡Más celulares que gente! Esto todavía no significa que todos los guatemaltecos y guatemaltecas sean dueños de un celular, porque hay quienes tienen dos o más celulares y otros los cambian a menudo, ya que rápido pasan de moda los viejos modelos y a cada rato aparecen nuevos, más atractivos. Pero, podemos decir que los teléfonos celulares o móviles vinculan a un mayor número de personas, como ningún otro aparato, con la esfera electrónica.
Nos cambia el hecho de estar más tiempo “conectados”. La comunicación por teléfono, anteriormente posible a partir de la casa, oficina o teléfono público, ahora se facilita casi en cualquier lugar donde uno se encuentre. La persona se siente más segura: a la hora de una emergencia, puede utilizar su celular para pedir ayuda o información importante. El teléfono móvil puede salvar vidas. Me sirve para que un amigo me explique cómo resolver un problema técnico que me tiene trabado. Puede servir para ubicar a un infante extraviado. Permite coordinar a personas que trabajan a distancia. En lugar de tocar el timbre de la casa, puede uno hacer una breve llamada para que, en el instante mismo de llegar, le abran la puerta.
Además, el celular nos cambia la vida al cambiarnos el paisaje urbano. Aquí nos referimos a las torres que como antenas repetidoras posibilitan la comunicación telefónica pero al mismo tiempo alteran el aspecto arquitectónico de las ciudades. Walter Benjamin ha sido uno de los primeros en señalar cómo el cambio urbanístico revela profundos cambios sociales. Es conocido su estudio de los “pasajes” que en la ciudad de París surgieron durante el siglo XIX. Se trata, un poco al estilo del Pasaje Rubio que conocemos en la ciudad de Guatemala, de un corredor en medio de bloques de casas y otros edificios, con elegantes techos de vidrio, en soportes de hierro. A ambos lados de estos corredores, los peatones pueden encontrar almacenes de lujo y otros establecimientos comerciales como restaurantes y peluquerías. Ofrecen a los “flaneadores”, es decir, a los caminantes que no necesariamente sean compradores sino que dedican largas horas a pasear por la ciudad, sin rumbo fijo y cuyos pasos también los llevan a los “pasajes”, donde pueden explorar el microcosmos, el mundo en pequeño que se encuentra expuesto en las vitrinas. En los pasajes, Benjamin ve el reflejo de una primera fase de la sociedad capitalista, cuando los productos industriales todavía rivalizan con los objetos de arte. Ve en ellos también el reflejo del siglo diecinueve.
Se sabe que para muchos políticos y urbanistas latinoamericanos, París ha funcionado como la ciudad modelo. Imitarla en nuestro continente se veía de refinado gusto. Por eso, no nos extraña que en la ciudad de Guatemala tengamos en la torre del Reformador una copia en miniatura de la Torre Eiffel y en la avenida Reforma una copia, no solo de la arteria del mismo nombre en la ciudad de México sino también de los grandes bulevares que diseñó el barón Haussmann en París en la segunda mitad del siglo XIX.
Según el original método de Benjamin, que busca descifrar la cambiante realidad social en el paisaje urbano que nos rodea, estamos tentados a concluir que las torres repetidoras de la telefonía celular, que como hongos surgen en nuestro medio –no solo en el paisaje urbano sino también en el paisaje pueblerino y rural , revelan la aparición de una sociedad cambiada, la aparición de gente transformada por el celular. Los “pasajes” eran tímidos precursores de los supermercados y gigantescos centros comerciales de hoy, a su vez nuevos complejos arquitectónicos, que nos definen como sociedades de gente que cada vez “flanea” menos pero corre para consumir más.
El celular nos facilita la comunicación. ¡Qué bueno! Pero esta comunicación también puede servir para extorsionar o para monitorear asaltos, a veces desde autores intelectuales que se encuentran en la cárcel, según información periodística. También hemos visto que la comunicación facilitada no siempre es comunicación profunda. Rápidamente se banaliza la comunicación, cuando la llamada por teléfono busca una fácil, aunque nada barata, escapatoria del aburrimiento. Muchos y muchas no se conforman con el “frijolito”, el modelo más sencillo. Optarán, si pueden, por un Blackberry o un IPhone, que te elevan en la jerarquía del prestigio.
Hay quienes se hacen adictos al celular, no solo mediante mensajes de voz, sino también a través de mensajes escritos. Nos sorprendió la información acerca de una joven que enviaba cada día cientos de mensajes escritos por celular y desde su carro, mientras iba manejando. El atractivo del celular trasciende la comunicación telefónica: hay modelos, cada vez más sofisticados, que también posibilitan escuchar música, tomar fotografías, conectarse a internet, ver películas y utilizar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS). No tardarán en aparecer versiones que controlen nuestra salud, desplegando nuestra temperatura corporal y presión arterial. Aunque por el celular también nosotros mismos estamos más controlados.
El teléfono móvil, dispositivo de comunicación, paradójicamente puede provocar la incomunicación, por ejemplo, cuando cada uno de los miembros de una familia en su casa, en lugar de intercomunicarse, se dedica a largas conversaciones por celular con sus amistades. Se ha señalado lo superficial como una característica de la sociedad contemporánea: somos parte de una sociedad “líquida”, diría Zygmunt Bauman. Es decir, una sociedad donde predominan las relaciones efímeras, marcada por lo desechable, con una cultura configurada en parte por el teléfono celular. No cometeremos el error de declarar incompatible la comunicación profunda con la comunicación por celular. Pero ciertos usos y abusos de este aparato indudablemente llevan a la superficialidad. Si las tecnologías que usamos determinan y hasta se convierten en nuestra cultura, el celular nos cambia.
Regresando a la idea de Benjamin, a la par de las torres repetidoras, otro cambio fundamental en nuestro paisaje es la presencia, cada día más abrumadora, de los enormes trailers que corren por nuestras calles y carreteras, donde a veces se encargan de entorpecer el tráfico. ¿Qué llevan en sus contenedores? Mercancías, entre las que no faltarán los celulares de último modelo, que tú y yo estaremos tentados de adquirir. Además de cambiar el paisaje, estos trailers lo cambiarán aún más a través de la necesidad de modificar la red vial. Los anillos periféricos en las grandes ciudades son un ejemplo. En Guatemala está anunciado, como uno de los megaproyectos en la lista de prioridades, la construcción de un nuevo periférico, no como el que ya está, que rodea parcialmente la ciudad, sino uno que rodeará toda el área metropolitana: otro cambio social que será visible en la urbanización.
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LOS ARREPENTIDOS DEL FACEBOOK (reportaje)
Las redes sociales se han convertido en peligrosas fuentes de información para despidos, fichajes o ascensos - La línea entre lo privado y lo público es imposible en la Red - Y empiezan las bajas.
DAVID ALANDETE 11/11/2009
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas.
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas. Con los beneficios de sitios como Facebook, MySpace, Twitter o Tuenti han llegado los efectos adversos: despidos, acosos, traspiés y demás problemas en unas redes que, a veces, pueden llegar a convertirse en enredos de pesadilla.
Al principio existía MySpace, que popularizó el uso de la página personal. Después de su comercialización, en 2003, cualquiera podía disponer de un foro online en el que dar rienda suelta a su vanidad y mezclar fotos, música e ideas. Todo aquello lo asumió y lo popularizó Facebook, que además unió la famosa línea de "¿Qué estás pensando?", que se convirtió en el centro del universo para Twitter.
Twitter, por su parte, se ha convertido en algo ubicuo, una red en la que expresarse con límite de 140 caracteres y que ha dado lugar al verbo twittear. Desde la pasada semana, además, opera en español. Hoy en día todos twittean, desde la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, al papa Benedicto XVI o la estrella televisiva Oprah Winfrey.
España dispone de su propia red. Se trata de Tuenti, creada en 2006 y a la que se accede exclusivamente por invitación. Según su director de comunicación, Ícaro Moyano "cuenta con 6,8 millones de usuarios y es la página con más tráfico de España seguida por Google".
El líder mundial en su terreno es Facebook. Dispone de 300 millones de perfiles, casi un 5% de la población mundial. La mitad se conecta a esa red a diario. El usuario medio tiene una lista de 130 amigos. Ese grado de interconexión y omnisciencia la ha hecho inmensamente popular.
Según BJ Fogg, director del Laboratorio de Tecnologías de la Persuasión de la Universidad de Stanford (California), identificado como uno de los gurús tecnológicos del momento por la revista Forbes, todo eso se debe a que es "la tecnología más persuasiva que ha existido". Según este psicólogo, los creadores de ese portal lograron una de las armas de convencimiento e incitación más perfectas del mundo online. "Facebook persuade porque te notifica qué novedades te aguardan si te conectas. Te dice que tienes un mensaje, que han etiquetado una foto con tu nombre, que te han invitado a un evento. Entonces quieres verlo, quieres experimentarlo. Y te conectas. A otro nivel distinto, tus amigos en Facebook crean una red de centenares de personas que está presente en Facebook, de la que eres parte, en la que te sientes integrado", explica.
A veces, sin embargo, puede ser un arma peligrosa. Para Curtis Smith, teniente en el cuerpo de Marines de EE UU, ha sido una fuente de preocupaciones y ansiedad creciente. Cuando se alistó, en 2008, borró a casi todos sus amigos de Facebook. Iba a conocer a muchos soldados, llegados de todos los rincones del país. Sabría casi todo de ellos, y ellos sabrían casi todo de él.
Como todo joven de 24 años, el teniente Smith, que ha preferido usar un pseudónimo, había tenido hasta entonces una ajetreada vida en Facebook. Exhibía fotos, vídeos e ideas. Había mucha información en su perfil. Demasiada, pues quedaba claro que era gay. Y en el ejército de EE UU impera una ley que prohíbe a los homosexuales reconocer que lo son cuando prestan servicio en las fuerzas armadas, bajo riesgo de expulsión.
Smith decidió prescindir de sus amigos de Facebook. Uno a uno, los fue borrando a todos. "A los que me importaban, a mis amigos de verdad, se lo dije. A los conocidos, simplemente los eliminé sin más", explica. "Era necesario. Es casi imposible estar en Facebook, ser gay y ocultárselo a los demás soldados. Ellos están también en la red. Te añaden. Y te preguntan por qué no les aceptas. Puede llegar a ser una pesadilla".
Las redes sociales suelen cumplir una buena función. Según el psicólogo clínico Michael Fenichel, las aplicaciones como Facebook "ofrecen muchas cosas valiosas en un solo paquete, por eso mucha gente acaba confiando en ellas como su hogar para toda la actividad online que no esté relacionada con el trabajo". "Facebook puede satisfacer necesidades muy variadas. Proporciona la demostración de que uno es popular con listas de amigos largas. Permite recobrar el contacto con amigos", añade. "Individualmente, puede hacer cosas maravillosas, como permitir a un parapléjico que debe permanecer en casa hacer amigos y conocidos con otros que comparten el mismo tipo de discapacidades, o que ni siquiera imaginan que él pueda tener una discapacidad. Puede ser muy liberador".
Tanto, que uno puede escapar del lugar de trabajo en un solo clic, para comentar unas fotos del viaje de verano o para cultivar una granja online en aplicaciones lúdicas. De hecho, el uso de redes sociales en el trabajo se ha convertido en un dolor de cabeza para las empresas. Una encuesta reciente de la consultora Nucleus Research reveló que, cuando una empresa no prohíbe el acceso de sus ordenadores a Facebook, acaba perdiendo un 1,5% en productividad laboral de sus empleados.
En este mismo estudio, en el que se entrevistó a 237 empleados, se descubrió que un 77% de ellos tenía cuenta en Facebook, y que cada uno se pasaba, de media, unos 15 minutos diarios de horas de trabajo conectado a ese portal. Con un panorama semejante, no es de extrañar que, a día de hoy, un 54% de las empresas estadounidenses haya prohibido el acceso a las redes sociales a través de sus servidores, según una investigación de la consultora Robert Half Technology, que analizó unas 1.400 compañías.
Para aquellos a los que se les permite navegar por redes sociales, existe un riesgo, muy real, de ser despedido. No sólo por conectarse simplemente a Facebook o MySpace, sino también por colgar en la Red información sensible o comprometida. La consultora Proofpoint acometió un análisis sobre la filtración de información corporativa confidencial a través de redes sociales en 75 empresas de más de 1.000 empleados. Un 8% de ellas despidió, por lo menos, a uno de esos empleados por difusión de datos privados a través de esos sitios web.
En EE UU ha habido casos llamativos, bruscos finales de carreras brillantes a causa de enredos antológicos en una red social. Y si no, que se lo pregunten al jurista Jonathan MacArthur, que en 2007 perdió su puesto como juez sustituto en los Tribunales de Justicia del Norte de Las Vegas (Nevada) por la información publicada en su página personal de MySpace. En ese sitio web, MacArthur destacaba uno de sus intereses personales: "Romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo... y mejorar mi capacidad de romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo".
No hay evidencias ni acusaciones de que MacArthur haya agredido, jamás, a un fiscal. Su comentario, hecho en una página personal, suena a broma. Si se le pregunta, lo confirma: "Era, obviamente, un comentario jocoso". Este experto abogado criminalista, con un currículo impecable, había anunciado que se presentaría a las elecciones para juez en 2008. El campo de su probable oponente comenzó a investigar en su pasado. Otros compañeros de profesión le comentaron que corrían por la Red correos electrónicos con sus comentarios en una página de MySpace. Finalmente, el fiscal del distrito David Roger presentó en el juzgado aquel fragmento de la página personal de MacArthur, junto con otras muestras de su perfil de MySpace.
"Roger, envió un correo electrónico al tribunal explicando que si yo volvía a trabajar como juez sustituto, presentaría mociones para recusarme en todos los casos, y presentaría una demanda ética en mi contra", explica MacArthur, que sigue trabajando en Las Vegas como abogado, después de perder unas elecciones a juez hace un año. "Todo fue una sandez sin fundamento, pero suficiente para convencer al juez titular de que utilizarme como juez sustituto era un riesgo para su imagen innecesario".
MacArthur destaca lo obvio. Que el comentario lo había hecho desde el punto de vista de su anterior ocupación, como abogado defensor. Que se había sacado de contexto. Y que, además, las duras limitaciones de imagen pública que se aplican a los jueces titulares no sirven para los jueces sustitutos. "El 10 de agosto de 2007 se me informó de que no volvería a prestar servicio como juez sustituto. Nadie de la administración de justicia me pidió una explicación o el acceso a mi página completa de MySpace".
Aquel ascenso frustrado es una prueba de que los oponentes -en el trabajo, en unas elecciones, en la política- pueden buscar y buscarán en las redes sociales información dañina que usar a su antojo. "De momento no creo que regrese a la política. Todo aquel proceso me costó un alto precio", añade MacArthur.
Es normal que, para analizar el rendimiento laboral y las capacidades de los trabajadores, los jefes y responsables utilicen no ya buscadores como Google, sino también las nuevas redes sociales. Según un reciente estudio de la página web de información laboral CareerBuilder, participada, en parte, por Microsoft, un 29% de los empleadores usa Facebook para comprobar si un candidato a un puesto de trabajo es el adecuado o no. Un 21% prefiere MySpace y un 26%, la red profesional LinkedIn.
Llaman la atención las razones de las empresas para no contratar a candidatos, todo un manual de qué no hacer en Internet: "El candidato colgó fotos o información provocativas o inapropiadas en un 53% de los casos... El candidato colgó contenido en el que refería beber alcohol o tomar drogas en un 44% de los casos... El candidato hizo comentarios discriminatorios en un 26% de los casos... El candidato mintió sobre sus cualificaciones en un 24% de los casos".
Parecen cuestiones de sentido común, pero en Facebook o MySpace el límite entre lo estrictamente privado y personal y la imagen pública es extremadamente borroso. ¿Quién no tiene a un compañero de trabajo o a algún jefe en la lista de amigos de Facebook? ¿A quién no le han etiquetado en una imagen con una copa en la mano? ¿Quién controla a la perfección los ajustes de seguridad para evitar que información privada esté al alcance de cualquiera?
Hay gente a la que esa interconexión le supone más un problema que un activo. Eugene Jones, trabajador del sector inmobiliario de Washington, de 28 años, no tiene Facebook, ni Twitter, ni MySpace. Cree que no le aportan nada a su trabajo y confía en una forma de comunicación más directa y sencilla. "Cuando tengo algo que decir, lo digo en persona o a través del teléfono o el correo electrónico".
Parece algo lógico. Generaciones enteras han vivido de ese modo. Pero hoy en día, en EE UU, es una tarea muy ardua encontrar a un solo joven de 15 a 30 años que no tenga Facebook. Cualquiera tiene una cuenta, aunque sea sólo testimonial. También están los actualizadores compulsivos, los que cuelgan fotos, cultivan granjas virtuales, difunden los vídeos que más les gustan y lanzan ovejas, zombies, corazones y bolsos de marca a sus amigos. Jones lo confirma: "Cuando la gente me dice que me va a añadir en Facebook y yo respondo que no tengo perfil, me miran como si estuviera loco, de verdad".
Según el doctor Fogg, de la Universidad de Stanford, la actitud de Jones es anacrónica. "No conozco a nadie que se haya dado de baja en Facebook. Esa actitud sería semejante a decidir abandonar la sociedad y vivir aislado en el desierto. Hay y ha habido, de siempre, gente que prefiere ese estilo de vida. Pero yo no lo veo como algo natural. Lo interpreto como una declaración de principios, como una voluntad de no estar conectado a una amplia red social".
El teniente Smith, de hecho, ha decidido regresar a Facebook. Va a dejar el cuerpo de Marines el próximo año. "Por divergencias entre cómo veo yo la vida y qué representan los marines", explica. De momento, ha añadido a algunos amigos. "A los de hace tiempo los tengo en un perfil limitado según el cual no pueden escribir mensajes en mi pizarra ni pueden etiquetar fotos con mi nombre. Es una medida preventiva hasta que logre la baja definitiva del ejército".
Hasta entonces, Smith seguirá sin estar plenamente en Facebook. Y eso le seguirá acarreando problemas con sus amigos, que pensarán que está limitando su libertad de expresión. Puede que las redes sociales llegaran hace poco más de cinco años, pero en el cambio de década son el campo en el que se juega la comunicación del futuro. Y para la inmensa mayoría no hay vuelta atrás.
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¿NOS QUEDARÁ ALGO DE PRIVACIDAD?
La vida se transformará en datos electrónicos al alcance de los espías. Pero no se
preocupen, hay solución.
DAVID GELENTER
David Gelernter es director científico de Mirror World Technologies, crítico arte de la revista Weekry Standard y profesor en la Universidad de Yale
TIME, 18 DE FEBERERO DE 2000
Vivimos rodeados de ondas transmisoras de señales de radio y televisión. En el año 2025, estaremos inmersos en una "ciberesfera" por la cual circularán miles de millones de "estructuras de información" (invisibles pero reales, como las ondas de radio) que transportarán las palabras, imágenes y sonidos de los cuales depende nuestra vida.
Para entonces, el mundo electrónico habrá alcanzado una cierta coherencia. En lugar de teléfono, computadora y ca¬nales de televisión, habrá una sola red ca¬paz de hacerlo todo, porque el conjunto de esos elementos serán simples varia¬ciones de un mismo tema. Su función será sintonizar estas estructuras de infor¬mación de la misma manera en que la radio sintoniza una emisora. Estas ciberestructuras tendrán distintas formas y tamaños, pero una de ellas, la "cibercorriente", será más importante que las demás. La cibercorriente será la crónica electrónica de nuestra vida diaria que acumula registros como si fueran perlas irregulares en una cuerda infinita. Este flujo virtual incluirá todas nuestras llamadas telefónicas, mensajes de correo electrónico, cuentas y extractos bancarios. Después de ali¬mentar toda esta información al procesador de análisis estadístico, nuestros fieles servidores de software podrán intuir con sorprendente precisión nuestros planes para el futuro cercano. Encontrarán en nuestra vida patrones que ignorábamos por completo. Responderán correctamente a mensajes verbales concisos (“Llamar a Julieta”, “Comprar comida”, “Imprimir las noticias”) porque sabrán exactamente quién es Julieta, qué comida le hace falta y qué noticias queremos leer.
Todo parece indicar que en el 2025 la vida será sencilla. Nos deslizaremos en una alfombra mágica tejida con datos minuciosos y análisis estadísticos. Pero si al¬guien logra acceder a nuestra historia de vida electrónica, la expresión "invasión de la privacidad" adoptará un significado totalmente nuevo. El ladrón nos habrá robado no sólo nuestro pasado, sino también una guía fiable para nuestro futuro.
Estas estructuras de información recién están comenzando a emerger. Para el año 2025, una buena parte de la información privada del mundo estará almacenada en computadoras conectadas a una red global, y si un ladrón pudiera conectar su computadora a esa red, encontraría — en principio— la electrónica desde su máquina a la de usted.
¿Entonces, cuál es la novedad? La tecnología siempre ha amenazado privacidad, y esas amenazas rara vez se concretan. Han sido derrotadas antes y volverán a serlo en el futuro por una fuerza mucho más poderosa que tecnología. No es la ley ni la prensa. Tampoco los burócratas ni los jueces federales. Es la moral.
Después de todo, si quisiéramos podríamos tomar un par de potentes binoculares y espiar a nuestro vecino. Pero no lo hacemos. No porque no podamos o porque es ilegal o porque no estemos interesados —la curiosidad un rasgo típicamente humano—. No lo hacemos porque es indigno. Porque sabemos que está mal y que nos sentiríamos avergonzados si lo hiciéramos. Las leyes no son buenas armas la hora de proteger la privacidad. Generalmente, cuando nos amparamos en la ley es porque algo malo ya ocurrió y la sociedad ha salido perdedora. Intentar frenar el avance tecnológico es otra estrategia equivocada. Es un juego de tontos y no va a funcionar. El mejor método para proteger la privacidad en el 2025 es el mismo método que hemos utilizado siempre: enseñarle a nuestros hijos a diferenciar el bien del mal, haciéndoles saber que confiamos en que harán el bien. Estamos obsesionados con la privacidad porque hemos perdido de vista temporalmente una palabra más importante: la dignidad. Hablamos de nuestro "derecho a la privacidad" pero no es eso lo q queremos decir. Esta gastada idea se derrumba apenas la expresamos. ¿Privacidad para asesinar o para golpear a la esposa o a los hijos? ¿Privacidad para maltratar a un animal?; ¿para falsificar dinero? La privacidad no es un derecho absoluto; es un pequeño lujo que podemos darnos cuando lo conseguimos. La dignidad es una necesidad por la que debemos luchar. Y llegado el 2025, nuestra vida será mejor. No por la revolución tecnológica, sino por un renacimiento moral inevitable y mucho más importante.
martes, 24 de noviembre de 2009
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